jueves, 25 de marzo de 2010

A mano amada

A mano amada,
cuando la noche impone su costumbre de insomnio
y convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de una vida;

allí,
en la esquina más negra del desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,

los recuerdos me asaltan.

Unos empuñan tu mirada verde,
otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!,
me reclaman.

Reconozco los rostros.
No hurto el cuerpo.

Cierro los ojos para ver
y siento
que me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo:
la memoria.

Don Ángel, siempre presente!


Machen - Relatos.



Arthur Machen (1863-1947), al igual que su contemporáneo Lord Dunsany, fue un obstinado soñador que creó una de las obras más líricas y exquisitas que ha dado hasta la fecha el género de terror. Tutor, traductor, corrector de pruebas, catalogador de libros raros, actor de teatro y sobre todo periodista, Machen trasladó al papel sus arrebatados y melancólicos sueños con esa rara intensidad y soledad propias de la poesía, tratando de desvelar los enigmas que se ocultan más allá de la existencia y fuera del tiempo y logrando que la belleza y el horror resuenen en sus relatos al unísono. A diferencia de Le Fanu o M.R. James, Machen, inspirado por su origen celta, no escribió sobre fantasmas sino más bien sobre fuerzas elementales, maleficios que sobreviven o poderes malignos invocados por el folklore y los cuentos de hadas, como los hermosos y juguetones seres que se le aparecen en el bosque a la protagonista de El pueblo blanco, «probablemente el mejor relato sobrenatural del siglo, tal vez de la literatura» en palabras del gran E.F. Bleiler), o la malévola gente pequeña que hace acto de presencia tanto en El sello negro como en La pirámide resplandeciente o en De las profundidades de la tierra, esa enigmática y horrible raza precéltica, negra y achaparrada, forzada a vivir en las entrañas de la tierra, donde todavía practica sus infames ritos sacrificiales. Esta antología recoge lo más granado y significativo de la ingente obra fantástica de Machen, que tanto influyó en el maestro del horror sobrenatural, H.P. Lovecraft.
No te lo pierdas.

La ley de los susceptibles. 21 /03/ 2010.

Las leyes se están metiendo cada vez más en terrenos pantanosos y en asuntos fuera de su alcance. En parte es por culpa de las actuales poblaciones, que, siguiendo como borregos el ejemplo de los Estados Unidos, desean que todo esté reglamentado –cuando no todo tiene por qué estarlo–, y poder recurrir a instancias judiciales cada vez que les surge un conflicto, por menor que sea. Ante cualquier molestia o disensión, la tendencia de los ciudadanos es cada vez más a poner una denuncia de buenas a primeras, sin intentar ya casi nunca arreglar las cosas por su cuenta, o dialogar con los individuos con quienes se tiene el contencioso y llegar a un pacto razonable con ellos. Verbos como “ceder” o “acordar” están cayendo en desuso. La petición de delitos nuevos es continua, lo cual no es sino una manera de restringir las libertades y de penalizar casi todo, y por supuesto de acabar con la más mínima espontaneidad de la vida. Uno puede encontrarse con una demanda en cualquier momento, por causas en verdad inimaginables. No es raro que la gente se sorprenda al verse metida en un lío: “Vaya, resulta que he infringido la ley, que he incurrido en delito o falta”, se dicen muchas personas, perplejas, cuando les llega una inverosímil denuncia o una citación. Uno ya no sabe nunca cuándo cruza la línea roja. Es muy difícil permanecer a todos los efectos dentro de la legalidad. Sin duda habremos delinquido tanto ustedes como yo.

Ahora el Gobierno ha remitido un proyecto de ley de reforma del Código Penal, que afecta a ciento cincuenta artículos. Uno de ellos es el relativo al acoso laboral y, según la información de este diario, “se incrimina la conducta denominada de acoso laboral entendiendo por tal el hostigamiento psicológico u hostil en el marco de cualquier actividad laboral o funcionarial, que humille al que lo sufre, imponiendo situaciones de grave ofensa a la dignidad”. (Las cursivas son mías, y no está de más señalar que esta redacción está hecha con los pies: baste como ejemplo la expresión “hostigamiento hostil”, como si pudiera haber alguno que no lo fuera. En fin.) Lo peligroso y disparatado es que las leyes ya no se limiten a juzgar los hechos incontrovertibles, como ha sucedido toda la vida, sino que dejen entrar en su propia formulación elementos enteramente subjetivos y por lo tanto imposibles de determinar, calibrar y juzgar. ¿Cómo se mide un hostigamiento “psicológico” cuando la psique de cada persona es distinta, única? ¿Cómo la “humillación”, cuando hay sujetos propensos a sentirse humillados por cualquier nimiedad –por una mirada, por un tono de voz, por una ironía, porque se haga caso omiso de sus infundadas quejas o de sus melindres– y otros tan ufanos y seguros de sí mismos que no se sentirán jamás así? ¿Qué objetividad puede aplicarse al concepto de “dignidad”, cuando cada cual lo entiende de una manera, y lo que para unos es indigno para otros no lo es? ¿Ustedes creen que algún político nuestro admite la indignidad de su comportamiento? Seguro que no, y sin embargo, a nuestros ojos, la mayoría incurre en ella un día sí y otro también. ¿Cuándo se sabe si una “ofensa” es “grave”, si lo es precisamente contra algo tan etéreo y variable como la dignidad?

Si se hacen depender los delitos de la percepción subjetiva de las supuestas víctimas, estamos perdidos, porque gente susceptible, pusilánime e histérica la hay en todas partes. Y gente locoide, no digamos, dispuesta a sentirse (peliagudo verbo para condicionar las leyes) ofendida, o acosada, o “irrespetada” –como dicen en la América hispana–, u hostigada sexualmente, por un chiste, un exabrupto, una tomadura de pelo, un vistazo a un escote o una mera discusión. Individuos paranoicos los hay por doquier. Hace unos días leí una carta, en otro dominical, en la que la firmante se quejaba de la publicación de otra misiva en la que, según ella, aparecían “estratégicamente” las palabras “bancos, paro, sistema, multinacionales, capital, trabajo, niños esclavos, circo mercantil, dirigentes, derechos, injusticias”. Y concluía: “No hace falta ser un lince para darse cuenta de que es otra exaltación del marxismo”, y calificaba de “infiltrado” al encargado de seleccionar la correspondencia que ve la luz. Así que ya lo saben columnistas y lectores: si en sus escritos incluyen “estratégicamente” términos tan sospechosos y tendenciosos como “bancos, paro, trabajo, dirigentes, injusticias”, están exaltando el marxismo, lo sepan o no. En tiempos de Franco habrían ido a la cárcel por ello.

En el momento, así pues, en que se da entrada a la subjetividad de cada cual a la hora de condenar y castigar, las bases de la justicia están siendo pervertidas desde su raíz, y se está dando un instrumento de persecución a cualquier idiota o locatis “con mucha sensibilidad”. Y como ya no cabe confiar en la sensatez de los jueces españoles en general, muchos de los cuales se distinguen por sus peregrinos veredictos y sus estupefacientes “consideraciones” en la redacción de sus sentencias, más vale que, en previsión de demencias mayores, toda reforma del Código Penal se abstenga de meterse en psicologismos y de hablar de nociones tan oscilantes y vagarosas como la humillación y la dignidad.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 21 de marzo de 2010

Sylvan - Posthumous Silence



Una de las canciones más hermosas jamás compuestas....

In the quietness of his silent walls
Frail und sunken drops her pages down

While the sorrow like a moral guilt falls due

He released her, but he’ll mourn for sure

In the deepness of his apathetic dream

How to notice – also his world turned

As the places that once told her life do wane

Darkened spaces – and only dust remains …

Lost and forgotten at the dawn of the night

Naked of people and naked of light
We failed to notice to show her we tried

To keep her from falling, to safe this sole child …

viernes, 19 de marzo de 2010

"Vida y destino"- Vasili Grossman


A la novela del ruso Vasili Grossman (1905-1964), 'Vida y destino' (traducción con ovación de Marta Rebón ), se le perdona cualquier desarreglo y error, por la sencilla razón de que tiene mucho que contar y cuenta mucho a lo largo de 1.100 páginas, 150 personajes y unas veinte sagas narrativas que se encargan del mundo civil, moral, político y militar durante la Segunda Guerra Mundial. Una empresa decimonónica con los bagajes de la crónica narrativa del XX. Si quieren ficciones reales, como pretendía Capote, aquí se van a hartar.

A este escritor ruso, que estuvo en la batalla de Stalingrado y en otra media docena de penalidades históricas, y que vio secuestrada esta novela por el régimen soviético (1961), le preocupa sobre todo la moral en el sufrimiento, es decir, le preocupa el sentido de lo humano cuando todo lo humano habita en el infierno. En este libro hay campos de trabajo alemanes y rusos, guetos y prisiones, batallas y violencia política, guerra sin tregua y paz en guerra, pero la mirada no se eleva a los destinos históricos de las masas o de las civilizaciones, sino que descansa en la percepción del tiempo de un combatiente durante la refriega, en la manera de abrir una carta que llega del frente o de escribir la última ante la muerte inminente, en el sentimiento retráctil que une a un superviviente o a un prisionero con los que comparten su hora, en la esperanza radical y rotunda de un condenado cuando no hay esperanza posible…

No hay nada paradójico en el aliento vital que finalmente insufla esta historia en la que los seres humanos sorprenden a la vez por su bondad y por su perversidad, en ocasiones sin cambiar de sujeto. No hay aquí un canto de esperanza, ni el laudo de la oración fúnebre, como tampoco hay pesimismo lastimero, ni histórico ni antropológico. Hasta el pesar mismo está tratado como una condición humana capaz de exaltar lo mejor y lo peor de cada cual. La sensación que queda es la de que en el peor de los mundos posibles siempre ganan los buenos o, mejor dicho, lo bueno. Es lógico: brilla más, tiene más fuerza que lo que se deja llevar por la corriente, definición incuestionable del mal. Aceptar, claudicar, obedecer a ciegas, cumplir con el mandato de otros, seguir a la mayoría o a los poderosos: lo fácil coincide con el horror.

Se ha elogiado mucho este libro por su grandiosidad, por su amplitud pictórica, por la inmensidad de su testimonio. Sin embargo, su gran valor está en lo pequeño, en los seres que sólo ocupan un rincón del mundo y que enseñan esas venas del alma por las que circula la vida cuando merece ser vivida. Al espíritu las circunstancias sólo le importan para sobreponerse a ellas.

Carta de Don Quijote a Dulcinea

Soberana y alta señora:

"El herido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo. Si gustares de socorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.

Tuyo hasta la muerte,

El caballero de la triste figura"




"Sanguinarius -13 Historias de vampiros" - Ed.Valdemar.



Más allá de la figura del aristócrata «satanique» y decadente, esbozada primero por John William Polidori e institucionalizada después por Bram Stoker, a lo largo de los siglos XIX y XX, el vampiro ha sido objeto de múltiples revisiones y reinterpretaciones mitológicas, de miradas perversas y desmitificadoras, de tratamientos innovadores o neoclásicos.
Los trece relatos que componen la presente antología de cuentos de vampiros, Sanguinarius –titulada así en claro homenaje a Ray Russell y Erzsébet Báthory–, fueron escritos entre 1820 La novia de las islas y 1967 El muerto viviente, englobando así casi ciento cincuenta años de horrores literarios; en suma, la edad dorada del vampiro como icono de la cultura popular.

De los «Penny Dreadfuls» victorianos a la revista pulp estadounidense «Weird Tales», de diletantes como el conde Eric Stenbock a grandes genios de la narrativa fantástica como Richard Matheson, de amantes del ocultismo como Gustav Meyrink a profesionales de la pluma –ya fuera para la página impresa, la radio, el cine o la televisión–, como es el caso de Robert Bloch, los cuentos aquí seleccionados son una muestra muy representativa de la evolución del «nosferatu» al margen de modas y tendencias muy precisas.

A pesar de que la mayoría de ellos pertenecen a la órbita anglosajona, los estilos y argumentos de cada uno demuestran que la narrativa vampírica trasciende el tópico del noble de sienes plateadas y amplia capa negra –quizá fosilizado por culpa del cine de terror–, abriéndonos a una amplísima gama de posibilidades dramáticas que van de un primerizo y perverso Conde sediento de sangre a las horrendas criaturas que se alimentan de nuestra energía vital, pasando por entes extraterrestres o no-muertos con indudable conciencia humana. «Sanguinarius» es, en suma, una invitación a abrir nuestros sentidos a las tinieblas, a renovar nuestra irrefrenable pasión por la sangre.

Traducción de José Luis Moreno-Ruiz

Colección: El Club Diógenes / CD-285

Siempre hablé en pasado,
y no fueron los otros
los que ahuyentaron los cuervos
de este cielo.
Tú lo entiendes,
cómo en un interludio largo y sagrado,
mordiste la manzana
y te arrancaron las manos
para dejarlas bajo mis sábanas...
Bajo mis sábanas...
Un vampiro sin nombre,
un muñeco sin alma,
un traidor para mí mismo.
En eso fuí reconvertido,
tras la expiación del último pecado
la última norma,
que inflingí, por ti.
Me da igual;
te amo.
Viajemos al final de esta noche,
hacia el limbo del tiempo,
de la mano podemos hacerlo.
Quitemos las sábanas,
y unamos, de nuevo,
las manos a tu cuerpo.

jueves, 18 de marzo de 2010

Amy Macdonald - Don't Tell Me That It's Over


Tell me why this world is a mess
I thought you always tried the best
Tell me what am I to do, maybe you should do it too
Tell me why they’re sleeping alone
No house, nowhere to call a home
Tell me what I meant to see
Won’t you stop preaching at me

And I wanna see what is all about
And I wanna live, wanna give something back

Don’t tell me that it’s over
It’s only just begun
Don’t tell me that it’s over

All the money in the world would never set all the wrongs to right
All the fire in the world will never set my heart alive
A dream of the day, when it’s all gone away
And the sun is shining bright
A dream of the day when it’s all gone away
The dreams are finite.

Don’t tell me that it’s over
It’s only just begun
Don’t tell me that it’s over

Don’t tell me that it’s over please I’m on my knees
I’m beggin you to stop.
Please I’m on my knees, I’m beggin you to stop.

domingo, 14 de marzo de 2010



"Violinista" (Fragmento) de Diego Dayer

1920-2010
R.I.P

" Pero a Daniel, el Mochuelo, le bullían muchas dudas en la cabeza a este respecto. Él creía saber cuanto puede saber un hombre. Leía de corrido, escribía para entenderse y conocía y sabía aplicar las cuatro reglas. Bien mirado, pocas cosas más cabían en un cerebro normalmente desarrollado. No obstante, en la ciudad, los estudios de Bachillerato constaban, según decían, de siete años y, después los estudios superiores, en la Universidad, de otros tantos años, por lo menos. ¿Podría existir algo en el mundo cuyo conocimiento exigiera catorce años de esfuerzo, tres más de los que ahora contaba Daniel? Seguramente, en la ciudad se pierde mucho el tiempo -pensaba el Mochuelo- y, a fin de cuentas, habrá quién, al cabo de catorce años de estudio no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón. La vida era así de rara, absurda y caprichosa. "

Esa cara me suena. 14 /03/ 2010.

He oído contar que algunos ministros, subsecretarios, presidentes autonómicos y alcaldes, cuando pierden sus cargos, atraviesan un periodo de depresión y sobre todo de desconcierto. No es sólo que de repente nadie los llame, tras haber pasado una temporada de su vida agobiados y halagados por la actividad frenética y las peticiones; no es sólo que dejen de sentirse fundamentales y se perciban súbitamente como inútiles, y que ya no se solicite su presencia hasta hacía poco tan codiciada; ni siquiera que carezcan de poder decisorio tras haberlo disfrutado e incluso haber abusado de él sin escrúpulos. Al parecer se quedan perplejos al encontrarse sin ayudantes ni secretarios ni telefonistas, al tener que hacer por sí mismos las cosas más normales. Recuerdo que me hablaron de uno que se quedó estupefacto cuando redescubrió que le tocaba ir al estanco si quería tabaco, acostumbrado como había estado a que se lo trajera un ordenanza y a no molestarse nunca con los recados de la vida diaria; cuando volvió a encontrarse con dificultades para pillar un taxi en hora punta, después de años con un coche oficial a su permanente disposición; cuando se vio haciendo cola para la ópera o para un teatro, tras haber gozado de la seguridad de un palco en cualquier espectáculo que se le antojara ver.

Me acordé de esto hace unos días cuando vi en televisión, en segundo término (ella no era el objeto de la noticia), a una ex-ministra bastante reciente y me costó caer en la cuenta de quién era. “Esta cara me suena mucho”, pensé, “¿de qué la conozco?”, sin ni siquiera estar seguro de si era alguien a quien había visto en la vida real o sólo en fotos y telediarios. Tuve que hacer un inverosímil esfuerzo para ponerle nombre: “Ah, claro, pero si es aquella ministra que tanto dio que hablar y a la que contemplábamos a diario en la prensa, en realidad hace muy poco”. Es cierto que esto puede ocurrirnos con cualquier rostro “famoso” que se pasa de moda: el de un actor o un cantante, el de un deportista una vez retirado, el de un escritor o un pintor célebres. Todos nos hemos sorprendido alguna vez, de hecho, al leer la necrológica de alguien a quien creíamos muerto hacía siglos. La última vez que me sucedió fue con la actriz Jennifer Jones, fallecida hace unos meses, y a quien casi creía enterrada desde que la mató Gregory Peck en Duelo al sol, cuando interpretaba a la vehemente mestiza Perla Chávez. En nuestra época es inconcebible la rapidez con que se fagocita y olvida todo, a la cual contribuye, además, la proliferación de torneos, acontecimientos, galas, hitos y premios. ¿Qué película ganó el Oscar del año pasado? Me resulta imposible recordarlo a bote pronto, más aún quiénes se llevaron los de mejores actor y actriz, y eso que me gusta el cine. Sé qué equipo se alzó con la última Copa de Europa porque fue español, el Barcelona, pero si me preguntaran por el anterior campeón tendría que hacer un considerable esfuerzo de memoria y aun así me cabrían dudas. Lo mismo me sucede con el último vencedor del Tour, un español, pero en modo alguno sé quién lo antecedió en ese podio. En cuanto al Premio Nobel de Literatura, está reciente su concesión a Müller, pero si debo decir quién lo obtuvo en la anterior edición, hay un blanco en mi cabeza. ¿Qué decir del Cervantes o del Príncipe de Asturias, del Nacional de Narrativa o del de la Crítica? Por no hablar de los incontables premios que organiza el Grupo Planeta y que suelen ir ganando los mismos autores en rueda (el propio Planeta, el Primavera, el Nadal, el Biblioteca Breve, el Fernando Lara y qué sé yo cuántos más). ¿Quién ganó la Copa de la UEFA? Ni idea. ¿Y la Vuelta a España? ¿Y los más recientes Wimbledon y Roland Garros? ¿Y los Festivales de Cannes, Venecia, Berlín o San Sebastián? No hablemos de los Goya del año pasado, o de los Bafta, o de los César, o de los Golden Globe Awards y los Grammy. Casi nadie recuerda nada y a casi nadie le importa, más allá de un minuto. La gente se afana y trampea por triunfar en competiciones u obtener distinciones que cada día dejan menos huella, entre otras razones porque hay demasiadas y nuestra memoria no da abasto. Ganar o perder viene a dar lo mismo.

Si esto ocurre con quienes más o menos dependen de su mérito, ¿cómo es que los políticos son tan arrogantes e ingenuos para creer que sus personas tienen alguna importancia? ¿Cómo es que se los ve tan satisfechos y envanecidos, a menudo tan farrucos y desdeñosos, si deberían estar muy al tanto de que sólo los ha elegido un gerifalte de su partido y de que a la mayoría no los conocía ni dios antes de que los designaran para tal o cual cargo? Los que tienen “tirón electoral” son cuatro gatos, y el resto está donde está de prestadillo, por capricho, amistad o pacto. Todos son carne de olvido. ¿Quién recuerda hoy a los ministros de González o Suárez, no digamos a los de Franco, con alguna excepción que confirma la regla? ¿Quién recuerda a quienes se sintieron casi omnipotentes un día? Todos deberían mirarse cada mañana en el espejo y decirse: “Estoy aquí para prestar un servicio y por mí mismo no soy nadie. Mi destino es volver a ir por tabaco al estanco y vérmelas y deseármelas para encontrar un taxi, como cualquiera de esos ciudadanos a los que hoy mando y maltrato. Dentro de un tiempo esta cara aparecerá por azar en la televisión y la gente se dirá ‘Me suena’, y ni siquiera acertará a ponerle mi nombre”.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 14 de marzo de 2010

miércoles, 10 de marzo de 2010

Boreas




Boreas, Dios del viento.
Yo no sé nada de la vida,
yo no sé nada del destino,
yo no sé nada de la muerte;
¡pero te amo!

Según la buena lógica, tú eres luz extinguida;
mi devoción es loca, mi culto, desatino,
y hay una insensatez infinita en quererte;
¡pero te amo!

Amado Nervo.

Ha muerto Philip Langridge


El gran tenor inglés Philip Langridge ha muerto a causa de las complicaciones del cáncer que sufría. Langridge estaba considerado uno de los grandes tenores ingleses de su generación y según los críticos era el sucesor del inglés Peter Pears, el gran tenor de las obras maestras vocales de Britten.

Langridge nació en Hawkhurst, en el condado de Kent, Inglaterra, el 16 de diciembre de 1939; estudió en la Royal Academy of Music de Londres y empezó su carrera como violinista de orquesta, antes de debutar, en 1964, en Capriccio, de Richard Strauss, en el festival de Glyndebourne.

Su repertorio fue muy amplio y abarcaba desde las óperas de Claudio Monteverdi, Wolfgang Amadeus Mozart y Richard Wagner hasta obras de compositores del siglo XX como Maurice Ravel, Igor Stravinsky, Leos Janácek, Arnold Schönberg, Benjamin Britten (del que se le considera un especialista) y Edward Elgar.

Durante su carrera Langridge recorrió los teatros más emblemáticos del mundo como el Metropolitan Opera de Nueva York , la Royal Opera House de Londres, la Scala de Milán yel Liceu de Barcelona, donde interpretó en el 2004 al príncipe Vassili Shuisky, personaje central de Boris Godunov,del compositor ruso Modest Petrovich Musorgski.

El tenor se caracterizó por ser uno de los más destacados intérpretes de las óperas del compositor y director de orquesta Benjamin Britten: cantó el papel protagonista de la ópera ecléctica Peter Grimes - en el personaje del pescador-en la Royal Opera House; en la English National Opera; en la Metropolitan Opera; en la Scala; en Munich; en Los Ángeles,y en Florencia.

Langridge también destacó por cantar música sacra de los barrocos Johann Sebastian Bach y Georg Friedrich Händel.

El tenor debutó en la Royal Opera House londinense en 1983 en un doblete en el que cantaba al Pescador en Le Rossignol de Stravinsky y a la Tetera en L´enfant et les sortilèges, de Maurice Ravel. En la Metropolitan Opera de Nueva York debutó en 1985 como Ferrando en Cosi fan tutte, de Mozart, y dos años después en Salzburgo como Aron en Moses und Aron,de Schönberg.

El director artístico de la Royal Opera House, Antonio Pappano, comentó al conocerse la muerte del tenor que, "siempre quise trabajar con él y, cuando por fin pude realizar mi sueño con El oro del Rin,vi que era, no sólo un gran cantante y actor, sino también un ser humano divertido y cálido".

El compositor británico Harrison Birtistle manifestó que "era un artista extraordinario y su muerte deja un gran hueco en el mundo de la música".

Sus últimas interpretaciones fueron: El anillo del nibelungo de Richard Wagner y la bruja en Hansel y Gretel, de Engelbert Humperdinck.

Philip Langridge fue nombrado comandante de la Orden del Imperio Británico en 1994 y estaba casado con la mezzosoprano Ann Murray, con la que tuvo un hijo. De su primer matrimonio tuvo tres hijos, uno de los cuales es director de escena.


"General, tenga cuidado con su hija. Ha intentado sentarse sobre mis rodillas cuando yo estaba de pie".

Humphrey Bogart (El sueño eterno)

Escenas de la efímera exasperación I. 7 /03/ 2.010.

Escena primera. Se habrán dado cuenta de que las personas que están delante de uno en cualquier tipo de cola tardan siglos en solventar sus asuntos. Si es la de un cajero automático, se pasan larguísimo rato desentrañando los diferentes pasos que hay que dar para algo tan simple como sacar dinero o consultar un saldo, como si siempre fuera la primera vez, o bien llevan a cabo infinitas operaciones distintas, una tras otra, hasta el punto de que uno se pregunta si estarán confundiendo la pantalla con la de un vídeojuego o con el panel de una máquina tragaperras. Cuando por fin le llega a uno su turno, tarda pocos segundos en hacer lo que se proponía. Aquí cabe la duda de si medimos injustamente el tiempo propio y el de los demás, el de la actividad y el de la espera. La duda se disipa cuando uno decide intercalar otro recado y regresar más tarde, y a menudo se encuentra con que el sujeto que bloqueaba el cajero todavía permanece allí, como si estuviera ante un jeroglífico.

Escena segunda. Lo mismo, pero agravado, ocurre en la cola de una agencia de viajes o de cualquier taquilla. Parece que quienes lo preceden a uno empiecen a pensar en el recorrido que desean efectuar, en el día, la hora y el medio de locomoción, sólo una vez que ya están en la agencia o en la estación. Le llegan a uno retazos de disquisiciones sin fin, de dudas existenciales que se podían haber resuelto en casa, de perplejidades cuando la persona en cuestión se entera, allí mismo, de que a Tenerife es imposible llegar por ferrocarril y cosas por el estilo. Yo he visto tirar de mapa a las empleadas, desplegarlo ante los ojos del cliente e intentar demostrarle que entre Barcelona y Mallorca hay mar.

Escena tercera. En todas partes, y en las tiendas no digamos, existe un tipo de comprador particularmente sádico. Es aquel que va anunciando que ya está a punto de terminar sus gestiones: “Y, por último …”, suele decir. Cuando oigan eso, desesperen, porque es siempre mentira. A quien eso proclama es seguro que aún le quedan tres o cuatro consultas más. Otra modalidad es la del individuo que, cuando ya ha acabado, ha pagado y parece que se dispone a marcharse, se acuerda de algo más: “Ah, y deme también una goma de borrar”. El de la papelería busca gomas, el cliente duda, por fin se decide por una, aquél se la envuelve, se la cobra aparte, y, cuando uno cree que todo ha concluido de veras, el sádico añade: “Ah, una cosita más …” Y cuando esa cosita más ha sido servida, y envuelta, y cobrada, el torturador todavía preguntará dónde queda una calle, o dónde puede encontrar sandías por la zona, o cualquier otra cosa que ya nada tenga que ver con la tienda en cuestión. Me alegro de no portar armas normalmente, porque a estas alturas ya estaría cumpliendo varias penas por homicidio.

Escena cuarta. Lo normal es que toda compra o gestión se vea además interrumpida y alargada por un par de llamadas telefónicas, que el dependiente, cajero del banco o taquillero atenderá inmediatamente con gran solicitud. A ninguno se le ocurre que la presencia física de alguien –que ha esperado lo suyo a ser atendido– debería tener absoluta prioridad sobre una mera voz que, de hecho, se está colando con impunidad. Es al revés: el cliente que se ha tomado la molestia de desplazarse hasta el lugar será siempre postergado en favor del comodón que llama desde su casa o su móvil para preguntar cualquier sandez.

Escena quinta. Es frecuente, asimismo, que los empleados sean bisoños o ineptos y requieran la ayuda de un compañero. Por lo general ese compañero al que se recurre es el que está atendiéndolo a uno, y si éste no basta, se reclama a un tercero. Yo me he encontrado con frecuencia privado del que por fin se ocupaba de mí mientras tres de ellos se volcaban en solucionar las vacilaciones del pelma de turno. Confieso que también en estas ocasiones he deseado estrangular con mis manos, al no soler portar armas, como he dicho.

Escena sexta. Uno asiste a la conferencia o charla de un escritor, por ejemplo, al que le interesa oír. Se encuentra con que junto a él hay sentadas otras tres personas, pese a que lo anunciado no era un coloquio ni una mesa redonda. Una de ellas está allí para presentar a las otras dos, las cuales están para presentarse la una a la otra y de paso al escritor. Lo más probable es que empiecen diciendo: “Fulanito de Tal no necesita presentación …” Mal asunto, porque a continuación, y en vista de eso, enumerarán desde la fecha de su nacimiento hasta su última publicación, cuanto puede leerse en una solapa de libro o en Internet. El principal presentador del escritor saca entonces unos folios y anuncia que va a leer “algo muy breve”. Pésimo asunto, porque es garantía de que será larguísimo y aburrido y de que consumirá buena parte del tiempo destinado a la intervención del conferenciante. A veces éste tiene que tomar un tren o un avión justo después, y lo advierte, pero eso no impedirá que ninguno de los presentadores de los presentadores renuncie a sus minutos de pequeña gloria microfónica. Reconozco que en más de una ocasión mi exasperación, y las miradas al amenazador reloj, me han llevado a largarme sin oírle abrir la boca a quien había ido a escuchar.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 7 de marzo de 2010