sábado, 31 de enero de 2009

Aramburu: Premio RAE 2008 por 'Los peces de la amargura'

'Los peces de la amargura' está compuesto por diez relatos cortos en torno a la realidad vasca, un libro en donde, según Aramburu, se muestra "la escuela del odio que dificulta pensar en libertad" en el País Vasco, a través "de una doctrina basada en la consigna y la deshumanización de las víctimas".

"No hay discurso político, ni información de prensa que supere el hecho de haber vivido la realidad vasca", aseguró De la Concha, refiriéndose a la adolescencia de Aramburu, en constante roce, en palabras del autor, con "la fascinación de las formas, el fuego y las frases que resuenan dentro de la cabeza de un chaval de 14 ó 15 años" expuesto al "adoctrinamiento" de la izquierda abertzale.

"A mí me protegió del extremismo la vida en la ciudad, y la cultura, y los libros", afirmó Aramburu, quien mostró su pesimismo ante el posible fin de la violencia terrorista en el Pais Vasco. "El terrorismo etarra debe terminar por implosión, ya que ETA no es un grupo de gente, sino un mecanismo al que cualquiera se puede incorporar; sólo cabe la esperanza de generar disidencia dentro de ese mundo", aseveró el escritor.

Según Aramburu, 'Los peces de la amargura' es una "opción artística". "No me consta la existencia de un código moral en la obra de un escritor", afirmó el autor, quien, sin embargo, matizó que su mirada de la cuestión vasca "no fue neutral ni apolítica, mostrando sin indulgencia ni aquiescencia a los terroristas".
(Europa Press)


Un padre se aferra a sus rutinas y aficiones, como cuidar los peces, para sobrellevar el trastorno de una hija hospitalizada e inválida; un matrimonio acaba fastidiado por el hostigamiento de los fanáticos contra un vecino y esperan que éste se decida a marcharse; un hombre hace todo lo posible para que no lo señalen, y vive aterrado porque todos le dan la espalda; una mujer decide irse con sus hijos sin entender por qué la acosan.

Es difícil empezar a leer las historias en principio modestas, de una engañosa sencillez de
Los peces de la amargura, y no sentirse conmovido, sacudido –a veces, indignado– por la verdad humana con que están hechas, una materia extremadamente dolorosa para tantas y tantas víctimas del crimen basado en una excusa sin fundamento.



Más que merecido, obligado reconocimiento a una obra excepcional en todos los sentidos.

Ahí van las palabras del Maestro Pérez-Reverte.
Ellas me llevaron a la obra. Y nunca le estaré lo suficientemente agradecido.


LOS PECES DE LA AMARGURA

Es raro que recomiende una novela actual. Ni siquiera las de los amigos, excepto rarísimas excepciones. En primer lugar leo muy pocas. Las novelas las carga el diablo, y cada cual tiene sus gustos. No soy fiable en eso. Otra cosa son novelas de antes, clásicos y asuntos así; cosas que a uno le parecen poco conocidas, o injustamente olvidadas. También, muy rara vez, un autor joven o nuevo que me deslumbra, como ocurrió en su momento con Las máscaras del héroe de mi hoy vecino Juan Manuel de Prada, o cada vez que Roberto Montero, alias Montero Glez, saca libro nuevo –acaba de publicar su premiada Pólvora negra–. A veces algún lector me pide una lista de títulos; pero procuro escurrir el bulto, en especial cuando se trata de novela posterior a la primera mitad del siglo XX, excepto Anthony Burgess, Le Carré, Pynchon, O’Brian y alguno más. Todos guiris, como ven. En España, mis labios están sellados. O casi. Por una parte, no estoy muy al tanto. Por la otra, no me gusta ser responsable de nada. Ni de lo bueno, ni de lo malo. Bastante tengo encima con lo mío.

Hoy, sin embargo, debo saltarme la norma. Y lo hago porque ni conozco al autor ni creo que me lo tropiece nunca. Se llama Fernando Aramburu, es más o menos de mi quinta, vasco de San Sebastián, y creo que vive en Alemania. Todo esto lo sé por la solapa del libro, que salió hace año y medio, pero que me regaló ayer mi compañero de la Real Academia Carlos Castilla del Pino. Se titula Los peces de la amargura, y lo hojeé más por cortesía que por otra cosa. Pensaba dedicarle media hora pero me lo zampé en una tarde, hasta la última página, tras haberme removido doscientas veces, conmovido e inquieto, en la butaca. Luego me levanté pensando: «Mañana me toca escribir lo de XLSemanal, y así de caliente tengo dos opciones: desahogar esta mala leche, y que algunos lectores vascongados se acuerden de mis muertos, o escribir un artículo hablando de este puto libro». Así que ya ven. Me decido por el libro.

Son varias historias escritas de forma muy limpia, sin adornos. Al grano. Prosa seca y cortada, casi documental. Todas ocurren en el País Vasco, en pueblos o ciudades. Vida doméstica que allí es cotidiana: un padre que se aferra a los peces de su acuario para soportar la desgracia de su hija mutilada en atentado terrorista, la madre de un joven preso de ETA, la mujer de un policía municipal hostigada en un pueblo, el compañero de juegos que luego lo será de atentados, la cobardía vecinal ante el que ha sido marcado como enemigo de la patria vasca... No son historias contadas desde un solo punto de vista. Todo cabe en ellas: los motivos y las sinrazones, los verdugos y las víctimas cuyos papeles pueden trocarse en un momento. La memoria y el presente, el miedo, la vileza, la desesperanza, la derrota, la supervivencia. Sobre las doscientas cuarenta y dos páginas del libro –ya he dicho que se lee en una tarde– planea todo el tiempo una sombra densa de tristeza. De la amargura que contiene el título de esta obra singular.

Créanme: no hay discurso de político, información de prensa, análisis de experto, obra monumental por volúmenes, telediario ni retórica alguna que logre transmitir de forma tan contundente, estremecedora, el hecho de haber vivido y vivir la realidad vasca. La de verdad. La que nunca hay cojones para expresar en voz alta. No la simpática de boina, tapeo y partida en el bar, ni la idílica rural de valles y colinas verdes, ni la oficial de discursos mirando al tendido. Los peces de la amargura cuenta la verdad de un mundo, de una tierra y de una gente con miedo, con odio, con cáncer moral en el alma. De algo a lo que el silencio de tantos años, el paraguas de las complicidades cruzadas, la cobardía y la infamia, siempre presentes y nunca desnudas, no han hecho sino pudrir y enquistar como un absceso. Sin que le tiemble el pulso, desgranándolo con mucha calma página a página, el autor nos habla precisamente de todo aquello de lo que allí no se habla, no se debe mirar y no se toca: el miedo de una esposa, el silencio de una madre, la desesperación de la ausencia, la impotencia de la víctima, el veneno de los obtusos y los malvados, la ausencia de caridad de los fanáticos, la infame ruindad cobarde, insolidaria, que nos caracteriza a la mayor parte de los seres humanos.

No sabía mucho hasta ahora, como digo, de Fernando Aramburu ni de este libro –no hay tiempo ni ganas para todo–, excepto que su autor es escritor solvente y respetado por algunos de mis amigos. Tampoco sé si le caigo bien o mal, o si ha leído alguna de mis novelas. Me importa un rábano. Pero merece esta página más que yo. Por eso hoy se la dedico. Para que conste.

El Semanal 18 de mayo de 2008

viernes, 30 de enero de 2009

Obertura "Las Hébridas" - Felix Mendelssohn

La primera versión de Las Hébridas fue concluida en Roma, en diciembre de 1830. El estreno tuvo lugar el 14 de mayo de 1832 por la Sociedad Filarmónica de Londres. La versión final está fechada el 20 de junio de 1832.
Mendelssohn tenía unos veinte años cuando comenzó a viajar extensamente y a narrar sus impresiones sobre las tierras extranjeras en una serie de composiciones. En el verano de 1829 visitó Escocia, empezó a esbozar lo que 13 años más tarde se convertiría en su Sinfonía Escocesa. Mientras se encontraba en Escocia visitó las islas Hébridas, aquí es donde escribió el tema para su obertura Las Hébridas. Llevaba consigo los esbozos de la obertura cuando fue a Italia, al año siguiente, donde comenzó la Sinfonía Italiana.

Varias veces, el compositor pensó que había terminado Las Hébridas, sólo para luego sentirse insatisfecho. Existen tres muy distintos manuscritos de la obra terminada, que difieren entre sí considerablemente. Inicialmente la pieza fue denominada Overtüre zur einsamen Insel ("Obertura a la Isla Solitaria"). La primera revisión fue titulada Die Hebriden. La versión final, Las Hébridas, es considerablemente más corta que sus homologas anteriores. Finalmente, fue publicada como la obertura La Cueva de Fingal.
Entrada de la cueva

En una carta fechada el 7 de agosto de 1829, el compositor anotó los temas que abren la obertura. De inmediato comenzó a escribir lo que después se convertiría en el tema inicial de la obra, y se la envió a su hermana, Fanny Mendelssohn, en una carta en la que afirmaba: "Para lograr que comprendas hasta qué punto me han afectado las Hébridas, te envío lo siguiente, que vino a mi cabeza allí". Más tarde asoció este tema con la Cueva de Fingal, una gruta de la isla hebrideana de Staffa, aunque él no vio la gruta hasta el día después de escribir la carta. En aquella época la cueva tenía aproximadamente 11 metros de altura y 60 de profundidad, y contenía coloridos pilares de basalto

Mendelssohn escribió a su casa desde Italia el 30 de noviembre de 1830, diciendo que trabajaba en la pieza todos los días, con el fin de terminarla como regalo de cumpleaños para su padre. El 20 de diciembre, un poco tarde para el cúmpleaños, dijo que la obertura estaba terminada. Pero mucho después escribió a su hermana, el 21 de enero de 1832: "Me gusta demasiado la pieza para interpretarla en un estado imperfecto, pero espero ponerme a trabajar en ella pronto y tenerla lista para Inglaterra y la fiesta de San Miguel... La sección media en Re mayor es muy tonta. La totalidad del así llamado desarrollo sabe más a contrapunto que a aceite de ballena, gaviotas y aceite de hígado de bacalao, y tiene que ser al revés."
Jejeje...


El amigo del compositor, el pianista Ignaz Moscheles, escribió: "La primera versión parecía tan bella y tan bien redondeada que no podía concebir ningún cambio y discutimos este punto nuevamente hoy. Sin embargo, él se mantuvo en su decisión de cambiarla." La primera revisión fue utilizada para el estreno del 14 de mayo. Poco tiempo después Mendelssohn hizo su revisión final, que fue publicada en abril de 1835 y es la que se ejecuta actualmente.

La obertura es bellamente evocativa. Las oscilaciones y arpegios en semicorcheas que impregnan la composición sugieren el viento y las olas que deben haber impresionado a Mendelssohn en Las Hébridas. Igualmente efectivo son los atisbos de melodía que conforman el tema principal. Hasta el segundo tema no escuchamos nada que se parezca a un tema completamente desarrollado. Cuando llega, este tema resulta especialmente encantador debido a la ausencia anterior de una melodía amplia. Esta línea lírica, en los violonchelos y después en los clarinetes, es una de las ideas inspiradas de Mendelssohn, simple y bella. La obertura termina desvaneciéndose bastante abruptamente en el silencio, como si los vientos y las mareas de la Cueva de Fingal se hubieran extinguido momentáneamente, para regresar pronto.


miércoles, 28 de enero de 2009





Me he reido pensando
en ti. Una risa grande,
y una lágrima incipiente,
como la linde del bosque,
ha quebrantado
los límites del auto-engaño.
Me he imaginado una estampa,
llena de acordes azules
y dulce poesía de las glosas
de lo siglos olvidados;
Y he vuelto a reir. Hemos reido juntos,
como hacíamos entonces.
Llenos de ansiedad por el amor
cuando la fiebre entregaba
nuestras almas
sin pedir rescate alguno,
y Melisenda moría bajo la luna.
He perseguido
el sueño y el trueno;
y han relucido las manos del destino
en las sienes de una calavera.
Ya descubrí la verdad;
hace años.
Ahora la pongo en práctica para reir.
Con la risa amarga del que no espera nada.
Cuando has recorrido el filo
miras la llanura
con la sana lucidez de la preclaridad.
Yo hago este circunloquio...
otros lo llaman belleza, verdad, libertad y amor.
¿Qué más da?, me pregunto,
si puedes compartirlo
con otros ojos sinceros
y atravesar el mar que tumbó a Ahab
de la mano de un amigo.
Perderemos, si...pero juntos.

martes, 27 de enero de 2009

"El Giaour", de Byron.

Aaains...el vampiro!!
la figura imprescindible. La silueta tenebrosa que me apasiona desde mi más tierna infancia!!!
En pocos temas he llegado a tal nivel de implicación, de profundidad en el estudio. Soy, literalmente, un devorador de cuanto tema vampírico se cruza en mi camino.
Lord Byron - El Giaour (fragmento)

Pero primero, sobre la tierra, como vampiro enviado,
tu cadáver de la tumba será arrancado;
luego, lívido, vagarás por el que fuera tu hogar,
y la sangre de todos los tuyos has de beber;
allí, de tu hija, hermana y esposa,
a medianoche, la fuente de la vida secarás;
Aunque abomines del banquete, debes, forzosamente,
nutrir tu lívido cadáver viviente.

Tus víctimas, antes de expirar,
en el demonio a su señor verán;
maldiciéndote, maldiciéndose,
tus flores marchitándose están en el tallo.
Pero una que por tu crimen debe caer,
la más joven, entre todas, la más amada,
llamándote padre, te bendecirá:
¡esta palabra envolverá en llamas tu corazón!

Pero concluir debes tu trabajo y observar
en sus mejillas el último color;
de sus ojos el último destello,
y su postrera y vidriosa mirada debes ver
helarse sobre el azul sin vida.

Con impías manos desharás luego
las trenzas de su dorado cabello,
que fueron en vida bucles por ti acariciados
y con promesas de tierno amor despeinados;
¡pero ahora tú lo arrebatas, monumento a tu agonía!
Con tu propia y mejor sangre chorrearán
tus rechinantes dientes y macilentos labios.
Luego, a tu lóbrega tumba caminarás;
ve, y con demonios y espíritus delira,
hasta que de horror estremecidos, huyan
de un espectro más abominable que ellos.

(...)



"El Giaour" es el primer "Romance oriental" que publicó el genio cojo.
Un Giaour es, en turco, un infiel, un renegado de su fé.
El origen de la historia está en uno de los largos viajes de Byron, cuando oyó una noticia sobre el cadaver de una mujer encontrado en un saco, en el mar. Por lo visto, era costumbre Turca hacerlo con mujeres que hubieran cometido adulterio.
Este hecho despertó la fantasía de Byron.
Su éxito (Byron aun estaba sumido en el estruendo de su Childe Harold) llevó al escritor a crear otros tres cuentos turcos ("La novia de Abydos", "El corsario" y "Lara").
La obra está llena de héroes, heroinas, honor, sangre, orientalismo exótico...y el añadido vampírico, como figura trágica condenada a beber la sangre y a destruir la vida de sus seres queridos. Es posible que se basara en el poema recientemente publicado de Robert Southey "Thalaba el Destructor" (maravillosamente musicado por Granville Bantock, por cierto...pero el tema musical es otra historia en la que me detendré tarde o temprano...porque no sé ni cómo empezar jajaja)



"Combate de Giaour y Hassan " Delacroix, 1826.Óleo sobre lienzo. Art Institute of Chicago

lunes, 26 de enero de 2009

Triana - "Abre la puerta"



Yo quise subir al cielo para ver
y bajar hasta el infierno
para comprender
qué motivo es
que nos impide ver
dentro de tí
dentro de mí.

Abre la puerta, niña
que el día va a comenzar
se marchan todos los sueños
qué pena da despertar.
Por la mañana amanece
la vida y una ilusión
deseos que se retuercen
muy dentro del corazón.

Soñaba que te quería
soñaba que era verdad
que los luceros tenían
misterio para soñar.
Hay una fuente niña
que la llaman del amor
donde bailan los luceros
y la luna con el sol.

Abre la puerta niña
y dale paso al amor
mira que destello tiene
esa nube con el sol.

Por la mañana amanece
la vida y una ilsuión
deseos que se retuercen
muy dentro del corazón.
Hay una fuente niña
que la llaman del amor
donde bailan los luceros
y la luna con el sol.

Abre la puerta, niña
que el día va a comenzar
se marchan todos los sueños
que pena da despertar.
Hay una fuente niña
que la llaman del amor
donde bailan los luceros
y la luna con el sol.


...

Pierdo la cabeza y olvido respirar.Son Triana, señores. Palabras mayores.
En los 70 fusionaron, con la mayor naturalidad, el rock progresivo que por entonces hacían Yes, King Crimson o Génesis con el elemento más puramente andaluz. Y sin perder el acento (¿habrá quien no lo entienda?...).
La poesía hecha música y la música en la poesía.
Disfrútenlo.

domingo, 25 de enero de 2009

"Puritanismo y predestinación" - 25/01/2.009

Demasiada gente cree todavía en la predestinación, según se comprueba a diario. Las biografías de los varones y mujeres ilustres se remontan, por fuerza, al nacimiento e infancia de los biografiados, y tienden a rastrear los rasgos de su talento en los periodos más remotos de su existencia, y por consiguiente a ver señales de lo que luego han sido allí donde no los había ni seguramente podía haberlos. Se parte de una base tramposa y falsa, es decir, del conocimiento de una vida cuando ésta ya ha concluido o por lo menos se ha desarrollado. Se lleva a cabo una operación parecida a la siguiente: cuando uno ha terminado de leer una novela o de ver una película, puede volver a empezarlas y fijarse en cuantos elementos y datos preanuncian ese final que ya conocemos, y que en la primera lectura o visión nos pasaron inadvertidos, justamente porque ignorábamos hacia dónde conducían. Pero, así como esto es posible hacerlo -y en Hitchcock es apasionante- en una obra narrativa, concebida y ejecutada por un autor que nos da pistas, pretender otro tanto con las vidas reales es una de dos: o un disparate, o una prueba de la creencia fanática en Dios -en tanto que “autor”- por parte de quienes realizan esas “lecturas” retrospectivas. Las niñeces de Shakespeare o Cervantes, Napoleón o Hitler no tienen en sí ningún interés mientras duran, esto es, mientras ellos -esos niños- no pueden ser todavía los Shakespeare, Cervantes, Napoleón y Hitler que conocemos. Lo mismo ocurre con sus respectivas adolescencias y juventudes primeras: durante ellas, los hombres “importantes” son del montón, no necesariamente destacan por su genialidad ni por su maldad, e investigarlas a posteriori carece en realidad de sentido.

Juan Benet decía, en broma, que le parecía injusto que la prensa dedicara páginas a la muerte de un gran hombre, y ni una línea a su nacimiento. ¿Cuántos niños muertos prematuramente podrían haber sido sublimes figuras de la ciencia o el arte? En su corta vida no hubo nada que lo anunciara, de la misma manera que, con alguna excepción rara -Mozart, quizá-, nada hubo en los primeros años de ningún prohombre o promujer que alertara de los bienes o males que iban a dejar tras de sí. ¿Cuántos reyes -por mencionar un oficio en el que en principio sí es posible el pronóstico- no llegaron a serlo pese a su primogenitura, y cuántos acabaron siéndolo en contra de las previsiones, y cuando sólo estaban llamados a ser segundones y tercerones? Al propio Juan Carlos I no le habría tocado serlo. Tuvieron que renunciar a sus derechos sucesorios sus tíos Alfonso y Jaime, entre otras circunstancias, para que pudiera ceñirse la corona que aún lleva puesta. De no haber sido así, hoy sabríamos muy poco de él.

Esta absurda creencia en la predeterminación de las vidas, esta ridícula superstición, se ha trasladado también a las personas meramente famosas, a las que se convierten en Alguien o alcanzan logros notables, con la agravante de que se las quiere hacer responsables y aun culpables de sus anodinos e intercambiables pasados, como si hubieran tenido la obligación de saber, desde su nacimiento, lo que iban a llegar a ser. Hace unas semanas pillé un fragmento de programa de televisión en el que un cenáculo de buitres debatía -es un decir- sobre la Princesa de Asturias y una supuesta biografía de ella que al parecer había iniciado otro buitre y cuya redacción éste había interrumpido no sé si por presiones de altura o por alguna extravagante prebenda compensatoria o por qué. Uno de los buitres presentes amenazaba con encargarse él del proyecto, y alardeaba de que, si se ponía manos a la obra, no era capaz de detenerlo “ni Dios”. “Tiene mucho pasado”, exclamaba uno, refiriéndose a la Princesa. “Si no quiere que le escriban una biografía, será que tiene mucho que ocultar”, se leía en varios de los mensajes que envía la hez de los telespectadores en esta clase de programas y que aparecen sobreimpresionados en la pantalla. “Estamos en nuestro derecho a saber, para eso le pagamos”, exclamaban otros. “Por supuesto que esa biografía sería pertinente, pese a su juventud”, dictaminaba una buitresa. “Si va a ser Reina, debemos saber qué ha hecho y quién ha sido”. Había por allí muy mala idea, pero sobre todo mucha confusión, aunque fuera interesada y deliberada. Tal vez se tenga derecho a saber del comportamiento de alguien -sería dudoso y discutible- a partir del momento en que ese alguien se convierte en Alguien, con mayúscula; pero en modo alguno con anterioridad. La Princesa Letizia podría haber hecho mil barrabasadas hasta el día anterior al anuncio de su compromiso con el Príncipe Felipe, y nadie podría decir nada al respecto, menos aún juzgarla por ello. Hasta aquella fecha era una particular como usted y como yo, y nada había habido en su nacimiento, infancia, adolescencia y primera juventud que vaticinara que un día pudiera ser Reina de España. Según esos buitres, sin embargo, y la hez de los espectadores que piensan que “tendrá mucho que ocultar”, la pobre Letizia Ortiz debería haber intuido o adivinado, por inspiración celestial, el alto papel que le tocaría desempeñar y haberse conducido en consecuencia desde la cuna y el parvulario, por si acaso. Todo esto es, en el fondo, una manera más de inducir a la gente a no hacer nada “inconveniente” ni desde luego a “pecar”, y a mantenerse casta y en una especie de burbuja por siempre jamás, por si las moscas. El puritanismo se disfraza a menudo de escándalo y acecha siempre, hasta bajo la piel de buitre. O será bajo el plumaje, más bien.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 25 de enero de 2009

sábado, 24 de enero de 2009

Las Majas del Bergantín (Zarzuela Náutica)

Los que me conocen saben que adoro Les Luthiers. Me parecen la cima del humor de todos los tiempos. No hay nadie que los supere. Acaso alguno los iguala puntualmente;)

Este es uno de mis números favoritos: por letra, interpretación y música. Porque eran (son) músicos como la cpa de un pino!!!

Que levante la mano quien termina de ver esto y no sale cantando eso de una boteeella, una bootellaa!!!



MM: Marcos Mundstock; EA: Ernesto Acher; CNC: Carlos Núñez Cortés; JM: Jorge Maronna; DR: Daniel Rabinovich; CLP: Carlos López Puccio; Coro y Majas: Les Luthiers.

MM: A continuación y en la última parte del presente recital, Les Luthiers interpretarán un fragmento de la zarzuela "Las majas del bergantín". La zarzuela “Las majas del bergantín” narra la historia de los marinos del navío de una corona española que transporta a un grupo de prisioneras para ser juzgadas en Cádiz. Describe la relación de los marinos con las forajidas, mientras el bergantín es asediado por el barco del pirata Raúl a cuya banda pertenecen las prisioneras. Esta zarzuela está basada en la novela "Lejanías" de Jorge Esteban Pérez Ríos y la adaptación no fue fácil, ya que la novela original trata de un labriego que vivía solo con su loro. Los autores de "Las majas del bergantín" Rafael Gómez y Sampayo y Ataulfo Vega y Fabret, responsables de varias zarzuelas de éxito, luego de ponerse de acuerdo sobre las líneas generales que debían de seguir tanto la música como la letra, trabajaron por separado durante tres meses; cuando se volvieron a encontrar descubrieron con cierto desagrado que ambos habían escrito la letra. Fue entonces cuando decidieron incorporar un músico al equipo, recurrieron al compositor y célebre guitarrista Ramón Véliz García y Casal a quien llamaban el “Cervantes de la guitarra”, porque era manco. Por fín, “Las majas del bergantín” se estrenó con relativo éxito. El crítico del “Correo lírico” lo expresó del siguiente modo. Escribió: “Si los decorados hubieran sido tan rígidos e inconmovibles como lo fueron los cantantes; y si el argumento hubiera despertado tanta intriga como la afinación de la orquesta, probablemente los aplausos habrían sido tan abundantes como el físico de la soprano”. Escucharemos a continuación y finalizando el presente recital, una escena del 2º acto de "Las majas del bergantín", zarzuela de Pérez Ríos, Gómez y Sampayo, Vega y Fabret y Véliz García y Casal. Los marinos cantan orgullosos de su bergantín. que gallardo desafía la furia de los vientos.

1ª parte


2ª parte





Coro:
Sopla el viento, sopla el viento,
como nunca antes sopló (fff, fff)
y nuestro bergantín orgulloso avanza y veloz (fff) veloz (fff)
y surcando las aguas desafiando al viento va (fff, fff)
resistiendo tan gallardo, tan gallardo, terco y tenaz (fff) y tenaz (fff)
es la pura verdad, verdad, la verdad, verdad, la verdad.
junto al viento, junto al viento,
ya se oye nuestra voz.,
que va exclamando valiente
ay que mareo, que mareo,
ay que mareo, que mareo,
tan atroz, y olé (fff).

EA: Recórcholis como se mueve este cacharro, haré arriar las velas. Contramaestre. (Hablándole a Marcos) Foques enrollados, Jarcias adujadas y cabos a la cornamusa.
MM: ¿Y de postre?
EA: En fin, de todos modos, magnífica tripulación.
Coro: Gracias, gracias.
EA: Y hermoso bergantín.
JM: Gracias, gracias
EA: Mi bergantín... hablando de bergantín, ¿os habéis fijado cuantos nombres de embarcaciones comienzan con be larga?
CNC: Barco
JM: Buque
MM: Bote
CNC: Balsa
CLP: Bajel
JM: Balandro
DR: Velero... ¡bestia!
MM: Fragata
EA: Fragata es con efe
MM: Es que la fragata que yo digo se llama "Bilbao". Capitán quisiéramos hacerle un petitorio.
EA: ¿Un petitorio?
MM: Un petit-orio. Verá ud., respecto de las prisioneras que llevamos en la bodega, y teniendo en cuenta que hace dos meses que estamos en alta mar y no tocamos puerto, ni nada, quisiéramos pedirle que las deje subir a cubierta y…
EA: ¿Subir a cubierta a las prisioneras? De ninguna manera, esas mujeres son delincuentes comunes.
MM: Bueno, no pretendemos que sean especiales.
EA: Quiero decir que son forajidas, son de la banda del pirata Raúl y en cuanto lleguemos a Cádiz, debo entregarlas para que sean juzgadas, eso si, debo entregarlas intactas.
MM: Quién se va a andar fijando en el grado de "intactez".
EA: De "intactitud".
MM: Menos todavía.
EA: Es que si subieran a cubierta esas mujeres relajarían la moral de la tripulación.
MM: ¡Hombreee…!
EA: No, no, no, no puede ser
MM: ¡Déjelas!
EA: No puede ser.
CNC Y MM: (Cantan una canción catalana) Baixant de la Font del Gat, una noia, una noia, baixant de la Font del Gat, una…
EA: He dicho que no, yo conozco estas situaciones, subirían las mujeres a cubierta y comenzarían que las miraditas, que el canto, que el fandango, que la juerga, que la borrachera, que... que, eh... que suban.
DR: Gracias capitán… ¡Ahí suben las prisioneras!
MM: Que vellos tienen.
EA: ¿Qué?
MM: ¡Que bellos tienen los ojos!
DR: Oigamos lo que dicen.
MM: Ya comienzan a cantar.

Majas:
Hola marineros, decidnos que hacéis,
por qué lucháis y por quién navegáis.

Coro:
Todos servimos a nuestro rey
y a la bandera de nuestro “páis”.

Majas:
Sois tan gentiles y sois tan galantes
que ya quisiéramos que nos amarais.

Coro:
Agradecidos, pero es que antes
sería muy útil que nos "conozcárais".

EA: Este es Francisco el estampado.

Majas:
¡Qué maravilla! su cuerpo tatuado
anclas, sirenas, gaviotas, anguilas,
tiene tatuajes en todos lados,
tiene tatuajes hasta en las axilas.

DR:
Vean tatuado en mi vientre
el continente europeo
y no les muestro la Italia
porque quedaría feo.

EA: Este es Aníbal, el insatisfecho.

Majas:
Hay en sus ojos rencor y despecho
miedo provoca su imagen tan ruda,
hombre sin duda, de pelo en pecho,
lo que se dice una bestia peluda.

MM:
Mi furia tiene motivo,
al mar ya no lo resisto
¡ay!, porque yo quisiera ser
o bailarín o modisto.

EA: Y estos son los mellizos: Julio y Agosto

Majas:
Cómo se explica que siendo mellizos
no se parezcan sus caras, sus pintas.

CLP:
Yo soy delgado
JM:
Yo soy Rollizo
CLP + JM:
Somos mellizos de madres distintas.

Majas:
Venid con nosotras mellizos.

CLP + JM:
Con mucho gusto señoras.

Coro:
¿Y qué hacemos los demás?

Majas:
Vosotros también

Coro:
Es un placer.

Majas:
No demoréis

Coro:
A vuestros pies

Majas:
Chulos

Coro:
Majas

Majas:
Guapos

CNC:
¡Capitaaaan!

EA: ¿Qué ocurre?
CNC: Veo un barco pirata a la derecha (mirando por un catalejo)
EA: Se dice estribor.
CNC: Veo un estribor a la derecha. ¡Capitán! y veo muchos piratas, hay uno de ellos que parece el jefe, tiene pata de palo y lleva un loro en el hombro.
EA: Barco pirata… ¿y cual es su tamaño?
CNC: Es más bien pequeñito, es como un periquito chiquitico, lo lleva acá, así...
EA: Pregunto por el barco, cuánto mide el barco.
CNC: Ah!, el braco, si…Debe tener unos 60 metros de largo capitán.
EA: Largo no, eslora.
CNC: Bueno hombre, yo dije loro generalizando. (Mirando por el catalejo al capitán) ¡Capitán!, un pingüino. (Se da cuenta que es el capitán) ¡Pero bellísimo!
EA: Anda Nuño
CNC: Ordene.
EA: Fíjate si lleva algún botín.
CNC: Si, lleva…uno…en el pie que no es de palo.
DR: ¡Rayos y centellas!
EA: ¿Qué ocurre?
DR: No, no, no, en el agua ¡rayas y centollas! Capitán, amémonos.
EA: ¿Qué?!
DR: Anémonas, anémonas. Y caracoles.
EA: Si, también puede haber caracoles
DR: No, no: ¡Caracoles!
EA: ¿Qué?!
DR: Que una botella viene flotando hacia aquí.
Coro: ¿Una botella?
DR: Si, una botella flotando.

Coro:
Una botella, una botella,
una botella flotando,
una botella, una botella,
viene flotando hacia aquí,

DR: la deben haber puesto para que se enfríe

Coro:
Una botella, una botella
viene flotando hacia aquí,

EA: debe ser un mensaje de los piratas,

Coro:
Una botella, una botella,
viene flotando hacia aquí,

EA: tiene una calavera y cruzadas dos tibias

DR: ¿Tibias? Confirmado, la han puesto para que se enfríe.
EA: ¡Diantres! es del pirata Raúl.
CNC: ¿Y qué dice?
EA: Y dice que si no les entregamos las prisioneras, nos hundirán.
CNC: Tengo una idea capitán.
EA: A ver.
CNC: Que tal, si vamos disfrazados de prisioneras y una vez a bordo, les atacamos.
EA: No, no, no, imagínate lo que nos harían si se dieran cuenta de que no somos mujeres.
DR: Peor lo que nos harían si no se dieran cuenta.
CNC: ¡Ya sé Capitán!
EA: A ver…
CNC: Pues entonces, vayamos disfrazados de hombres.
DR: Ay, ay, ay, que miedo tengo, tengo miedo, me late fuerte aquí.
MM: ¿Dónde?
DR: En Polonia.
EA: Pues nada, y esos piratas nos van a hacer trizas.
DR: Ay, ay, ay, ay, siento un vacío en Francia.
EA: Bueno, pues nada. Hay que entregar a las prisioneras.
Coro: No!!!
MM: Resistamos!!, Resistamos!!
EA: No sabría como ofrecer resistencia, por lo tanto hay que entregar a las prisioneras.
DR: Es inútil…
MM: Si, pero…es el capitán.
EA: Hala, marchaos, tomad la chalupa, idos con el pirata Raúl. Adiós. Contramaestre, zarpamos; que extiendan las velas.
MM: No se lo aconsejo señor, hay viento.
EA: He dicho que extiendan las velas.
MM: Ah, yo había entendido que enciendan las velas, ya decía yo, me parece una “absurdez”.

DR:
Ay, que las majas se han ido
y con ellas nuestro amor,

Coro:
Siempre nos queda el olvido,
el olvido con el licor,
ya que las majas se han ido
y con ellas nuestro amor,
sólo nos queda olvidarlas
sólo nos queda olvidarlas
sólo nos queda olvidarlas…...

DR: ¡Buaaaaaaaaaaaa!
EA: Francisco, olvídalas ya, no llores más por ellas.
DR: No lloro por ellas, lloro por el futuro de Italia.

Coro:
olvidarlas con el licor...

viernes, 23 de enero de 2009

The End

Sentirse abandonado,
no es más obvio que el hecho,
de estar solo.
Y, amargamente, retraes la soga y lloras,
en un intento fallido de lograr una sonrisa.

¿Y qué puedes decir?
Nada. No existe camino
a ese lugar que ansías,
ni compañía para recorrerlo.
Digiere. Corre.Vomita. Suda.
Todo se ha ido,
y es tu culpa.
Aun queda. Acaso,un litro de sangre,
que mantiene el cristal templado.
Espárcelo. Cubre el molde de lo que eres,
y saca la caricatura de lo que nunca serás.

Nadie ha dicho que desees morir.
Y no quieres.
Pero la realidad supera a la ficción,
como se suele decir,
y los fantasmas se hacen dueños,
no sabes cómo,
de ti, de tu familia y de tu vida.
No hay botón de autodestrucción. Solo.
Eres lastre, carnaza.
Algún día volarás,
en el estómago de un buitre.

Golpea el infinito
con infinita ansia. Odia. El cosmos no te cree.
Y nada ni nadie gritará por ti.
Sobretodo ahora, que han arrancado tu garganta
un mísero órgano sin vida
que no te ha dado más que problemas.
Baja la cabeza,
y súbela, tan rápido
que marees el destino un instante;
trágate las bilis, escupe.
Subyugado a la realidad,
en ese segundo serás libre
en tu espejismo.
Serás catedral en tu ciudad
Aria de la ópera que nunca cantarás.
Pensativo; arrancas del gatillo un <(BUMMM)>...una mota de polvo
sucio y grasa. Entonces suena..."The End"
Todo se enlentece mientras Jim mueve las caderas,
pero sólo en tu cabeza.
Y esa chica te susurra que te ama,
tus padres te abrazan, es tu cumpleaños. Sigues cayendo.
Tan lejano, el suelo.
un amigo, una confidencia, un concierto.
Caes, revientas.
Música. Películas...Sonries
Y ella te susurra....
te susurra....


jueves, 22 de enero de 2009

Hooverphonic - Mad About You

A veces quisiera sentirme esa planta.

Y sentir que las caricias son la sangre verde que da luz a mis ojos y a mi sonrisa.
Y saber que, aunque el final esté siempre acechante, el roce furtivo de tus manos podrá salvarme.
Que todo merece la pena. 5 minutos contigo, una eternidad soñándote.
Esperar que te acuestes a mi lado y me mires
mientras el aire se hace líquida esperanza entre nosotros.
Crecer firmemente anclado en la tierra pero siempre mirándote,
hacia arriba,
en el sinuoso y ancho mar de mi amor.

Eso es estar loco por ti


Feel the vibe, feel the terror, feel the pain
It's driving me insane
I can't fake
For god sakes why am I
Driving in the wrong lane
Trouble is my middle name
But in the end I'm not too bad
Can someone tell me if it's wrong to be so mad about you
Mad about you
Mad
Are you the fishy wine that will give me
A headache in the morning
Or just a dark blue land mine
That'll explode without a decent warning
Give me all your true hate
And I'll translate it in our bed
Into never seen passion, never seen passion
That it why I am so mad about you
Mad about you
Mad about you
Mad
Trouble is your middle name
But in the end you're not too bad
Can someone tell me if it's wrong to be
So mad about you
Mad about you
Mad
Give me all your true hate
And I'll translate it in your bed
Into never seen passion
That is why I am so mad about you
Mad about you

lunes, 19 de enero de 2009

Edgar Allan Poe


La imagen congelada de Poe lo retrata como un maestro del terror y el misterio. Lo fue, pero sus obras también resultaron cruciales para el nacimiento de la novela detectivesca y para el desarrollo del cuento moderno como género. En sus numerosos relatos románticos y tenebrosos se apreciaba también su condición de poeta. Casi de acuerdo con la obra característica de Poe, la causa de su muerte nunca se aclaró. Se habló de alcoholismo, congestión cerebral, abuso de drogas, cólera, fallo cardíaco, suicidio, tuberculosis, hidrofobia...

Hoy día sus cuentos suscitan una atracción irresistible. Hay cuervos que hablan y monos asesinos. Enterrados vivos y espíritus de personas muertos. Se trata de lo oculto y lo satánico, la muerte y la destrucción, siempre con precisión literaria. Poe explotó el inconsciente humano como ningún otro autor antes de él. Cuando fue acusado de estar muy cerca de la tradición de la novela gótica alemana, afirmó: "Si en muchos de mis trabajos está presente el horror, entonces les digo que el horror no proviene de Alemania, sino del alma". Fue también suculento para intelectuales y escritores fundamentales como Borges, Cortázar y Lovecraft; Rubén Darío, por ejemplo, le dedicó un ensayo en su libro "Los raros".


"Dios ayude a mi pobre alma", dicen que susurró después de tres días de delirium tremens, poco antes de despedirse para siempre de una vida corta y atribulada. Tenía 40 años. Había nacido en Boston, el 19 de enero de 1809. Sus padres, David y Elizabeth, se dedicaban al teatro y quizás eligieran su nombre en homenaje al Rey Lear de Shakespeare, incluido en su repertorio. Será casualidad, pero el Edgar shakesperiano parece anunciarnos, con dos siglos de antelación, a su homónimo estadounidense cuando proclama, antes de la caída del telón: "Nosotros llevaremos todo el peso de estos tiempos tan tristes y diremos lo que nos dicte el corazón, no lo que deberíamos decir. Los más viejos han soportado más. Nosotros, que poseemos la juventud, nunca veremos tanto, ni viviremos tanto tiempo...".

Brevemente: el padre desapareció un buen día, abandonando a su esposa con dos niños y encinta; la tuberculosis acabaría con su madre unos años después, y su progenie fue repartida entre distintas familias. Edgar fue acogido, pero no adoptado, por un matrimonio virginiano sin hijos, los Allan. Creció en el Sur profundo, rodeado de un riquísimo patrimonio de leyendas y misterios similares a cuantas luego le sugerirían las musas.

Si atendemos a la leyenda, el carácter enamoradizo y desequilibrado de Poe se manifestó a edad muy temprana. Cuentan que a los 14 se enamoró de la madre de un compañero, 16 años mayor que él; ese mismo rumor quiere que, al morir ella al año siguiente, el chico aprovechara el manto de la noche, y la discreción de las brujas, para visitar la tumba. En fin. Quién sabe. Más tarde, en la Universidad hizo lo que todos: participar en timbas asiduamente, meterse en jaleos a la mínima oportunidad y beber como un energúmeno. Así las cosas, el padrastro se negó a costearle los estudios, y él a plegarse a sus designios. A los 18 años abandonó el hogar y se alistó en el Ejército con nombre y edad falsos, aunque no mucho tiempo después provocó su expulsión ausentándose de las clases y los oficios religiosos.

Decidido a vivir de la literatura, se traslada a Baltimore para vivir con una pariente, la tía Clemm. En esa casa, y en la persona de su prima Virginia, encuentra una nueva razón para sus desvelos: la pareja se casará en 1835, contando él 25 años, y ella 13. No fueron felices ni comieron perdices. El escritor alternó períodos de recogimiento y sobriedad con otros de abandono al alcohol y al opio. Son tiempos funestos, pero de una desbordante creatividad. Son los años de obras maestras como Ligeia (1838), La caída de la casa Usher y William Wilson (ambos de 1839), El pozo y el péndulo (1842), las aventuras de Auguste Dupin.

Pero la Fortuna, como todos saben, carece de tacto. En torno a 1842, cuando Poe está saliendo del hoyo y consolidando su posición en los ambientes literarios y periodísticos de la ciudad, aparece la mancha de la tuberculosis en los pañuelos de Virginia. Poe se desespera, no cumple sus compromisos profesionales y, para empeorar las cosas, protagoniza varios inquietantes episodios psicóticos, como la visita a una antigua novia, ahora casada, a quien obligó a cantarle una de sus canciones preferidas. Su producción no se resiente. Al contrario, es tan caudalosa como admirable: ahí están El corazón delator (1843) o La verdad sobre el caso del señor Valdemar (1845) y, sobre todo, El cuervo (1845), que lo convirtió en el gran poeta que siempre quiso ser.

La muerte de Virginia, en 1847, le dio el golpe de gracia. El vía crucis vuelve a pasar por borracheras, alucinógenos y la rendición, sin condiciones, a lo irracional. Intentó el suicidio por ingestión de láudano, pero su organismo lo salvó al vomitar la dosis fatal. La última travesía inicia en julio de 1849. Poe se marcha a Filadelfia, en donde trascurre unas semanas en un estado lamentable. Visita algo más tarde Richmond y allí recupera algo de serenidad. Se atreve a cortejar a una novia de juventud, recién enviudada entonces; hablan incluso de matrimonio. El 29 de septiembre embarca hacia Baltimore, donde debería coger el tren para Filadelfia. En este punto, sin embargo, se abre un vórtice de cinco días vacíos, en los que Poe deja de existir para el mundo. Cuando reaparece, hecho una piltrafa en una taberna de mala muerte, ha empezado precisamente eso: una mala muerte que se consumará el 7 de octubre siguiente.



Por donde un dia paseó Poe

Divagan eternamente las sombras en esta tierra,
soñando con siglos que se fueron para siempre;
grandes olmos se alzan solemnes entre lápidas y túmulos
desplegando su alta bóveda sobre un mundo oculto de otro tiempo.
Una luz del recuerdo ilumina todo el escenario,
y las hojas muertas hablan en susurros de los días ídos,
añorando imágenes y sonidos que ya no volverán.
Triste y solitario, un espectro se desliza a lo largo
de los paseos por donde sus pasos le llevaban en vida;
pero no es visible a los ojos de cualquiera, a pesar de que su canto
resuena a través del tiempo con una extraña fascinación.
Sólo los pocos que conocen el secreto de su magia
pueden encontrar entre estas tumbas la sombra de Poe.

Lovecraft.

Sobre la Tumba de Poe

El poeta en El mismo al fin cual lo convierte
la eternidad, suscita con una espada armado
a su siglo que tiembla por haber ignorado
en esta voz extraña el triunfo de la muerte.

De la Hidra el escándalo antiguo, de que acierte
a dar lengua más pura el ángel al poblado,
vil proclamó por ellos a gritos el pecado
que un brebaje sombrío al sortilegio vierte.

Si nuestra idea hostil a la nube y al suelo
con ambos en la tumba de Poe no esculpe, oh, duelo,
y en un bajorrelieve guirnaldas no coloca,
granito aquí clavado por un desastre obscuro,
de la Blasfemia al menos que un límite esta roca
marque a los vuelos negros sueltos en el futuro.

Mallarmé.

EDGAR ALLAN POE

Pompas del mármol, negra anatomía
que ultrajan los gusanos sepulcrales,
del triunfo de la muerte los glaciales
símbolos congregó. No los temía.

Temía la otra sombra, la amorosa,
las comunes venturas de la gente;
no lo cegó el metal resplandeciente
ni el mármol sepulcral sino la rosa.

Como del otro lado del espejo
se entregó solitario a su complejo
destino de inventor de pesadillas.

Quizá, del otro lado de la muerte,
siga erigiendo solitario y fuerte
espléndidas y atroces maravillas.

Jorge Luis Borges


Termino esta recordación de Poe con un silencio. El silencio cómplice de ese vacío que le brindó plenitud letal a su existencia, pero plenitud de la cual brotó la potencia visionaria, el lirismo renovador y la maestría narrativa de su Obra de Arte Consumada.

Silencio de abismos. Silencio de cumbres. ¡Silencio¡

Tomás Barna.





En una ceremonia ritual que se repite desde 1949, una sombra misteriosa se desliza sigilosamente por entre las alamedas de piedra del cementerio de Baltimore hasta detenerse frente a la tumba en la que yacen los restos de Edgar Allan Poe. Una vez allí, la sombra nacida de la noche, se inclina sobre la lápida y con la prestada lentitud de un rito misterioso, deposita sobre la piedra tres rosas y una botella de coñac. Después, desaparece.

Nadie hasta la fecha ha conseguido averiguar la identidad del misterioso visitante que, año tras año, desafiando el frío y la noche, nos devuelve el recuerdo del más grande, desgarrado y esencial entre los poetas americanos.



Quoth the raven, "Nevermore".!!!!


Porque lo bello no es nada
más que el comienzo de lo terrible…

R.M.Rilke



Y, ¿qué puedo decir yo?.
Más allá de Poe, sólo tinieblas.
Sí, tinieblas.

domingo, 18 de enero de 2009

"Risas en la niebla " - 18 /01/ 2009

Una de las pocas ventajas de la Navidad espantosa es que de vez en cuando da señales de vida alguien semiolvidado o de quien no se sabe nada hace años. Utilizo la palabra "semiolvidado" a falta de otra mejor y porque el olvido cabal casi no existe: una cosa es no acordarse normalmente de algo o de alguien y otra distinta que, si ese algo o ese alguien reaparecen o nos son traídos a la memoria, aun así seamos incapaces de recordarlos. Rara es la ocasión en que no nos "suenan", en que no surge en nuestro cerebro una vaga y nebulosa reminiscencia, y entonces comprobamos que el olvido siempre es "tuerto", como dije en una novela, y jamás ciego o jamás completo. A menudo hay que hacer un esfuerzo para distinguir lo evocado, y a veces ni siquiera se logra salir de la densa bruma que nos permite sólo entrever, y aceptar que quien nos devuelve el recuerdo no miente. "Debió de ser como dice", pensamos, "porque algo vislumbro". Uno aprende, además, que otros recuerdan mejor que uno mismo cosas que dijimos, hicimos o nos atañeron directamente. Uno vivió algo, por ejemplo, y se lo contó a un amigo. Después olvidó esa vivencia -quizá porque al cabo del tiempo le restó importancia-, y en cambio el amigo recuerda para siempre el relato que escuchó de nuestros labios. Olvidamos las cartas que escribimos más que las que leímos, lo que dijimos más que lo que nos dijeron y oímos. No digamos las ofensas y los daños y agravios: recordamos mucho más los que nos infligieron que los que infligimos. Si quisiéramos repasar a fondo nuestras vidas, tendríamos que rastrear testigos.

Una de esas personas que "se hacen vivas" en diciembre -por expresarlo a la italiana- es un amigo de primerísima juventud, Nacho Amado, que siempre fue deliberadamente misterioso y desconcertante, lo cual no quita para que también fuera muy cariñoso y simpático. Era amigo de mis primos, Ricardo y Carlos Franco, sobre todo del segundo, y tal vez lo conocí un verano que pasé con ellos en Sangenjo. Lo considerábamos un atleta, porque lanzaba la jabalina y corría los cien metros y era muy musculoso. De cara -es una semejanza descubierta a posteriori- se parecía al escritor Thomas Bernhard en sus retratos de joven. Daba la impresión de vagar y estar permanentemente en la calle, porque aparecía con frecuencia, sin avisar y a deshoras, por la casa de mi primo Carlos o por la mía. Tomaba asiento y nos espetaba a uno o a otro: "¿Qué me cuentas de nuevo?" Y esperaba, en efecto, que se le relataran cosas, mientras que él no soltaba prenda. Lo que quisiera que le contara uno le solía provocar carcajadas, tenía una especial habilidad para ver el lado cómico que casi todo encierra, y en particular para aislar expresiones o frases que le hacían verdadera gracia, ya fueran orales o escritas. Luego las memorizaba, y era capaz, al cabo de años, de recitarlas y celebrarlas como si acabaran de ser pronunciadas. No era muy lector por entonces, pero decidió tener un ídolo literario, Patrick Modiano. Y también uno cinematográfico, Roman Polanski. Andaba casi obsesionado con ambos, y no era raro que me preguntara, imperioso: "¿Qué más sabes de Modiano?", o "¿Qué novedades hay de Polanski?", como si yo hubiera de conocerlos. Ante su insaciable insistencia, creo haber inventado en su día unas cuantas leyendas absurdas sobre el francés y el polaco. También le dio por fijarse -en ambos sentidos del verbo- en una película que en modo alguno era una obra maestra, 'Hello, Dolly!', de Gene Kelly, cuyos diálogos repetía interminablemente entre risas.

Uno de sus personajes favoritos de la vida real era mi tío Ricardo, el padre de mis primos, médico, bromista con sus pacientes pero más bien hosco en casa, falangista de gran pureza que había combatido en la División Azul. Nacho, que se quedaba a menudo a cenar allí, le dejaba junto a su plato diversos textos para ver su reacción y luego celebrar con nosotros las antológicas frases con que mi tío los despachaba. Recuerdo que una vez le dejó un libro de Freud, abierto por una página subrayada. Mi tío leyó los párrafos, sacó su pluma con parsimonia y anotó en un margen: "Tú lo que eres es un psiquiatra asqueroso que sólo quiere joder a la población, como todos". Otra vez le dejó una octavilla antitaurina, escrita por unos ingleses. Mi tío la leyó y la alejó de sí con desprecio y resumió su impresión en una palabra: "Afeminados".

Más tarde Nacho se hizo bombero forestal, y criador de perros, y le perdí la pista. A finales de los ochenta tuve, durante dos cursos, una alumna norteamericana muy callada. Tiempo después reapareció Nacho un día y me confesó que aquella joven había sido su mujer en el tiempo en que yo le daba clase, y que gracias a ella tenía un montón de frases mías "impagables". Supe entonces que había pasado años en los Estados Unidos, con y sin ella. La última vez que lo vi -hace ya tiempo, no se deja ni tengo su número- siguió tan misterioso como de costumbre y no me contó a qué se dedicaba. Sólo le entresaqué que viajaba con frecuencia a Senegal y a Thailandia, a qué no tengo ni la menor idea. Ahora me ha mandado una nota navideña, sin remite, en la que todavía me cita frases remotas que le hacían una gracia loca cuando teníamos diecinueve años. Las palabras se abren paso trabajosamente entre la niebla, y sí me "suenan". Y me añade otras que lo han divertido recientemente, de la película 'Invitación a un pistolero': "¿Qué hace ahora?", pregunta un ciego. "Está destruyendo la ciudad", le contestan. Y sí, veo a Nacho Amado riéndose, y subrayándolas: "Está destruyendo la ciudad. Qué respuesta inolvidable".

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 18 de enero de 2009

viernes, 16 de enero de 2009


La invité a venir,
dos veces,
y me rechazó.
"Así son ellas"-pensé-
Le llevé flores,
escribí versos
-yo, que apenas se coger un lapiz-
y, mientras se reía,
yo seguía
cantando madrigales,
bajo su balcón.
Decía,
-ella, que siempre supo hablarle a un hombre-
que, en apenas unos años,
quizá,
lo pensaría.
"¿Unos años ?", demasiado,
para alguien hastiado,
tan angustiado,
como yo.
Y tiré la puerta abajo,
entré sin avisar;
la vi, sin capucha y sin guadaña,
desnuda de fuego y sexo,
y comenzó a gritar.
Tan alto fue el gemido,
tan finas las paredes,
que lo oyeron mil mundos,
al través de los cristales...

Y porque vi a la muerte desnuda,
ahora ya nunca me saluda,
y baja siempre la cara.
Ella, que me mandaba besos,
en forma de bellos versos,
de tristes poetas malditos,
Ella, que nunca salía
sin besar el mediodía;
ella vive avergonzada,
y cambia de calle;
si mi figura, recortada,
aparece en la pared.
¿Nunca más, señora,
vendrás a ver la aurora
que corona mi vida, ahora
que te deseo más que ayer?


jueves, 15 de enero de 2009


Tengo los ojos tristes,
la cara triste, el cuerpo triste,
las manos...tristes de no abrazarte.
La mirada triste
llena de nubes, la garganta dura
y el gesto adusto, triste
sin ti, triste de ti. Triste por ti
y enamorado. Triste de ser y estar
como este hombre que llora
sin saber nada,
como este que tiembla
de emoción y se desmaya
soñando con un beso
que arrastre por siempre
con la marea,
la tristeza que me juzga y me mata
implacable
cada minuto.
Triste pelo, tristes hombros
que no soportan la carga
de la conciencia,
del amor triste no devuelto,
mareado entre manos y mercados.
Triste moneda que cambia de aspecto y de sombra,
el cariño,
que triste se repudia en este siglo de oscuridad.
Alargo la mano esperando encontrarte,
estás lejos,
y triste juego a tocarte,
poseerte
y no cambiarte.
Triste. ¡Qué triste es el pasado!
de él huimos de la mano, felices, y el amanecer
entristeció el hermoso compás de espera de dos enamorados.

Hoy, uno solo aulla triste por ti,
que estás lejos en el espacio,
lejos de la tierra que piso,
cerca de la sangre que me riega
el triste corazón que te espera.

BSO:


Esa caricia a tiempo,
salvó mi vida,
mujer...Y lo sabes.
Sabes que ese beso regó
aquella piel mustia,
que tocaron los ángeles unl día.
Y el calor de un cuerpo,
contra otro
fundió el acero de los barrotes
que tenían preso mi deseo.

Sabes que
en ese mapa,
que conoces al milímetro,
hay atalayas inexpugnables,
por las que debo luchar.
Hay campos de flores perdidas
que quiero cortar,
hay ciudades y caminos,
sendas inexploradas que llevan al éxtasis,
que sólo yo quiero conocer.
Quieres lo que sabes bien de mi,
y lo doy, gustoso, amor...
toda el agua para ti,
marcar el tesoro en la caja mojada
y que el siguiente beso sea,
como si fuera el último.

Ay!, amor...ese deseo,
que la distancia recorta....
....y el corazón ensalza...
día tras día...

miércoles, 14 de enero de 2009

En aquella calle,
destrozada,
aun eras bella.
Radiante en tu pulcritud
como un pájaro caido;
Brillabas como una estrella
a punto de ceder la luz
al ocaso.

Te miré, una última vez,
y sentí que el mundo entero
hablaba de muerte.

Atado, gritándole a las sirenas
avanzaba por el orbe.
Hacia la zona desconocida.
Era la hora de marchar,
pero yo no lo sabía.



martes, 13 de enero de 2009

José Hierro - "Epitafio para la tumba de un héroe"

Se creía dueño del mundo
porque latía en sus sentidos.
Lo aprisionaba con su carne
donde se estrellaban los siglos.
Con su antorcha de juventud
iluminaba los abismos.

Se creía dueño del mundo:
su centro fatal y divino.
Lo pregonaba cada nube,
cada grano de sol o trigo.
Si cerraba los ojos, todo
se apagaba, sin un quejido.
Nada era si él lo borraba
de sus ojos o sus oídos.

Se creía dueño del mundo
porque nunca nadie le dijo
cómo las cosas hieren, baten
a quien las sacó del olvido,
cómo aplastan desde lo eterno
a los soñadores vencidos.

Se creía dueño del mundo
y no era dueño de sí mismo.

lunes, 12 de enero de 2009

My Dying Bride - "For You"

Para mí, pura poesía.



I will be here for you
All I want is you
When I see your face
all the Angels are shamed
Lay with me beauty
Feel me close to you
Take my hand to you
Touch you softly,
your warm skin
Cover me with you
Over me under you
Pull me into you
As one we lay entwined
All I ever wanted
I have I need never wish again
You are heaven sent

domingo, 11 de enero de 2009

"Nuestras autoridades contra el trabajo" - 11/01/2.009

Como ustedes saben, en España trabajan cada vez menos personas. No es solamente el paro, que va en galopante aumento y que seguirá creciendo. Son también las prejubilaciones masivas, que afectan ya a gente con cincuenta años o menos, y el abundante número de jubilados “naturales”, que, con la prolongación general de la vida, pasan un montón de años retirados de las actividades laborales. A ello hay que sumar las dificultades enormes de los jóvenes para encontrar empleo, de tal manera que podría decirse que quienes tiran de verdad del país son los individuos de entre treinta y sesenta años, y eso exagerando. Lo natural sería, por tanto, que a esa franja de la población se la tuviera como a oro en paño, se la cuidara y se le facilitasen las cosas. Se le facilitase, sobre todo, la posibilidad de llevar a cabo su vital tarea, de la que todos los demás dependen.

No es así, sin embargo, sino todo lo contrario. España es, en este aspecto, el país más irresponsable, frívolo, idiota y suicida de toda Europa, y lo es aún más en esta época de crisis, en la que los políticos se hartan de soltar palabras hueras sobre “el esfuerzo de todos”, “las vigorosas medidas para combatir la situación”, “la deseable combinación de productividad, ahorro y consumo” y demás falacias que no se corresponden en absoluto con sus acciones. A la gente que trabaja, el Estado -ojo, los Ayuntamientos y las Comunidades Autónomas son también Estado- hace lo imposible por impedírselo, y las recién terminadas Navidades han sido irrefutable prueba de ello. En este país, diciembre -extendido hasta el 7 de enero- simplemente no existe a efectos laborales. Entre el disparatado puente de la Constitución y las Pascuas, que ya duran tres si no cuatro semanas, casi nadie pega un palo al agua. Y a los pocos que lo pegan se los mira mal y se les obstaculiza hacerlo.

Yo lamento hablar una vez más del ruido, pero qué quieren, si su reinado se reitera y amplía y a los únicos que parece preocuparnos somos un servidor y el señor Forges. Las autoridades se dedican a crearlo y a propiciarlo, con la colaboración entusiasta de todas las franjas de población desocupadas. Durante las Navidades, como es costumbre, las calles se han llenado de memos gritones, con bocinas prohibidas a los coches pero no a ellos, trompetas y tambores. También de bandas de falsos mariachis y jazzistas y de coros que entonaban -es un decir- villancicos horripilantes. Pero además los Ayuntamientos han montado sus escenarios en plena calle y nos han torturado con música diaria, como si no hubiera decenas de salas y de iglesias en las que poder tocarla. En mi plaza, sin ir más lejos, ha habido “conciertos” los días 19, 20, 21, 22, 23, 25, 26, 27, 28, 29, 30 y 31 de diciembre, ¡doce jornadas! Jazz, orfeones, flamenco, corales polifónicas. De ocho a nueve en principio, pero ya hacia las cinco los técnicos de sonido empezaban a “hacer pruebas”, consistentes en poner a todo trapo canciones de Dire Straits y Michael Jackson (?) o en soltar la subnormal retahíla de “Hola, sí, uno, dos, tres, qué tal, hola, hola, aquí, ah, sí, sí, hola, ah, ¡sííí!”. O bien los intérpretes iniciaban sus ensayos, así que durante cuatro horas diarias nadie del vecindario ha podido trabajar ni concentrarse. Todo esto -lo he visto desde mis balcones- para que a cada representación asistieran cien gatos ociosos a lo sumo. Añadan lo mismo en otras plazas, más los “espectáculos en el exterior”, más los mercadillos-verbena, más las “marimorenas o zambombadas”, más los veinte belenes -veinte- diseminados por la ciudad.

¿Desde cuándo es competencia del Estado entretener a la gente en las calles? El Estado no está para eso, y sin embargo no hay municipio español que no destine dinerales a las llamadas “Comisiones de Festejos”. Y será lo mismo en Carnaval, y en Semana Santa con las procesiones, y en San Isidro en Madrid, y luego vendrán las infinitas fiestas locales del larguísimo verano. Este sigue siendo un país de pandereta, literalmente, en el que todos los esfuerzos de las autoridades van encaminados a complacer a la población más ociosa e improductiva y a castigar a la que aún trabaja. Durante estos días yo he podido hacerlo tan sólo cuando al Ayuntamiento le ha dado la gana de permitírmelo. Es el puro sinsentido: ese Ayuntamiento tiene una deuda acumulada de 7.200 millones de euros, en vista de lo cual, y de que estamos en crisis, se ha dedicado a gastar en chorradas ruidosas para los desocupados y en penalizar el trabajo. Así se sale de ella.

Y al lado de tanto despilfarro dañino e imbécil, una exposición interesantísima y magnífica, “La Facultad de Filosofía y Letras de Madrid en la Segunda República. Arquitectura y Universidad durante los años 30″ (Centro Conde Duque), ha estado a punto de no celebrarse -esa Facultad fue el primer edificio de la Ciudad Universitaria, y se ha cumplido su 75º aniversario- porque casi todo el presupuesto se había ido en sandeces. La Comunidad de Madrid ni siquiera ha contribuido, y tanto ésta como el Ayuntamiento permiten que ese edificio racionalista emblemático, en el que enseñaron Ortega, Zubiri, Menéndez Pidal, Besteiro, Gaos, Morente, Sánchez Albornoz, Salinas, Américo Castro y tantos otros, se esté cayendo a pedazos o que se le pongan parches horrendos que lo desvirtúan o lo destrozan. Supongo que nuestras autoridades no sólo ven mal que la gente trabaje, sino también que estudie. Lo tienen fácil para acabar con ambas actividades: ruido y más ruido, más música ratonera y más ruido, y todo en la vía pública.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 11 de enero de 2009

jueves, 8 de enero de 2009

El doblón del capitán Ahab

Llevo en el bolsillo el doblón de oro del capitán Ahab. Muchas veces remé hacia la ballena, con el cuchillo entre los dientes, sintiendo en la espalda la respiración entrecortada de mis compañeros mientras Queequeg, erguido en la proa, apuntaba el arpón al lomo de Moby Dick. Otras salté desde la barquilla de un globo en el cielo de África, para aligerarlo de peso y salvar la vida de mis amigos, me cubrí con la máscara de Scaramouche o aguardé el asalto de los indios hurones tumbado en la hierba de la pradera, la culata del mosquete pegada a la cara, mirando de reojo el rostro sereno y picado de viruela de Lewis Wetzel, el implacable matador de hombres. Y en más ocasiones de las que puedo recordar vi hundirse el sol en el mar acodado en la regala de la Hispaniola, salté por la borda del Patna en lugar de ese chico, Jim, me cañoneé penol a penol desde la fragata Surprise, o atravesé con mi espada al pirata Levasseur en una playa del Caribe. A ustedes les asombraría mi currículum, caballeros, si se lo contara completo. Aquí donde me ven, he visto cosas que otros se limitan a soñar: naves ardiendo más allá de Orión y y toda la parafernalia, no sé si me explico. Pero me temo que harían falta innumerables veladas como ésta para pasarle revista a todo eso. De cualquier modo, aquí, en la veranda del hotel Raffles, se está cómodo; la temperatura resulta agradable, y la Bombay azul que nos sirve el camarero malayo es tan perfumada como la noche que nos rodea con sus luciérnagas, sus ruidos de la selva próxima y demás. Hasta me parece oír a lo lejos, escuchen, el rugido de Shere Khan. Así que déjenme encender la pipa, hagan arder sus cigarros, acomódense y oigan lo que puedo referir, si gustan. Y recuerden, sobre todo, que nada de lo que les cuento puede mirarse con ecuanimidad desde afuera. Quiero decir que para ciertas cosas es necesario un pacto previo. En las novelas de aventuras, por ejemplo, el lector debe ser capaz de incluirse en la trama; de participar en el asunto y vivir a través de los personajes. Mal asunto si va de listo, o de escéptico. Si un lector no es capaz de poner en liza su imaginación, de implicarse y establecer ese vínculo, aunque sea resabiado y sutil, entonces que ni se moleste en intentarlo. Se va a la novela, y en especial a la de aventuras, como los católicos a la comunión o como los tahúres al póker: en estado de gracia y dispuesto a jugar según las reglas del asunto. Y así, entre muchas posibles clases, divisiones y subdivisiones, los lectores se dividen básicamente en dos grandes grupos: los que están dentro y los que se quedan fuera.

Pero disculpen si me voy un poco por las ramas, caballeros. Sí, beberé un poco más de esa ginebra, gracias. Me disponía, estaba diciendo, a hablarles de ellos: de los hombres y mujeres que conocí en el curso de innumerables viajes llenos de peligros y descubrimientos, a cuyo término ellos, y en consecuencia quien ahora les habla, encontramos la felicidad o la desilusión, la gloria o el desastre; pero en cualquier caso, también el conocimiento de nosotros mismos y del mundo en el que vivimos, luchamos y morimos. Y debo decir que los conocí de todo tipo y pelaje: héroes voluntarios o involuntarios, simpáticos, callados, estúpidos, inteligentes, hastiados de la vida o empeñados en sobrevivir a toda costa. Como en la vida cotidiana, supongo. Como en esta veranda de este mismo hotel de Singapur donde charlamos. A la hora de hablar de aventureros malgré eux, fíjense si no en Robinson Crusoe, que ni siquiera fue un hombre valiente -siempre detesté a ese anglosajón miserable, que cuando al fin encontró un compañero lo convirtió en su criado-, o en el más simpático doctor Lemuel Gulliver, por ejemplo. Recuerden a los chicos náufragos de La isla del coral o El señor de las moscas. A Passepartout, que sirve al flemático Phileas Fogg; al también doctor Pedro Blood, después esclavo y pirata en las Antillas; a ese inglés, Rudolf Rasendyll, que se va de accidentada pesca a Zenda; a los hermanos Michael, John y Digby Geste, o al más precoz de todos los héroes involuntarios, el bebé John Clayton III, más conocido luego como Tarzán de los Monos por razones mundialmente notorias. Sin olvidar a los animales, invariablemente héroes a su pesar, empeñados en sobrevivir, como los perros Jerry y Buck, el conejo Frambueso -si La colina de Watership no es una novela de aventuras, que baje Dios y la lea-, o en cierto modo, en una visión ecologista y postmoderna, la mismísima Ballena Blanca; que a fin de cuentas sólo aspira a que la dejen en paz y mata para defenderse. De modo que convendrán conmigo, caballeros, en que ese tipo de héroe involuntario es el que mejor permite al lector proyectarse en él; porque se trata de gente normal como ustedes o como yo -animales incluidos-, que de pronto se ve metida de cabeza en un buen lío, y el lector piensa bueno, qué diablos. A fin de cuentas pudo pasarme a mí.

Aunque en lo que a mi persona se refiere, y sin duda por la condición de capitán de marina, etcétera, me inclino más por los otros héroes. Los de ángulos oscuros y lluviosos corazones de noviembre -ustedes saben a qué me refiero, naturalmente- que van llegando a la novela a partir de la literatura romántica con su bagaje de libertad, fuga, revolución e individualismo, con la aventura como vocación, como refugio, como solución e incluso como medio de trabajo. Pienso en mi viejo amigo Tom Lingard, sin ir más lejos, o en John Blackbourne, capitán de la goleta corsaria Intrépida. Y en el joven contrabandista polaco que empieza su relato confesando que él y sus amigos eran jóvenes, bebían vodka a cántaros y las chicas guapas los querían bien. Pienso en el pirata holandés que llegó a ser Shogún. En Enrique Feversham, el oficial británico que devolvió a sus amigos y a la mujer que amaba sus cuatro plumas. O en Alan Quatermain y sus misteriosas minas africanas... Quatermain, por ejemplo, es un prototipo del aventurero profesional como también lo son Lewis Wetzel y Ojo de Halcón alias Calzas de Cuero, esos dos tipos duros a los que cualquier lector desearía tener como amigos llegado el caso de verse obligado a pelear contra los indios o contra quien haga falta. También hay profesionales y héroes vocacionales dignos como los capitanes de navío Horacio Hornblower o Jack Aubrey, de la marina de Su Majestad; héroes altruistas como el cruzado Sir Kenneth el del Leopardo, e Ivanhoe -yo siempre preferí a la judía Rebeca, si me permiten el apunte-, o como aquel otro sir inglés, el falso petimetre Percy Blakeney, disfrazado bajo el alias de La Pimpinela Escarlata. También, por supuesto, hubo bandidos simpáticos como Dick Turpin, Robin Hood o Rocambole, y rufianes tramposos y pícaros como Danny Dravot y Peachy Carnehan -esos dos suboficiales compadres que casi llegaron a reinar en las montañas del Himalaya-, incluido el abyecto y divertido antihéroe victoriano llamado Harry Flashman. Sin olvidar tampoco, en el otro extremo del asunto, a idealistas como Robert Jordan, alias El Inglés, que volaba puentes para la República, o como Sydney Carton, que ofreció su mano a una muchacha asustada a la sombra de la guillotina, o como Gabriel, que episodio tras episodio nos cuenta la gran aventura épica de su vida y de su patria. Todo eso, faltaría más, considerando también la cara sombría, el lado oscuro de la que a menudo es una misma moneda: aquellos a quienes la vida pone al otro lado y que, a veces, pese a no ser los hombres más honestos ni los más piadosos, atrapan al lector con mucha más intensidad que los héroes de corazón puro: Ruperto de Hentzau, Bois-Gilbert, Conrado de Monferrat, el capitán Levasseur, Latour d'Azyr, Garfio, Rochefort, Eric, Fantomas, y dos mujeres -permítanme, caballeros, esta pequeña referencia íntima- que fueron piezas clave en mi educación sentimental : la bella y enigmática Milady de Los Tres Mosqueteros y la Irene Adler de Un escándalo en Bohemia. Me refiero a La Mujer, querido Watson.

Déjenme encender otra pipa, y continúo. Gracias. Iba a decirles ahora que, bueno, que siempre hay una primera vez. Un primer deslumbramiento. Igual que ocurre en la vida, un día estás junto a alguien, o abres un libro, y de pronto dices: este fulano me gusta. Lo adopto como amigo, me lo quedo. En las novelas eso tiene la ventaja de que los riesgos, hasta cierto punto, son controlados. Y puedes escoger con más elementos de juicio que en la vida real. Tal vez por eso algunos elegimos nuestros mejores amigos, incluso nuestros odios y nuestros amores, a partir de las páginas de una novela. Antes hablé de educación sentimental -les sorprendería saber hasta qué punto aquellas dos mujeres marcaron mi vida, amén de una tercera que conocí joven, cuando visitaba a mi primo Joachim en cierto sanatorio de montaña-; pero mucho más decisiva fue la educación personal que adquirí compartiendo viajes y aventuras con otros personajes. Igual que los primeros amores, los primeros amigos no se olvidan nunca; y lo bueno que tiene el paso del tiempo es que ayuda a mirarlos de otra manera, con ojos diferentes, y entiendes cosas que antes sólo intuías, o ignorabas. Hubo un joven aprendiz de mosquetero, por supuesto. En el principio fue la espada; y eso imprime carácter. Pero es que, además, en torno a una espada o a una aventura cualquiera, los amigos son fundamentales; y ningún otro género literario ofrece, como éste, tan escogido manojo de amigos leales, resueltos a seguirte hasta las mismas fauces del infierno: Yáñez, Porthos, Peterkin, los irregulares de Baker Street, los mohicanos Chingachguk y Uncas, los nobles caballeros de Camelot, los almogávares de Bizancio, la hermandad de arqueros amigos de Dick Shelton, los lobos de Mogwli en la batalla contra los perros jaros, Batanero y el pelirrojo Peters, Little John y el padre Tuck, los maestros de esgrima Cocardasse y Passepoil, los remeros que a bordo del Argo persiguen el Vellocino en pos del sueño del hombre calzado con una sola sandalia. Y entre los más queridos de todos ellos se encuentran, faltaría más, dos arponeros llamados Ned Land y Queequeg, y un pirata cojo con un loro en el hombro -"Piezas de a ocho, piezas de a ocho"- que me mostró las imprecisas fronteras que median entre el bien y el mal, y que además me hizo descubrir uno de los ingredientes fundamentales en la literatura, en la ficción, en la imaginación y en la vida: la importancia del escenario. Me refiero al viaje, el mar, el espacio o la tierra desconocida que huelen a peligro y a aventura. La terra incognita. Ya se trate de un viaje buscado, como el de Hernán Cortés bajo la lluvia de Taloc, Lope de Aguirre en pos del Dorado, o Claudio Bombarnac a través de la estepa rusa; de un gaje del oficio -los marinos del Narcissus, el capitán MacWhirr o el joven que cruza su primera línea de sombra-; o de los viajes forzosos, accidentales, casuales, que emprenden James Dury, señor de Ballantrae, Ben Hur, David Balfour, Peter Hardin el cazador de barcos, John Tenchard, el egipcio Sinuhé, los niños por cuya causa terminan ahorcados los pobres piratas de Huracán en Jamaica, el joven Singleton, Humphrey Van Weyden, a quien vuelven marino a la fuerza a bordo de Ghost, o el mimado y jovencísimo millonario Harvey Cheney, que descubre por accidente la rudeza del mar, del trabajo y de la vida. Quiza, fíjense ustedes, me hice a la mar por causa de algunos de ellos, y ahí está el origen del largo viaje que hoy me ha traído hasta la veranda de este hotel malayo donde, por cierto -llamen al mozo, por favor- compruebo que se está terminando la ginebra. De cualquier modo, no puedo seguir hablando de este tipo de gente, de los compañeros de viaje, sin mencionar al bisabuelo de todos. Al que primero me hizo ver más allá del mero relato, enseñándome que la vida es una encrucijada fascinante, una aventura de límites imprecisos donde todo se relaciona entre sí, donde el clavo de una herradura puede costar un reino, y donde el verdadero héroe es aquel que, consciente de su destino, viaja, navega, pelea lúcido -la lucidez es condición imprescindible p ara todo auténtico héroe cansado- bajo un cielo desprovisto de dioses propicios. Me refiero a Ulises, rey de Itaca, el de los muchos caminos. Viajo con él desde que lo traduje línea a línea, en un pupitre del colegio. Lo conozco, y gracias a él me conozco a mí mismo. Ulises, héroe voluntario en la guerra de Troya, se convierte en héroe involuntario en el azaroso viaje de regreso a su isla natal. Porque lo que a esas alturas de la vida pretende Ulises es regresar junto a Penélope y envejecer tranquilo, contándole a su hijo Telémaco y a sus nietos, como el abuelito Cebolleta -como yo a ustedes ahora, caballeros- la historia de aquella noche en que salió del caballo de madera junto a camaradas valerosos y crueles como él, y se hartó de degollar troyanos. En Ulises y en su aventura descubrí de modo consciente, por primera vez, todos los elementos que nutren la literatura de aventuras y también la vida misma; tal vez porque son los que reinan en el corazón y en la memoria del ser humano, del mismo modo que todos los ingredientes de treinta siglos de literatura -espero que sepan ustedes disculparme la cita culta- estaban ya contenidos en la Poética de Aristóteles. Hablo del viaje, el mar, la tempestad, el naufragio, el monstruo, el peligro, la tentación, la mujer perversa, la mujer noble y abnegada, el valor, la astucia, la ambición, la amistad, la lealtad, la justicia, el arco que nadie más puede tensar, la nodriza y el viejo perro fiel que te reconoce. Y sobre todo, la más atroz y práctica conclusión para un lector de trece o catorce años: el héroe de la novela de aventuras o de la vida misma nace cuando, enfrentado al azar o al destino, invoca en su auxilio a los dioses y no acude nadie; así que no tiene más remedio que arreglárselas como puede. Y al final, a veces, en la última página, descubrimos estupefactos que el Corsario negro está llorando, sentimos que es demasiado peso en la gruta de Locmaría, vemos arder la Bounty frente a la isla de Pitcairn o comprendemos, al fin, la sombría soledad del capitán N emo.

Se hace tarde, se acaban la ginebra y el tabaco, la luz del quinqué está extinguiéndose y los mosquitos me acribillan vivo. Pero no quiero irme a dormir, caballeros, sin hablarles de la materia principal de la que para mí están hechas las aventuras y los sueños: el mar. No en vano, fíjense, llevo estos cuatro galones dorados en la bocamanga. Más que el aire -nunca me interesó mucho ese medio, aparte Cinco semanas en globo, De la tierra a la luna y alguna historia así, porque mis héroes siempre tuvieron los pies en la tierra o en la movediza cubierta de un barco-, el mar fue siempre desafío y camino, y desde su infancia, asomados a los puertos y a las orillas, los hombres aprendieron a soñar con las cosas remotas que albergan, sin saberlo, en su propio corazón. Hablo de mi propio caso, si me toleran otra referencia personal al respecto. A fin de cuentas, no es casual que la que tal vez es la mejor novela de aventuras empiece con un joven llamado Edmundo Dantés a bordo de un navío llamado Faraón. O que una de las obras cumbres de la literatura universal narre minuciosamente la caza de una ballena. O que la más hermosa historia escrita para jóvenes sea un viaje por mar a la isla de los piratas. Y en todas esas novelas vinculadas al mar, caballeros, más aún que en ningunas otras, se cumple inexorable el gran ritual de la literatura, de la aventura y de la vida: el viaje peligroso mediante el que, quien se atreve a emprenderlo, progresa en el conocimiento de sí mismo y del mundo en el que vive. Como en el juego de la Oca al llegar a la trigésimosexta casilla, como el peregrino medieval que llega a Santiago, como el alquimista afortunado al término de la Gran Obra, el héroe que sobrevive al encuentro con el buque fantasma acaba sabiendo más. Y a su regreso ya no es el mismo: para bien o para mal, será incapaz de ver el mundo igual que antes de partir. Ahora sabe lo que sus compatriotas, o vecinos, o familiares, ignoran. Es -yo lo fui con cada uno de ellos, caballeros, tienen ustedes mi palabra- el joven Hawkins desembarcando a su regreso de la isla del tesoro, Tuan Jim dando sus últimos pasos en Patusán, Ismael agarrado al ataúd calafateado de Queequeg, Jasón y Medea reprochándose el pasado, D'Artagnan con su flamante casaca de mosquetero después de permitir que degüellen a Milady, Gulliver al final de su último viaje, con la amarga certeza de que los caballos son los únicos seres racionales...

Vuelvo a la cubierta del Pequod -y disculpen que en realidad apenas salga de ella-, porque en su mástil, caballeros, hundida a martillazos por el viejo y maldito Ahab, reluce el doblón de oro que premia el avistamiento de la ballena blanca. A mi juicio, ése es el mejor símbolo acuñado de todo aquello que fascina a ciertos hombres y mujeres, y los arrebata de la seguridad, y los lleva a remar, como decía al principio de esta conversación, a bordo de una ballenera con el cuchillo entre los dientes y separados de la Eternidad por el escaso grosor de una tabla de madera, rodeados de estachas que tal vez los atarán a su propia carroza funeraria, para correr la aventura de la vida: la que impidió que el ser humano siga siendo un molusco atrincherado en el fondo del mar. Cada vez que me detengo en la biblioteca y acaricio el lomo de los viejos libros que me llevaron lejos, oigo el rumor de la marejada y el lejano golpeteo del martillo del viejo capitán clavando esa moneda en el palo. Miradla bien, decía Ahab. Y aquí la tengo. Si la froto con la manga, así, reluce como el oro de los sueños. Y déjenme decirles una última cosa, caballeros. Compadezco a los hombres cómodos, resignados y razonables que nunca leyeron libros que estremecieran su corazón. Compadezco a quienes nunca se dejaron seducir y arrastrar por una moneda de oro, una mujer hermosa, un amigo fiel, una aventura descubierta en un libro. Compadezco a los que nunca dormirán la paz eterna con todos los piratas, junto a la tumba donde se pudran ellos y sus sueños.

Arturo Pérez-Reverte
El País, 11 de agosto de 2001 .


Es imposible no temblar leyendo esto.