domingo, 26 de septiembre de 2010

Carta de Hannah Arendt a Martin Heidegger

Querido Martin,
Habrás oído hablar probablemente ya de mí por otras fuentes al azar. Esto toma la ingenuidad del mensaje mío, pero no la confianza de nuestra reunión pasada en Heidelberg, una vez más nuevamente y gratificantemente consolidada. Entonces vuelvo a tí hoy con la misma seguridad y con la misma petición: no te olvides de mí, y no te olvides de cuánto y cuán profundamente nuestro amor se ha convertido en la bendición de mi vida. Este conocimiento no se puede sacudir, no hoy, cuando, como salida de mi falta de inquietud, he encontrado un hogar y un sentido de pertenecer con alguien sobre quién usted puede ser que lo entienda mejor que todos. Oigo a menudo cosas sobre usted, pero siempre con esa reserva peculiar e indirectamente, que da simplemente hablar sobre un famoso nombre-que es algo que puedo reconocer apenas. Y quisiera de hecho saber -casi tormentosamente, cómo estás, en qué estás trabajando, y cómo Freiburg te está tratando.
Beso en la frente y los ojos
tu Hannah.


Estaba el ambiente caldeado, indignado. Aquello parecía la rebelión de las masas. La tarde no acababa de rodar, más bien rodaba por el suelo la corrida de Zalduendo y el desánimo del público. Hasta que Morante llegó con su terno grana y oro, con su capote terso, dulzón, lacio y derribó todos los códigos para ponernos de acuerdo a todos con un olé. Uno detrás de otro, porque la faena al quinto toro de la tarde contuvo una sinfonía de olés para derramarlos poquito a poco. El toro nos dio la primera sorpresa, descolgaba en la muleta pero apuntaba maneras de aguantar poco. Nos deslumbramos con los comienzos de faena, tan estéticos, tan profundos, tan absorbentes para los sentidos, pero con la sensación de que se acabaría pronto. ¿Nos prohibirían también a Morante? Pero el toro fue a más, con esa media arrancada que cosió Morante a los flecos de la muleta, casi imaginarios, casi un sueño, una ensoñación, una pintura, un esbozo, una faena que cruje entre los tendidos. Y entre pase y pase, un faenón. Una grandiosa obra de un grandioso torero llamado Morante. A gusto estaba, tanto tanto que el primer aviso sonó. Y hasta los tres nos hubieran dado sin inmutarnos. El arte no cuenta los tiempos. Prendió la espada, punto baja. Dos orejas de corazón, como la faena y una puerta grande soñada. La afición se echó a la calle para izar a hombros al torero y Morante, como años ha, fue llevado por las calles de Barcelona mientras hacían un canto a la afición y a la libertad. Algo histórico y pasional.
Qué emoción la de ver a Morante dos manzanas más allá de la Monumental. Y el fervor de una afición a pesar de la prohibición. ¿Prohibirán también la pasión un día de éstos?

Tensión en los tendidos
Indignación y libertad son las palabras más repetidas por los aficionados a las puertas de la plaza. La reciente prohibición de los toros en el Parlamento catalán ha creado una herida que está en carne viva. Ayer la afición quería sacar todas sus armas, su bandera, su canto a la libertad, a sus raíces, en cambio, se dividió cuando al acabar el primer toro, una parte de la afición comenzó a pitar al diputado del PSC David Pérez, que estaba en los tendidos de la plaza. Esta actitud fue seguida por otros aficionados y hubo momentos de tensión, más allá de lo propiamente taurino. Luis Corrales, cabeza visible de la Plataforma para la Defensa y Promoción de la Fiesta en Cataluña, hizo causa común y se sentó al lado del diputado socialista. Se disipó así la polémica política que sustenta la prohibición de los toros y que cuenta con distintas caras políticas. Jornada intensa en la plaza.

25 Septiembre 10 - Barcelona - Patricia NAVARRO


http://vimeo.com/15294645

Medrados estamos. 26 /09/ 2010.

Ya ven el mundo ridículo y vulnerable que incomprensiblemente se ha construido y al que estamos condenados quién sabe hasta cuándo. Escribo esto el 11 de septiembre, nueve años después del atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono, así que el asunto les sonará ya a viejo y ojalá esté casi olvidado, aunque me temo que esto último no podrá ser. Un imbécil de una población de Florida, Gainesville, pastor de una congregación minúscula de la que nadie había oído hablar fuera de allí, amenazó con celebrar el aniversario de la catástrofe con una quema de ejemplares del Corán junto a su vacía iglesia, como quien dice en el patio de su casa o en su salón. Da escalofríos pensar en manos de qué estrategas se encuentra el ejército más poderoso de la tierra al ver que al Comandante de sus fuerzas en la peliaguda Afganistán, General Petraeus –hombre de prestigio y recientemente nombrado para la misión en sustitución de otro que lo hacía peor–, como si no tuviera suficientes quebraderos de cabeza en ese país, no se le ocurrió nada mejor que ocuparse del pastor pirómano pueblerino ante una cámara, y expresar su preocupación por las nefastas y seguras consecuencias de su plan. A partir de ahí, nos hemos familiarizado todos con el capullo Terry Jones, un tipo con revólver al cinto y un bigote grotesco, convertido en celebridad universal.

A esta hora parece que lo han convencido de renunciar a su incendiaria kermés, pero para ello han hecho falta no sólo la atención de todos los medios de comunicación durante días, sino las apelaciones y admoniciones de Obama, Hillary Clinton, el Pentágono, el FBI, la ONU, la OTAN, la Unión Europea, el Papa y todas las autoridades musulmanas imaginables, eclesiásticas y laicas. Como si todas esas personas y organismos, al igual que el metepatas Petraeus, no tuvieran otra cosa que hacer ni más problemas que resolver. Como al pastor idiota lo ampara la primera enmienda de la Constitución americana, que protege la libertad de expresión, dentro de la cual se enmarca la quema de Coranes o de lo que le apetezca a usted, la única manera de impedirle llevar su iniciativa a efecto era rogarle, argumentarle, persuadirlo, a lo cual se han dedicado con todas sus energías los mencionados prebostes e instituciones.

Luego, claro, están los otros. Si el asunto resultaba tan grave era porque no ya los terroristas islamistas, sino demasiados musulmanes corrientes, amenazaban con una catarata de atentados, altercados y asaltos, no contra el pastor cretino y sus cincuenta fieles, sino contra todo lo “occidental”. No sé si el Corán dice algo al respecto –mis lecturas no suelen incluir obras pías–, pero en nuestra zona del mundo solía considerarse inadmisible que “pagaran justos por pecadores”, según la expresión antigua, y, antes que eso sucediera, se renunciaba a veces a castigar a los ofensores para no causar daño a inocentes. Es obvio que la estrategia terrorista va precisamente contra este escrúpulo. Si alguien de una nacionalidad, una raza, una religión, hace algo que no cae bien, inmediatamente son juzgados culpables todos los de esa nacionalidad, raza o religión, a todos se los puede perseguir y asesinar. Pero si muchos musulmanes normales, en modo alguno terroristas, también creen en la colectivización de la culpa, comprenderán que no hay mucho que hacer. En este caso concreto, pocos han tenido en cuenta que los dirigentes americanos y europeos condenaban la anunciada acción del pastor memo. La protesta y las amenazas se hacían extensibles a todos los occidentales sin excepción: hoy ya ha habido un muerto debido a ellas, en un intento de asalto, en Afganistán, a tropas… alemanas, que ya me dirán qué tienen que ver con Florida.

Hace pocos años nadie se habría enterado de la proyectada quema, en Gainesville como en Habichuela del Tremendillo. Hace tan sólo dos, de hecho, otro reverendo de parecido jaez, con iglesia en Topeka, Kansas, prendió fuego a un Corán en una calle de Washington. No lo supo nadie, como es natural, y nada pasó. Ahora el eco planetario de la estupidez del pastor estúpido significa que quedamos a merced de las ocurrencias de cualquier descerebrado en cualquier punto del globo. Lo que carecía de trascendencia, o simplemente era ignorado, puede desatar una crisis gravísima que requiera la mediación de todos, desde el Presidente de los Estados Unidos hasta San Juan Crisóstomo. Insisto: como si no hubiera más que hacer. Y en todo caso el mal ya es irreversible; aunque el pastor obtuso no haya encendido al final su cerilla, no les quepa duda de que, tras tamaña repercusión, le saldrán imitadores de debajo de las piedras. Su idea ya está esparcida y sembrada en las mentes de los infinitos tontos que, mamarrachada que ven, mamarrachada que copian con devoción. Quizá no sea él, pero serán otros los que quemarán Coranes aquí o allá. Y bastará con que un alto cargo avise públicamente de la hoguera que se prepara en Tempranillo de la Francachela, para que todos los medios, como borregos, difundan los terribles propósitos de sus veintidós vecinos y las más altas jerarquías se movilicen para implorarles que no los lleven a cabo, aunque sea en el patio de su casa o en su salón-comedor. Como dice mi amigo inglés Eric Southworth, cuyo excelente español proviene en buena medida de sus lecturas de clásicos: “Medrados estamos”.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 26 de septiembre de 2010

No gubernamentales a ratos. 19 /09/ 2010.

Lejos de mi intención criticar a las ONGs en general y a las personas de buena fe que a menudo las integran o les aportan fondos (entre estas últimas me cuento, aunque con cada vez menor confianza, lo que me ha hecho darme de baja en algunas de ellas). Su labor suele ser muy meritoria, y la ayuda que prestan no se ve menoscabada, cuando es eficaz y no contraproducente, porque haya entre sus miembros individuos que, más que preocuparse de veras por las calamidades e injusticias del mundo, parecen buscar sentido a sus insatisfactorias vidas y complacerse en su propia imagen combativa y solidaria, o incluso no pocos –sobre todo actores, cantantes, escritores, quienes tienen necesidad de construirse un “personaje público” lucido y rentable– que no desaprovechan ocasión de darse autobombo en compañía de los desventurados de turno y siempre llevan cámaras cerca que atestigüen y aventen su “compromiso” con cualquier causa que les adorne la biografía. Que haya quienes saquen partido a su defensa de los oprimidos, a su denuncia de los agravios, a su nutrición de los hambrientos, es una “mácula colateral” que con frecuencia hace sospechar de la espontaneidad y generosidad de los activistas, pero que en modo alguno invalida el conjunto de su tarea.

Últimamente, sin embargo, da la impresión de que el número de esos aprovechados aumenta. El eco mediático embriaga y ofusca a cualquiera, y es sabido que quien lo obtiene puede hacerse adicto a él y querer más cada vez. Algunas ONGs españolas que han saltado a la prensa por padecimientos que ojalá no hubieran sufrido, parecen haber perdido la perspectiva de lo que es útil para aquellos a quienes pretenden socorrer, y haberse ensimismado en una especie de narcisismo. Da la sensación de que ya no les importa tanto lo que puedan aportar cuanto el reflejo que les devuelva el espejo de su popularidad. Es de celebrar que los cooperantes de Acció Solidària secuestrados por la rama magrebí de Al Qaeda hayan regresado por fin salvos y casi sanos, aunque ello haya costado la excarcelación de algún terrorista y el pago de un rescate elevado a cargo del Estado español. Se ha comprobado que sus “caravanas de ayuda”, enviadas seguramente con la mejor intención, pueden traer más perjuicios que beneficios, desde luego para todos nosotros –y para los cautivos no digamos–, pero también para los destinatarios de dicha ayuda. Se ha comprobado que no todo lo que se nos ocurre es factible. Lo que resulta incomprensible es que esa misma Acció Solidària anuncia ahora que no se va a arredrar y que planea ya el flete de su próxima caravana –ojo con el narcisismo– no tanto para insistir en su apoyo a los necesitados cuanto como “homenaje” a los cooperantes maltratados. Uno se pregunta por qué no los homenajean en Barcelona, ya que han logrado volver allí, sin ponerse en peligro de nuevo, quizá volver a ser secuestrados –ojalá no sea así– e involucrar en su drama al Gobierno y a todo el país.

Otro tanto sucede con la docena de activistas del Observatorio para los Derechos Humanos en el Sáhara Occidental que fueron molidos a palos cuando se manifestaban contra Marruecos en El Aaiún, bien por la policía de allí, como aseguran ellos, bien por ciudadanos bestias a los que no gustó su actitud. Hay demasiada gente en España que, a la manera de los nuevos ricos, cree que puede ir a cualquier lado y hacer allí lo que le dé la gana como si estuviera en nuestro territorio. Si bajo la dictadura de Franco hubiera venido un grupo de franceses o noruegos a manifestarse contra el régimen en suelo español, es seguro que los grises o los muchísimos franquistas bestias que pululaban por aquí los hubieran hostiado, y que luego se les hubiera caído el pelo en la Dirección General de Seguridad. Lo mismo les ocurriría a esos activistas canarios si se plantaran hoy en Pekín y gritaran contra la dictadura china, o en La Habana contra la de Castro, o en Guinea contra la de Obiang, o en Caracas contra la de Chávez o en Moscú contra la pseudodemocracia de Putin y Medvédev, no digamos en Teherán contra la de Ahmadineyad. Hay cosas que, simplemente, uno sabe que no es posible hacer, y menos gratis y sin consecuencias; es preciso tener un mínimo sentido de la realidad. Pues bien, los miembros de ese Observatorio, lejos de haberse empapado a golpes de esa limitadora realidad, preparan ahora una “flotilla de la Independencia” para desembarcar a lo grande en el puerto de El Aaiún y volverse a manifestar. Están en su derecho y su causa es justa, allá ellos. Pero lo que resulta desfachatado y contradictorio es que la tal “flotilla” pida escolta y protección al Gobierno español. El abuso de las siglas nos hace olvidar a veces lo que éstas significan, y ONG quiere decir Organización NO GUBERNAMENTAL, y bien que todas ellas se han enorgullecido de esa N. ¿Cómo es, entonces, que esas Organizaciones NO GUBERNAMENTALES recurren a los Gobiernos cada vez que hay un problema, capturan a sus cooperantes o brean a sus manifestantes? Deberían ser coherentes. No es aceptable que hagan caso omiso de los Gobiernos cuando se trata de su proselitismo y su publicidad y que se pongan bajo el ala de aquéllos cuando les vienen mal dadas. Las ONGs son muy libres de meterse en cuantas bocas del lobo se les antoje, pero sería menester que, a partir de ahora y de una vez, lo hicieran por cuenta suya y sólo suya, sin pedir luego a los Gobiernos que tanto desprecian que les saquen las castañas del fuego.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 19 de septiembre de 2010

Muy buena!

viernes, 10 de septiembre de 2010

Nadar entre tiburones
no hubiera llegado a ser tan divertido
como beberte
de sangre a sangre
entre purpurina y corsés.

El tren pasó.
La estación entera, en silencio, cantaba tu requiem
como un borracho vomita una canción de madrugada,
de guitarras desafinadas y cuerdas de acero.
De cuando los amigos invitaban a sexo, pero tú querías amor,
loco. De cuando aún tenías amigas, de cuando aún tenías algo parecido
a una vida.
No sabías que el desierto sería como esa vida, larga, llena de sinsabores,
dolorosa y podrida como un corazón con cáncer,
el orín del desamparado, el papel podrido de las calles sin limpiar.
Y ahora estás ya viejo, y loco, para decirle nada.
Creías.

Pero débil, se acerca al escenario
y apenas atisba un par de pechos
que sólo desean...
...dinero.
No hay ojos ni miradas. No hay piel ni palabras...
Otra noche entregado
al abismo de la perdición de venus,
al aguijón y la puta locura
de desearte,
de desearte viva
de desearte viva y feliz
de desearte viva, feliz...y conmigo.

UNA HISTORIA DE GUERRA

Alguien escribió en cierta ocasión que si una historia de guerra parece moral, no debe creerse. Y alguna vez lo repetí yo mismo. Pero eso no es del todo verdad. O no siempre. Como todas las cosas en la vida, la moralidad de una historia depende siempre de los hombres que la protagonizan, y de quienes la cuentan. Ésta de hoy es una historia de guerra, y quiero contársela a ustedes tal como algunos amigos míos me han pedido que lo haga. La moralidad la aportan ellos. Yo me limito a ponerle letras, puntos y comas.

Base de Mazar Sharif, Afganistán. Cinco guardias civiles, de comandante a sargento, perdidos en el pudridero del mundo, formando a la policía afgana. Cinco guardias de veintidós llegados hace cinco meses y medio, desperdigados por una geografía hostil y cruel, en misión de alto riesgo, en una guerra a la que en España ningún Gobierno llamó guerra hasta hace cuatro días. Los cinco de Mazar Sharif, como el resto, eran gente acuchillada, porque lo da el oficio. Sabían desde el principio que a la Guardia Civil nunca se la llama para nada bueno. Y menos en Afganistán. Si lo que iban a hacer allí fuera fácil, seguro, cómodo o bien pagado, otros habrían ido en vez de ellos. Aun así, lo hicieron lo mejor que podían. Que era mucho. Atrincherados en una base con americanos, franceses, holandeses y polacos, vivían con el dedo en el gatillo, como en los antiguos fuertes de territorio indio. Igual que en los relatos de Kipling, pero sin romanticismo imperial ninguno. Sólo frío, calor, insolaciones, sueño, enfermedades, soledad. Peligro. Los únicos cinco españoles de la base, de la provincia y de todo el norte de Afganistán.

Ellos y sus compañeros habían llegado a la misión tarde y mal, aunque ésa es otra historia. Que la cuenten quienes deben contarla. Aun así, con la resignada disciplina casi suicida que caracteriza al guardia civil, se pusieron al tajo. Como era de esperar, no encontraron la mesa puesta. Quien estuvo por esos mundos con militares norteamericanos, holandeses y franceses, sabe de qué van las cosas. Sobre todo con los norteamericanos, que tienen a Dios sentado en el hombro como los piratas llevan el loro. Para hacerse un hueco entre sus aliados, distantes y despectivos al principio, no hubo otra que la vieja receta de Picolandia: aprender rápido, trabajar más que nadie, no quejarse nunca y ser voluntarios para todo. Y por supuesto, tragar mierda hasta reventar. Y así, a base de orgullo y de constancia, poco a poco, los cinco hombres perdidos en Mazar Sharif se hicieron respetar.

Un triste día se enteraron de la muerte de sus dos compañeros en Qualinao. De la pérdida de dos guardias civiles de aquellos veintidós que llegaron hace medio año, y de su intérprete. Y pensaron que el mejor homenaje que podían hacerles era que la bandera norteamericana que ondea en la base fuese sustituida, aquel día, por la española a media asta. Eso no se hace allí nunca, aunque a diario hay norteamericanos muertos, los franceses sufrieron numerosas bajas, y también caen holandeses y polacos. Así que el jefe de los guardias civiles, el comandante Rafael, fue a pedir permiso al jefe norteamericano. Accedió éste, aunque extrañado por la petición. Saliendo del despacho, el guardia civil se encontró con el jefe del contingente francés, quien dijo que a él y a sus hombres les parecía bien lo de la bandera. En ésas apareció otro norteamericano, el mayor James, que nunca se distinguió por su simpatía ni por su aprecio a los españoles, y con el que más de una vez hubo broncas. Preguntó James si los muertos de Qualinao eran guardias civiles como ellos, y luego se fue sin más comentarios.

A las ocho de la tarde, cuando fuera de los barracones apenas había vida, los cinco guardias se dirigieron a donde estaba la bandera. Formaron en silencio, solos en la explanada, cinco españoles en el culo del mundo: Rafael, Óscar, Rafa, Jesús y José. Cuando se disponían a arriar la enseña, apareció el teniente coronel francés con sus cuarenta gendarmes, que sin decir palabra formaron junto a ellos. Luego llegaron el mayor James, el teniente Williams y veinte marines norteamericanos. Y también los polacos y los holandeses. Hasta el pequeño grupo de Dyncorp, la empresa de seguridad privada americana destacada en Mazar Sharif, hizo acto de presencia. Todos se cuadraron en silencio alrededor de los cinco españoles, que para ese momento apretaban los dientes, firmes y con un nudo en la garganta.
Y entonces, sin himnos, cornetas, autoridades ni protocolo, el capitán Rafa y el sargento José arriaron despacio la bandera. Una historia de guerra nunca es moral, como dije antes. Si lo parece, no debemos creerla. Pero a veces resulta cierta. Entonces alienta la virtud y mejora a los hombres. Por eso la he contado hoy.

Arturo Pérez-Reverte. XLSemanal, 12 de Septiembre de 2010

No prometéis nada bueno. 5 /09/ 2010.

Ya sé que es sólo un juego de verano sin mayor importancia, pero no he podido por menos de mirarme con atención las listas que publicó este dominical en agosto con las cien películas y los cien actores que “cambiaron la vida” de cien profesionales hispanoamericanos del cine. También sé que todos, cuando se nos piden estas selecciones imposibles, tendemos a ser excéntricos, porque si no, no nos divertimos; nos encanta poner alguna película (o libro, o lo que sea) que en modo alguno juzgamos entre las mejores pero por la que tenemos debilidad, o bien intentamos salirnos un poco de la aburrida ortodoxia y resultar originales, dementes o escandalosos en alguna elección.

Pero en estas votaciones “hispanoamericanas” –la verdad es que la mayoría de los participantes eran españoles sin más– ha habido un elemento en verdad preocupante, a mi parecer, y es el desaforado nacionalismo o chauvinismo o patrioterismo que desprendían, no ya rayano en el ridículo, sino del todo inmerso en él. La supremacía del cine estadounidense ha sido clara, como correspondía. El resto del planeta, sin embargo, y si no he contado mal, se repartía los puestos de honor de la siguiente manera: entre las cien películas de la historia había siete italianas (con apoteosis del sobrevalorado y mal envejecido Fellini y ninguna de Rossellini, dicho sea de paso), cuatro suecas (todas de Bergman), cuatro británicas (una dirigida por un francés, Renoir, y otra por un mediocre llamado Anthony Harvey), tres japonesas, tres cabalmente francesas, dos más o menos alemanas (ninguna de Fritz Lang, por cierto), dos de cineastas daneses… ¡y dieciséis españolas o de directores españoles –es decir, de Buñuel–! Para mí ha sido una revelación: según estos patrioteros o quizá gremialistas individuos votantes, el cine hecho por españoles es, con diferencia, el más memorable del globo después del norteamericano. Y no es sólo eso: entre las primeras veinte películas, figuraban nada menos que cinco españolas o de Buñuel. Visto lo cual no entiendo, la verdad, cómo es que nuestra filmografía no es universalmente conocida, cómo es que en todos los países no se han disputado el concurso de nuestros directores y actores, o cómo es que fuera de aquí casi nadie sabe quién es Berlanga, cuyo El verdugo es muy buena, sí, pero no creo que en ningún otro sitio esté considerada la cuarta película de la historia del cine, cincuenta puestos por delante –es un ejemplo– de la más “impresionante” de John Ford. Tampoco me parece probable que haya muchos extranjeros dispuestos a suscribir que La niña de tus ojos, de Trueba, deja más huella que Dublineses, de Huston, por mencionar un caso sangrante. O que Los santos inocentes empequeñece a Vértigo, Ser o no ser, Con la muerte en los talones, El Gatopardo, y aventaja años luz a Sed de mal, El río y Centauros del desierto. Si me preguntan, no lo creo.

En cuanto a la lista de actores, más de lo mismo: entre los cien intérpretes que más han “marcado” a los votantes, nada menos que dieciséis españoles, gente, como se sabe, nacida para actuar. Fernán-Gómez es mucho más admirable que James Stewart y Charles Laughton; López Vázquez, Luis Tosar, Rabal y Carmen Maura están muy por encima de John Wayne, Bogart, Caine, Marilyn Monroe, Orson Welles y Audrey Hepburn, cómo me va usted a comparar; y no digamos de Gary Cooper, Robert Mitchum y Henry Fonda, esos tres no les llegan ni a la suela del zapato; Ángela Molina conmueve más que Sordi, Gabin y Clark Gable; y Javier Cámara, Rosa María Sardá y Juan Diego les dan unas cuantas vueltas a Marlene Dietrich, Buster Keaton y William Holden. Y todos, absolutamente todos –y quién sabe cuántos españoles más– miran con desprecio, desde sus alturas, a aquel infeliz de Burt Lancaster, que ni siquiera figuraba entre los cien elegidos. Es una opinión personal, pero, aunque sólo hubiera hecho El Gatopardo en su vida, Lancaster ya merecería estar no entre los cien, sino entre los diez intérpretes de la historia.

Cuestión de gustos. Lo preocupante, lo llamativo, es esto: los profesionales de nuestro cine, ¿a quién pretenden engañar? ¿Qué pretenden al votarse entre sí y a la raquítica industria nacional? ¿Tal vez convencer al Ministerio de Cultura de que esa industria es añeja y sólida y ha dado más obras maestras que la de cualquier otro país a lo largo de un siglo (los Estados Unidos aparte), y que por ello hay que cuidarla, favorecerla y subvencionarla? ¿Tal vez convencer de lo mismo a los lectores, para que vayan a ver cine nacional? Si así fuera (y no el mero pataleo acomplejado de “semoh loh mejoreh”), hay algo en lo que no han reparado: si nuestros cineastas tienen una ignorancia supina y desconocen a Ophuls, Rossellini, Lang, Renoir, Preminger, Griffith y tantos más de los que no destacaban una sola cinta; si su gusto es tan dudoso como para considerar El día de la bestia –lo siento, es un ejemplo– más memorable que Perdición, La diligencia, El hombre que mató a Liberty Valance, El hombre tranquilo y Johnny Guitar; si además juzgan que la ridícula y cursi Bailar en la oscuridad, de Von Trier, merece estar entre las cien películas que “cambiaron su vida”, ¿qué aficionado con dos dedos de frente y una mínima formación cinematográfica va a ir a ver las creaciones de estos individuos? Francamente, queridos, así no prometéis nada bueno.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 5 de septiembre de 2010.


Salvo por lo de Bailar en la oscuridad, de acuerdo completamente.