lunes, 26 de abril de 2010

Peter Steele. 1962 - 2010


Petrus T. Ratajczyk, Alias Peter Steele.
Su profunda y mágica voz vivirá por siempre en el lado más oscuro de mi vida.
LLevaba en su alma demonios de distinta índole, que marcarían por siempre su arte...aunque nunca perdió un -negrísimo- sentido del humor que era 100% reconocible.
Épicos como una catedral, melancólicos como la mismísima muerte...únicos Type O negative.
Honremos a otro artista que se encuentra, sin duda,en lugar mejor y más afín a su sensible alma.
R.I.P


¡El mundo se viene abajo!!!!!!
:(

Epitaph

¿Puedo elegir una canción que represente a mi corazón en estos momentos?



The wall on which the prophets wrote
is cracking at the seams.
upon the instruments of death
the sunlight brightly gleams.
when every man is torn apart
with nightmares and with dreams,
will no one lay the laurel wreath
as silence drowns the screams.
Between the iron gates of fate,
the seeds of time were sown,
and watered by the deeds of those
who know and who are known;
knowledge is a deadly friend
when no one sets the rules.
the fate of all mankind i see
is in the hands of fools.
Confusion will be my epitaph.
as i crawl a cracked and broken path
if we make it we can all sit back and laugh,
but i fear tomorrow i'll be crying,
yes i fear tomorrow i'll be crying.

Una novedad editorial para aplaudir!!!!!!!!!

La Venus de las pieles y otros relatos
Leopold von Sacher-Masoch



Severin von Kusiemski, un noble polaco culto, sensible y un tanto visionario, conoce a Wanda von Dunajew en un pequeño balneario de los Cárpatos. Pronto caerá fascinado ante sus encantos y tratará de convencerla para que le acepte como esclavo y materializar así sus más íntimas fantasías eróticas. En un principio, Wanda se resiste a este ofrecimiento, pero, poco a poco, la relación se irá sumergiendo en un infierno-paraíso de creciente crueldad y humillación.

Admirado por Zola, Victor Hugo y Edmond de Goncourt, Leopold von Sacher-Masoch (1836-1895), «el Turgueniev austriaco», ha pasado a la posteridad, no por su extensa y variada obra, hoy casi olvidada, sino por dar nombre a una perversión erótica, el masoquismo, cuya conducta y psicología describe minuciosamente, con toda la parafernalia y fetichismo de la dominación (cueros, látigos, contratos de sumisión...), en La Venus de las pieles (1870), su novela más conocida.


Editorial Valdemar.Traducción de José Rafel Hernández Arias
Colección: Planeta Maldito

"A Mis Soledades Voy"; de Lope de Vega

A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.

No sé qué tiene el aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo,
no puedo venir más lejos.

Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.

Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.

De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.

Él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento;
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.

La diferencia conozco,
porque en él y en mí contemplo
su locura en su arrogancia,
mi humildad en mi desprecio.

O sabe naturaleza
más que supo en este tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.

«Sólo sé que no sé nada»,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,
adonde lo más es menos.

No me precio de entendido,
de desdichado me precio;
que los que no son dichosos,
¿cómo pueden ser discretos?

No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.

Señales son del juicio
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más,
otros por carta de menos.

Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;
tal la pusieron los hombres,
que desde entonces no ha vuelto.

En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata los estraños,
y la de cobre los nuestros.

¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?

Todos andan bien vestidos,
y quéjanse de los precios,
de medio arriba romanos,
de medio abajo romeros.

Dijo Dios que comería
su pan el hombre primero
en el sudor de su cara
por quebrar su mandamiento;

y algunos, inobedientes
a la vergüenza y al miedo,
con las prendas de su honor
han trocado los efectos.

Virtud y filosofía
peregrinan como ciegos;
el uno se lleva al otro,
llorando van y pidiendo.

Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento,
la mejor vida el favor,
la mejor sangre el dinero.

Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas cruces
haya tantos hombres muertos.

Mirando estoy los sepulcros,
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños.

¡Oh, bien haya quien los hizo!
Porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños.

Fea pintan a la envidia;
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.

Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos,
cuando quieren escribir,
piden prestado el tintero.

Sin ser pobres ni ser ricos,
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones ni pleitos;

ni murmuraron del grande,
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, firmaron
parabién, ni Pascuas dieron.

Con esta envidia que digo,
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.

_______________Lope.

Dedicado a todos esos que no saben ni mantener recto un paraguas...

Escenas de efímera exasperación III. 25 /04/ 2010.

Escena decimotercera. Uno va con prisa, sea a pie o en autobús o en taxi. Tal vez va a coger un tren o un avión, los primeros no esperan y los segundos sí, se eternizan, pero nunca por los pasajeros. Se encuentra con un caos anormal de tráfico, y hay que insistir en lo de anormal porque caos lo hay siempre en nuestras localidades. El motivo: una manifestación que por supuesto discurre por el centro de la ciudad, la cual por lo tanto se ve afectada en su totalidad. En ningún país como en España –y en ningún sitio como en Madrid– hay tantas manifestaciones, varias al día, y por las cuestiones más nimias, superfluas, imbéciles o peregrinas. En ningún otro lugar se permitiría que alteraran y entorpecieran, jornada tras jornada, la vida y el trabajo de la población. Por muchas personas que acudan a ellas, siempre serán pocas en comparación con el conjunto de los habitantes, luego se consiente continuamente que una minoría haga –a menudo por naderías– la vida imposible a los demás. Lo más absurdo y llamativo del caso es que, por su sobreabundancia, está comprobado que las manifestaciones españolas han dejado de ser eficaces y no sirven para nada, quiero decir para lograr sus propósitos de cambiar una disposición o una ley. Si los agraviados por los parquímetros no salieron a la calle veinte veces, no salieron ninguna. El Ayuntamiento hizo oídos sordos, como ya se sabía desde la primera, ningún político rectifica nada porque se le proteste en la calle. Creo haber asistido a cinco manifestaciones desde que salí de la Universidad: después del 23-F; en dos ocasiones contra ETA, una en Madrid tras el asesinato de Tomás y Valiente y otra en San Sebastián; una contra los chirimbolos que instaló el beato Álvarez del Manzano para recaudar; por último, la más masiva que hubo contra la Guerra de Irak. Es de sobra sabido que ETA no hace ni caso, pero no es del todo inútil que sienta la repulsa de la ciudadanía, lo mismo que Tejero y los golpistas en su día; tampoco estuvo mal que Aznar, Rajoy y demás vieran lo que se opinaba de sus belicosas mentiras y de la foto de las Azores. Pero su Gobierno no se apeó de su decisión, por mucha gente que se la afeara indignada (y de los chirimbolos qué les voy a contar: aquí se quedaron, sirviendo a las arcas municipales y estropeando la ciudad). Otro problema de las manifestaciones actuales es que nadie se las puede tomar en serio, dado su aire festivo, de juerga: trompetas, tambores, silbatos, horrísonos pareados, bailoteos, individuos disfrazados, todas parecen comparsas, incluidas las de nuestros tontainas sindicatos. No digamos ya las de los curas “en favor de la familia” (guitarricas y cánticos desafinados), las de los estudiantes contra sus colegios mayores o las de los antitaurinos, meras extensiones del carnaval. En la más reciente de estas últimas, vi pancartas harto cómicas, como una “Por los derechos de los animales de Extremadura”. Eché en falta alguna otra que abogara “Por los deberes de las bestezuelas riojanas” o algo así, ya que, si los animales tienen “derechos” –como sostiene algún filósofo contemporáneo peleado con el raciocinio–, va implícito que también habrán de tener “deberes”. Me pregunto cómo diablos se informa de sus obligaciones a una cabra o a un periquito. ¿Por qué, entonces –si son inútiles–, se convocan tantas manifestaciones en nuestro país? Me temo que han pasado a ser una “ocasión lúdica” más, un pretexto para que la gente se junte, se desfogue, arme ruido y corte la circulación.

Escena decimocuarta. A todas ellas hay que añadir las “fijas”, como las incontables procesiones de Semana Santa, en las que los feligreses se manifiestan, supongo, en protesta porque al Nazareno se lo cargaran injustamente, hace más de dos mil años, unos tipos que nada tienen que ver con nosotros: romanos y judíos al alimón, de los cuales hace siglos que no se ve ni uno por aquí. A los lúdicos católicos les da lo mismo, e impiden la vida normal de las ciudades durante ocho días: tan sólo en Madrid hay cerca de veinte algaradas lentísimas, todas ellas por el centro, para no variar. Agréguense el Día del Orgullo Gay con sus infinitas carrozas; el Carnaval propiamente dicho; las innumerables romerías y “fiestas populares” de todas las poblaciones de España, que duran una semana entera cada una; la Cabalgata de Reyes; el Corpus; el Rocío; la Maratón popular empapada (por el sudor de los participantes); el Día de la Bici empapada (por lo mismo); las Fallas y las mascletàs; el Día de las Ovejas defecadoras; los varios de los Caballos defecadores que acompañan a las carrozas de los embajadores cuando presentan sus credenciales, y qué sé yo cuántas cosas más. No hay día en España en que las calles estén razonablemente libres de obstáculos para lo que es menester: desplazarse y trabajar.

Escena decimoquinta. En la anterior entrega mencioné que ya casi nadie cede el paso en la calle. Se me olvidó añadir que ya ni siquiera se observa aquello tan lógico de “Antes de entrar, dejen salir”. No es raro que uno abra la puerta de un establecimiento para abandonarlo, y que una familia de ocho miembros aproveche que uno la está sujetando para entrar en fila, sin que a ninguno se le ocurra frenarse para permitir al menos que uno deje su hueco en el local abarrotado. Y puede que, en vez de una familia, se nos cuele una manada de turistas o de colegiales o de jubilados, digamos unos cuarenta en total.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 25 de abril de 2010



Como dirían por mi tierra...Qué vejez más mala va a tené este hombre!!. jajajajaja

y es que está un poquitín delicadillo ;)

¡Qué se le va a hacer!...ser uno de los mejores escritores vivos hace que se le perdone casi todo.

;O

Aunque lo de la cabalgata de Reyes no sé si perdonárselo...¡Sr Marías! eso es sagrado!!!

domingo, 18 de abril de 2010

La crítica de mi tiempo. 18 /04/ 2010.

Ya que se avecina el Día del Libro… Primero fue el tópico de que todo crítico era en realidad un artista frustrado, que a menudo se vengaba de quienes habían tenido el talento o la audacia –novelistas, poetas, pintores, cineastas, músicos– que a él le habían faltado. Este tópico sigue vigente, en boca de muchos creadores que se sienten maltratados. Luego alguien le dio la vuelta a la frase, y apareció la rebuscada idea de que todo artista era en realidad un crítico frustrado. Hay bastantes individuos que parecen haberles dado la razón a ambos tópicos: escritores que ejercen la crítica y críticos que por fin se atreven a escribir una novela o dirigir una película. A mí me parecen incompatibles las dos actividades, aunque sólo sea por elegancia. Si uno escribe novelas y juzga las de los demás públicamente, en ello va implícita la presunción de que las propias son mejores. Si uno hace reseñas cinematográficas y luego también películas, se supone que en estas últimas no incurrirá en ninguno de los defectos que en tantas ocasiones habrá detectado y censurado en otros y que su obra será por fuerza impecable.

Quizá por eso escribí seis o siete críticas hace más de treinta años y no he vuelto a reincidir, si la memoria no me falla. Debo confesar que a veces le doy la razón al segundo tópico y que me apetecería ejercer ese oficio que otros ejercen sobre mis novelas, profusamente. El autor se cansa de que se opine sobre lo que él da a la imprenta –sea para bien o mal, eso acaba por resultar secundario– y de no opinar sobre lo de los otros más que en privado. (También se cansa de no poder criticar al crítico, en particular a algunos que le parecen llamativamente ignorantes o imbéciles, pero así están establecidas las reglas del juego: si uno hace público lo que escribe, no le queda sino callar ante los veredictos; le puede hacer vudú en casa al idiota de turno, pero nunca rebatirlo con otro texto.) A veces pienso que si dejara de escribir novelas (todo se andará), me sería posible iniciar una carrera de crítico literario, y a continuación me congratulo de que no me quepa esa opción, todavía, porque me temo que no dejaría títere con cabeza, o, mejor dicho, que iría completamente contracorriente, y me da la impresión de que eso es cada vez más inaceptable y “sacrílego”, y de que el peaje que se paga por ello es muy alto.

Hoy en día hay muchas obras o autores con los que se da una extraña unanimidad ensalzadora, y esa es sin duda una de las razones por las que la crítica cuenta tan poco y a la mayoría le trae sin cuidado. Desde que tengo memoria, nunca había sido mayor su descrédito. Es un género que siempre me ha interesado, y como soy más lector que escritor, y además espectador sin mezcla, la sigo leyendo bastante, aunque con crecientes pereza y hastío. Lo que me sucede con ella es preocupante, probablemente más para mí que para quienes la ejercen: cuando se produce una de esas frecuentes unanimidades elogiosas, suelo acabar acudiendo al libro o a la película entronizados, y casi invariablemente me encuentro con que las supuestas obras maestras me parecen directa y objetivamente malas. Con “objetivamente” quiero decir que me siento capaz de explicar por qué lo son, de razonarlo y argumentarlo. “El gusto es la anticipación del juicio”, escribió Sánchez Ferlosio, y a un crítico se le solía exigir que no se quedara en el gusto –que está al alcance de cualquiera– y que desarrollara el juicio. Demasiados reseñadores no pasan hoy de lo primero, se comportan como cualquier espectador a la salida del cine (“No me toca, no me ha llegado”) o como cualquier lector común al cerrar el volumen (“Qué apasionante”, o “Vaya rollo”). O como cualquier iletrado bloguero, a los que los críticos profesionales se van asemejando peligrosamente. Lo peor de estas unanimidades es que crean un estado de opinión poco menos que “obligatorio”, y que el disidente es sepultado en el acto bajo la acusación de resentido, o de provocador oficial, o de envidioso. Afinar está casi prohibido, cuando la tarea del crítico sería esa precisamente, afinar lo más posible.

Cuando leo o veo una de esas proclamadas “obras maestras”, detecto con frecuencia en ellas trucos de mala ley, o percibo que son inertes, o que caen en cursilerías inadmisibles, o que no inquietan ni interesan ni turban ni intrigan ni desde luego hacen pensar, o que halagan al lector con baraturas y lugares comunes de su agrado, o que copian descaradamente de otros (he dicho “copian”, no “plagian”, casi nadie es tan tonto como para plagiar hoy en día), o que se presentan como novedosas y repiten fórmulas ya gastadas hace cuarenta o más años, o que el autor es un simple y no suelta más que obviedades, o que se está adornando estilísticamente como si esperara un “olé” tras cada frase, o que se ha equivocado de arte y remeda series de televisión o cómics creyendo que con eso inaugura una nueva literatura, cuando no está entregando más que obras deudoras y epigonales, o que es un mero pendolista acumulativo y puntilloso, o que sus mayores fuerza y mérito no son suyos, sino de unos archivos policiales a los que tuvo acceso… Entonces no me queda sino preguntarme por qué los críticos profesionales no han visto nada de eso, cuando se les paga por verlo, o si es que yo no estoy capacitado para apreciar y disfrutar la literatura de mi tiempo. Lo cual sería muy grave en mi caso, dado que también lo que escribo pertenece a ese mismo tiempo.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 18 de abril de 2010

¿Hay quien dé más?. 11 /04/ 2010.

En estos días, no pocos portavoces católicos se preguntan con desgarro por qué se hace hincapié en los casos de pederastia protagonizados por curas, cuando esa práctica aberrante se da en todas las profesiones. El beato Prada, en un artículo de Abc particularmente farisaico, venía a decir, incluso, que en una sociedad enferma como la nuestra es natural que se contagien –pobrecillos– hasta algunos de los más virtuosos, una verdadera minoría en el conjunto de la población pecadora, haciendo caso omiso de que los sacerdotes siempre son una minoría en ese conjunto –y cada vez más–, y que el porcentaje de sus depravados resulta escandalosamente alto respecto a la totalidad del clero, que es como debe medirse y no respecto a la suma de los ciudadanos. (Y lo que ha salido a la luz lo ha hecho, además, contra presiones y omertà forzosa.) Sus palabras, como tantas otras veces, parecían dictadas por la Conferencia Episcopal, y en concreto por el Cardenal Cañizares, quien ha tenido el cinismo de afirmar que las noticias relativas a los abusos sexuales de menores perpetrados por religiosos no sólo no le preocupan en demasía, sino que son meros “ataques” que pretenden que “no se hable de Dios, sino de otras cosas”, como si hablar de cualquier asunto impidiera hacerlo de Dios (tal vez aspire a eso, a que nadie hable de nada… más que él y los suyos de Dios). El Secretario de Estado Vaticano ha declarado por su parte que “Hay personas que intentan desgastarnos”. Es de suponer que esas “personas” están encabezadas por los niños que, en silencio y temor, sufrieron manoseos y violaciones a cargo de sus custodios, y que, ya adultos y con menos pánico, se atreven ahora a levantar sus quejas.

Pero quizá la reacción más taimada ha sido la del propio Papa, quien ha quitado importancia a esos abusos recurriendo a la cita evangélica “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, como si su Iglesia no llevase siglos tirando piedras contra todos los pecadores (según su criterio), aterrorizándolos con la amenaza del infierno, persiguiendo a disidentes y herejes, quemándolos de vez en cuando, forzándolos a abjurar de sus convicciones, expulsando a los que se desviaban del dogma, imponiendo a creyentes y a no creyentes su fe y su concepción de la moral, obligando a todos a cumplir con sus preceptos, dictando leyes a su conveniencia. ¿Por qué se hace hincapié en los delitos sexuales cometidos por eclesiásticos? Porque éstos llevan la vida entera haciendo hincapié en los “pecados” de los demás, y han condenado y castigado con dureza sus faltas y debilidades. Porque son ellos quienes en buena medida han decidido qué era delito y qué no. Porque ellos han reclamado secularmente –y en España siguen, hasta donde pueden– la exclusividad en la formación, enseñanza y adoctrinamiento de los niños. Porque a lo largo de la historia han dicho o exigido a los padres: “Entregadnos a vuestros vástagos, somos lo mejor para ellos”.

Hasta quienes tuvimos la suerte de no ir a colegios religiosos en la clerical España de Franco sabemos que los tocamientos por parte de profesores con sotana estaban a la orden del día, y que legiones de críos los padecían sin poder rechistar. La imagen del cura vergonzantemente sobón o salido formaba parte del paisaje nacional (y supongo que en algunos internados la actitud ya no era vergonzante, sino indisimulada y aun descarada). Los religiosos no podían ser denunciados ante la justicia y obraban impunemente, y, como se ha comprobado ya en Irlanda, Estados Unidos, Austria, Alemania, Italia (el fenómeno se repite acusatoriamente), sus superiores, por lo general intolerantes con la población, eran en cambio tan tolerantes con sus subordinados viciosos que nunca los castigaban ni exponían ante la sociedad: los encubrían y se limitaban a trasladarlos de lugar, para que en el nuevo prosiguieran o reiniciaran, libres de sospecha, sus carreras delictivas. ¿Es culpa del celibato? Puede ser, en parte. Pero si uno piensa en la mentalidad de un pederasta, es fácil imaginar que éstos optaran por adscribirse a la Iglesia en masa, por las enormes ventajas que les ofrecía: acercanza de los niños y permanente contacto con ellos; su obediencia asegurada y autoridad moral sobre sus creencias; lenidad o connivencia de la jerarquía; impunidad garantizada, como la tuvo el fundador de los Legionarios de Cristo, Maciel, durante décadas; certeza de que jamás irían a dar con sus huesos en la cárcel, por mucho que se propasaran con las criaturas. Esta institución ha sido, sin duda alguna, el ideal del pederasta vocacional: gozaba de patente de corso a su amparo y le ponía bien a tiro a sus víctimas. Visto lo visto, confiar un hijo a los curas ha venido a ser como poner el gallinero al cuidado de una guardia infiltrada de zorros. No quiero decir que todos los sacerdotes sean sospechosos, en modo alguno. Pero es indudable que la Iglesia ha sido tradicionalmente no ya un magnfico refugio para los pederastas, sino el ámbito en que éstos han podido desenvolverse a sus anchas y sin peligro, y en el que sus posibles presas les eran servidas en bandeja o en patena. Cuando un eclesiástico comete abusos sexuales contra menores, claro que se hace hincapié en ello: porque ese acto encierra varias bajezas añadidas: abuso de confianza y de poder, manipulación de inocentes, aprovechamiento de posición dominante, doble rasero, hipocresía flagrante, profanación y prevaricación, corrupción y chantaje morales, amedrentamiento de la víctima cuando no su terror… En fin, ¿hay quién de más?

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 11 de abril de 2010

viernes, 9 de abril de 2010

Symphony X - The Edge of Forever



Pictures of what used to be,
lie in pieces on the floor
finds himself in an empty room,
her voice calls out to him
he opens the door, but there's no one there
no one there...

Draped in a silken glow of moonlight
through the mist I see, a lucid
cathedral appears to me.
pray for a glimpse of touch of sunlight
chain our shadow down, night settles in, my love,
you never make a sound.

Love is flowing from my fingertips
never in control of this domain.
All around me, my essence lay
watch the vultures circle through the pouring rain.

Close your eyes - and try to remember
discordant lullabies of days gone by.
Close your eyes - on the edge of forever
a chance to dream, fast asleep your nightmare ends.

As the walls converge around me.
castles crumbling down, everything is not
as it seems to be.

Once more, I fells I must return
no more will my soul burn. Dawn breaks the ground,
my love,
and with it you fade away...

Close your eyes - and try to remember
discordant lullabies of days gone by.
Close your eyes - on the edge of forever
a chance to dream, fast asleep your nightmare ends.

[solo]

Close your eyes - and try to remember
discordant lullabies of days gone by.
Close your eyes - on the edge of forever
a chance to dream, fast asleep your nightmare ends.

My love never dies...

martes, 6 de abril de 2010

Fuga de la muerte.

Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus
mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos en la mañana y al mediodía te bebemos al atardecer
bebemos y bebemos
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita cavamos una tumba en el aire no
se yace estrechamente en él
Grita cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad sonad
empuña el hierro en la cintura lo blande sus ojos son azules
cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la
danza

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y la mañana y al atardecer
bebemos y bebemos
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita él juega con las serpientes
Grita sonad más dulcemente la muerte la muerte es un maestro
venido de Alemania
grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como
humo en el aire
y tendréis una tumba en las nubes no se yace estrechamente allí

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía la muerte es un maestro venido de
Alemania
te bebemos en la tarde y la mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro venido de Alemania sus ojos son azules
te hiere con una bala de plomo con precisión te hiere
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
azuza contra nosotros sus mastines nos sepulta en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro venido
de Alemania
tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita

Paul Celan.

El país que perdió el humor. 4 /04/ 2010.

A falta de tantas otras virtudes, España se caracterizó casi siempre por ser un país con cierto sentido del humor. No con tanto como Italia o -a su manera- Inglaterra, pero casi. Aquí nunca se dejó de bromear, ni de exagerar, que es una de las formas clásicas de bromear. Y la mayoría de la población distinguía perfectamente ese registro y lo comprendía y participaba de él. Yo viví mis primeros veinticuatro años bajo el franquismo, régimen tan serio como ridículo y nada dado a la guasa. Pero no por eso la ciudadanía dejó de expresarse con zumba en privado y de hacer chistes sobre lo habido y por haber, empezando por el propio Franco y terminando por la severísima y privilegiada Iglesia Católica, tan afín a él y a su represión. Es sorprendente, así pues, que en esta época mucho más afortunada y menos sombría esté proliferando un tipo de español solemne, envarado, ceñudo, poseído de su rectitud, que no sólo no tolera una chanza ni una exageración, sino que parece incapaz de detectarlas. Un individuo que se toma todo a pecho y al pie de la letra, dificultando así, cada vez más, la aparición de la sal de la lengua, su chispa y su gracia. Los columnistas lo sabemos bien: ojo con la ironía, no digamos con el sarcasmo y la hipérbole, porque abundan los lectores que no captan esos tonos, que todo lo entienden en su más estricta literalidad, y que, para nuestro pasmo, pueden acusarnos de defender lo que atacábamos o de atacar lo que defendíamos, si para hacerlo no hemos sido puerilmente frontales y hemos hecho uso de ese viejísimo recurso de la ironía.

A raíz de las muy serias y franquistas declaraciones del actor Guillermo Toledo sobre la muerte del disidente cubano Zapata (franquistas porque son calcadas de las de los portavoces del franquismo en su día, que calificaban de “delincuentes comunes” o “terroristas” a los disidentes políticos, o los acusaban de servir a conspiraciones extranjeras, entonces orquestadas desde Moscú), se han resucitado, como si fueran un precedente, las indudables bromas y exageraciones de Juan Benet en un artículo de 1976 que escribió contra Solzhenitsyn, famoso disidente que había padecido años de cautiverio en el gulag soviético y que, quizá más por eso que por su talento novelístico, había recibido el Premio Nobel. Benet manifestó su mala opinión literaria de este autor, y además vino a decir que era un plasta, un Pepito Grillo y un santón disfrazado de tal. Amigo de la provocación y de la exageración, introdujo las frases que se han citado estos días con escándalo: “Creo firmemente que mientras existan gentes como Solzhenitsyn perdurarán y deben perdurar los campos de concentración. Tal vez deberían estar un poco mejor custodiados a fin de que personas como él, en tanto no adquieran un poco de educación, no puedan salir a la calle, etc”. ¿Ustedes creen que en 1976 alguien -salvo cuatro tontos de rigor- se tomó al pie de la letra estas palabras? Fueron entendidas como lo que eran, una gran boutade. Seguramente no del mejor gusto (Benet era cualquier cosa menos comunista, además), pero a casi nadie se le ocurrió aplicarles la más absoluta literalidad, como se ha hecho ahora al evocarlas.

Hace unas semanas, Pérez-Reverte manifestó su pesar, en varias entrevistas, porque en España no se hubiera instalado, en su momento histórico oportuno, una guillotina en la Puerta del Sol. Cualquier persona de otro tiempo habría captado en seguida que estaba empleando un lenguaje figurado y que lo que lamentaba era que no hubiéramos tenido un equivalente de la Revolución Francesa (que trajo, pese a todo, más bienes que males, y tampoco hay que ser comunista para creer eso) ni hubiéramos entrado cuando tocaba, por tanto, en la modernidad. Y que por ese motivo aquí hubieran seguido mandando los de siempre: reyes despóticos y miserables, curas coléricos y analfabetos, caciques atrasados y chupasangres. Pues bien, no han sido pocos los articulistas que se han llevado las manos a la cabeza queriendo creer que lo que Reverte pedía era un patíbulo ahora, frente a la sede de Esperanza Aguirre, o una nueva Guerra Civil. Adiós al lenguaje metafórico también.

Por su parte, a Rosa Díez se le ocurrió definir a Zapatero como “gallego, en el sentido más peyorativo del término”. Como política metió la pata hasta el fondo, debió haber previsto la que le iba a caer. Pero, eso aparte, no dijo nada particularmente ofensivo. Nos guste o no, todas las palabras pueden resultar peyorativas, depende del uso que se haga de ellas y del tono en que se pronuncien. Todos entendemos lo que -en principio- se quiere decir cuando se califica a alguien de “muy catalán” (tacaño), o de “muy madrileño” (chulo y farruco), o de “muy andaluz” (vivales y dado a las triquiñuelas), o de “muy valenciano” (ostentoso y estridente), o de “muy aragonés” (terco). Estas acepciones serán todo lo injustas que quieran, y podría desearse que no existieran en el futuro, pero aún persisten y no cabe borrarlas ni aún menos prohibirlas de un plumazo. No está en nuestra mano impedir que los demás nos vean como se les antoje, y eso es lo que los españoles de hoy no parecen comprender ni aceptar. Yo les recomiendo que lean el poema de Francisco Vighi “Regionalismo (Canción patriótica)”, en el que ya en 1920 se burlaba a la vez de estos estereotipos y -ojo- de quienes se soliviantan por ellos. Que suelen ser quienes los mantienen vivos, dicho sea de paso.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 4 de abril de2010