domingo, 28 de febrero de 2010

Nick Cave - Into My Arms


I don't believe in an interventionist God
But I know, darling, that you do
But if I did I would kneel down and ask Him
Not to intervene when it came to you
Not to touch a hair on your head
To leave you as you are
And if He felt He had to direct you
Then direct you into my arms

Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms

And I don't believe in the existence of angels
But looking at you I wonder if that's true
But if I did I would summon them together
And ask them to watch over you
To each burn a candle for you
To make bright and clear your path
And to walk, like Christ, in grace and love
And guide you into my arms

Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms

And I believe in Love
And I know that you do too
And I believe in some kind of path
That we can walk down, me and you
So keep your candlew burning
And make her journey bright and pure
That she will keep returning
Always and evermore

Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms

La breve vida de la posteridad. 28 /02/ 2.010

Por mucho escepticismo, y aun cinismo, que hoy le pongamos a la idea de posteridad, no es fácil que los escritores, pintores, músicos y cineastas nos desprendamos de ella enteramente en el plazo de dos o tres generaciones. Es muy poco tiempo en comparación con los muchos siglos en que esa esperanza o noción estuvo vigente. Por definición, quien pone algo por escrito tiene cierta intención, aunque sea inconsciente, de que ese algo permanezca o por lo menos pueda ser descubierto en el futuro. Quien se dedica a algún arte no ignora que hay obras que se siguen leyendo, escuchando, admirando, al cabo de centenares de años de su composición y de la muerte del autor, cuando éste lleva una eternidad sin estar “presente” ni ofrecer ninguna “novedad”. La duración de Cervantes, Shakespeare o Montaigne; la de Bach, Mozart o Schubert; la de Velázquez o Rembrandt o Leonardo; la menor, pero ya larga, de Welles, Hitchcock, Ford o Lubitsch permite que a cualquier artista lo anime, aunque no se lo reconozca o incluso lo niegue, una difusa intención de dejar alguna huella de su paso por el mundo, además de otras cosas sin duda más urgentes e importantes, como ganarse la vida con lo que sabe hacer, o divertirse haciéndolo, o tener una ocupación que –como yo mismo he dicho en numerosas ocasiones ante la pregunta “¿Por qué escribe usted?”– lo dispense de tener jefe y de madrugar.

El afán de posteridad está hoy muy mal visto, por no decir que resulta directamente ridículo además de –como siempre– pretencioso. La ridiculez viene dada por el hecho de que, tal como está concebida y planteada la producción de obras artísticas en la actualidad, éstas llevan consigo, en principio, una cada vez más inmediata fecha de caducidad. No son pocos los libros, películas, discos en los que esa fecha coincide de hecho con la de su alumbramiento. Nacen ya muertos, olvidados antes de forjar memoria; existen, pero es como si nunca hubieran existido. Como es sabido, son devueltos a la fábrica antes de que nadie haya podido sentir curiosidad por ellos, algunas cintas ni siquiera se estrenan. Lo único que parece existir de veras son los grandes éxitos comerciales, los que se mantienen incontables semanas en las listas de más vistos o vendidos o escuchados. Pero su duración está todo menos garantizada. Es más, esos productos se consumen tan rápida y masivamente (todo el mundo a la vez, para no quedarse “descolgado” de lo que toca en cada momento) que nadie se acuerda de ellos al cabo de unos años, y casi nadie los ve o lee o escucha fuera de “su” temporada. ¿Quién va a molestarse ahora mismo en zamparse El código Da Vinci o incluso El niño con el pijama de rayas? Sólo unos cuantos rezagados, que a toda velocidad se asemejan a quienes hoy se zambullen en Lo que el viento se llevó o Adiós, Mr Chips, por mencionar dos dignas novelas que leyó todo bicho viviente en su época. ¿Quién se atreverá a asomarse a la trilogía de Stieg Larsson o a Avatar dentro de cinco años, aparte de los frikis de cada una, los que se instalan a vivir en un mundo del que rehúsan salir?

Pero tampoco lo tienen mejor quienes crean obras que llevan inscrita en la frente la palabra “perduración”, las que no aspiran a una aceptación instantánea y multitudinaria y juegan la baza de la paciencia y apuestan por el porvenir. ¿Quién ve hoy el cine de Bergman, Rossellini o Renoir, amén de unos cuantos cinéfilos que compramos religiosamente sus DVDs? ¿Y quién lee al gran Faulkner o a Fitzgerald o a Céline? En el fondo somos tan frikis como los de La guerra de las galaxias o El Señor de los Anillos, sólo que sin disfraces ni convenciones. Esos autores ya no forman parte de la “cultura general”, sólo de la de especialistas o marginales. Su indudable talento no basta para su cabal persistencia, ésta es sólo parcial. ¿Qué hace falta, pues, para ser un verdadero clásico a todos los efectos, como Hitchcock o Billy Wilder, por los que aún pasan todas las generaciones? ¿O como Dickens, Flaubert, Conrad o Henry James, a los que todo aficionado a la literatura acaba echando un vistazo, aunque sea de reojo? ¿O como el imperecedero Elvis Presley? Menos que nunca está en la mano de los artistas su pervivencia. Han pasado los tiempos en que Joyce o Thomas Mann se esforzaban por alcanzar la posteridad y acababan lográndolo. Casi todos sus pasos iban dirigidos a eso, tanto los literarios como los que conformaban su figura pública. Hoy eso ya no sirve. Entre nosotros fue Cela el escritor que más se preocupó por quedar, y a ello dedicó buena parte de sus energías. Inseguro de su valía, conservó, ordenó y archivó sus originales y cartas, se afanó por que en su colección no faltase una sola edición de cualquiera de sus títulos, por insignificante que fuese. Hasta reescribió a mano, y a destiempo, el único original que había perdido o regalado, el de La familia de Pascual Duarte, convirtiéndose así en un extraño falsificador de sí mismo. Según las últimas noticias, cuanto atesoró con megalomanía y obsesión en la Fundación Cela, recaudando dinero público para su construcción, empieza a deteriorarse y a ser víctima de la incuria y la bancarrota. Y al parecer casi nadie se molesta en visitar su sede. Murió hace sólo ocho años y además recibió el Premio Nobel, pero no estoy seguro de que se lo lea ya mucho. Que algo dure hoy diez años es un milagro, quizá –salvo excepciones incomprensibles– la forma máxima de la posteridad.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 28 de febrero de 2010

domingo, 21 de febrero de 2010

Arcade Fire - Wake Up


Somethin' filled up
my heart with nothin',
someone told me not to cry.

But now that I'm older,
my heart's colder,
and I can see that it's a lie.

Children wake up,
hold your mistake up,
before they turn the summer into dust.

If the children don't grow up,
our bodies get bigger but our hearts get torn up.
We're just a million little gods causin' rain storms turnin' every good thing to
rust.

I guess we'll just have to adjust.

With my lightnin' bolts a glowin'
I can see where I am goin' to be
when the reaper he reaches and touches my hand.

With my lightnin' bolts a glowin'
I can see where I am goin’
With my lightnin' bolts a glowin'
I can see where I am, go-go, where I am

You'd better look out below

Esa puta mierda. 21 /02/ 2.010.

En la transcripción de la célebre y grosera frase de Esperanza Aguirre que ha trascendido gracias a un micrófono abierto que ella creía cerrado, ha habido, a mi parecer, un pequeño error. Ya saben: “Nosotros hemos tenido la inmensa suerte de poderle dar un puesto a Izquierda Unida quitándoselo al hijoputa”. Si uno oye la frase, para mí es evidente que la última palabra tendría que ir con mayúscula, es decir, “al Hijoputa”, pues sin duda se trata de un mote, de un apelativo habitual. Se está refiriendo a alguien a quien suele llamar así, y su interlocutor –su Vicepresidente– sabe perfectamente de quién le habla, está acostumbradísimo a oírle ese apodo. Si la Presidenta de Madrid se hubiera referido, como ha querido hacer creer, a alguien “circunstancial” –un tal Serrano, ex-representante del Ayuntamiento en Caja Madrid, y con quien ella no tiene trato personal–, habría dicho “a ese hijoputa” o “al hijoputa ese”; no “al Hijoputa”, que es lo que soltó verdaderamente. Por otra parte, me trae sin cuidado de quién estuviera hablando esa mujer despreciativa y soez que provoca vergüenza ajena. Allá ella con sus fobias, sus rencillas, sus traiciones y sus bestias negras.

Lo que ya no me trae tan sin cuidado es que la máxima representante de mi región sea zafia y malhablada, y más grave que la célebre frase me pareció otra, que soltó el mismo día, y que ha sido objeto de muchos menos comentarios. Se la veía paseando por las cercanías de un pueblo, Becerril de la Sierra, con un nutrido cortejo de individuos untuosos y temerosos, literalmente un séquito, como si fuera la dueña de un cortijo con sus capataces y peones. De pronto se soliviantaba y, señalando algo que quedaba fuera de plano –tal vez una construcción–, se volvía hacia el alcalde de Becerril, que iba escoltándola, y le decía en tono despótico y colérico: “¿Pero cómo has podido autorizar esa puta mierda?” Se alcanzaba a ver el azoramiento del culpable, helado por la brutalidad del reproche, y la escena terminaba. Aguirre podía haber dicho “ese adefesio” o “esa porquería”, pero no: lo que le salió de su chabacana alma fue “esa puta mierda”. Lo peor fue el tono, sin embargo: delataba a una persona irascible y propensa al trato tiránico. La escena entera parecía sacada de La escopeta nacional, de Berlanga, y no está de más recordar que en ella la acción se situaba aún en tiempos de Franco, y que esa divertidísima película retrataba con precisión un tipo de aristócrata abundantísimo en España a lo largo de su historia: terrateniente, adinerado y engreído; bruto, ignorante y tosco hasta la náusea. En manos de esa clase de individuos ha estado este país durante siglos. Por eso resultaba tan deprimente ver algo parecido en 2010, con la agravante de que la “señorita” actual fue votada por los ciudadanos (bien es cierto que tras perder unas elecciones y forzar su repetición gracias a una turbiedad nunca aclarada).

Claro que todos, o la mayoría, soltamos tacos de vez en cuando. Claro que nos hemos referido a alguien como “hijoputa” o hemos calificado algo de “puta mierda”. Pero casi todos somos particulares y no nos representamos más que a nosotros mismos. Aguirre se ha negado a hablar de su desliz, aduciendo que se trataba de “una conversación privada” y que, por lo tanto, “no contaba”. Se equivoca, como se han equivocado todos los demás dirigentes a los que ha traicionado un micrófono, desde la lumbrera José Bono tildando a Blair de “gilipollas” hasta el actual jefe de la patronal, Díaz Ferrán, llamando a la propia Aguirre “cojonuda”. Los políticos fingen y mienten de manera tan abusiva y permanente en público, que precisamente lo que ya no cuenta es lo que dicen para la galería, cuando se saben vistos, escuchados, filmados y grabados. Todo eso es falso, una patraña, una representación en el mejor de los casos. Para saber cómo son y lo que piensan de veras no nos sirven sus declaraciones ni sus intervenciones en el Parlamento. De modo que, cada vez más, lo único que cuenta es lo que dicen en privado y cuando creen estar “en confianza”. Hay más verdad acerca de la personalidad de Aguirre en esas dos frases captadas por azar que en todas sus manifestaciones ante la prensa a lo largo de los años. Éstas son, por principio, pura fachada y puro teatro, y por consiguiente falaces, un engaño, como todas las de los demás políticos una vez que ese gremio ha optado por el fingimiento perpetuo. Son esas las que no cuentan. Aquéllas, en cambio, nos revelan quién nos representa: una mujer autoritaria, irritable, desdeñosa, deslenguada y de natural ordinaria. Ya sé que hoy suelta tacos todo el mundo (bueno, sólo en España), pero, curiosa y significativamente, apenas conozco a mujeres de mi edad o mayores (y Aguirre es de mi edad) que, si han sido bien educadas y además son consideradas, recurran a ellos, sean cuales sean su clase social y sus conocimientos. También eso indica algo.

JAVIER MARÍAS

viernes, 19 de febrero de 2010

"Usted tampoco podría ser una alcachofa, porque incluso las alcachofas tienen corazón"


Espronceda " A la Patria"


ELEGÍA

¡Cuán solitaria la nación que un día
poblara inmensa gente!
¡La nación cuyo imperio se extendía
del Ocaso al Oriente!
Lágrimas viertes, infeliz ahora,
soberana del mundo,
¡y nadie de tu faz encantadora
borra el dolor profundo!
Oscuridad y luto tenebroso
en ti vertió la muerte,
y en su furor el déspota sañoso
se complació en tu suerte.
No perdonó lo hermoso, patria mía;
cayó el joven guerrero,
cayó el anciano, y la segur impía
manejó placentero.
So la rabia cayó la virgen pura
del déspota sombrío,
como eclipsa la rosa su hermosura
en el sol del estío.
¡Oh vosotros, del mundo, habitadores!,
contemplad mi tormento:
¿Igualarse podrán ¡ah!, qué dolores
al dolor que yo siento?
Yo desterrado de la patria mía,
de una patria que adoro,
perdida miro su primer valía,
y sus desgracias lloro.
Hijos espurios y el fatal tirano
sus hijos han perdido,
y en campo de dolor su fértil llano
tienen ¡ay!, convertido.
Tendió sus brazos la agitada España,
sus hijos implorando;
sus hijos fueron, mas traidora saña
desbarató su bando.
¿Qué se hicieron tus muros torreados?
¡Oh mi patria querida!
¿Dónde fueron tus héroes esforzados,
tu espada no vencida?
¡Ay!, de tus hijos en la humilde frente
está el rubor grabado:
a sus ojos caídos tristemente
el llanto está agolpado.
Un tiempo España fue: cien héroes fueron
en tiempos de ventura,
y las naciones tímidas la vieron
vistosa en hermosura.
Cual cedro que en el Líbano se ostenta,
su frente se elevaba;
como el trueno a la virgen amedrenta,
su voz las aterraba.
Mas ora, como piedra en el desierto,
yaces desamparada,
y el justo desgraciado vaga incierto
allá en tierra apartada.
Cubren su antigua pompa y poderío
pobre yerba y arena,
y el enemigo que tembló a su brío
burla y goza en su pena.
Vírgenes, destrenzad la cabellera
y dadla al vago viento:
acompañad con arpa lastimera
mi lúgubre lamento.
Desterrados ¡oh Dios!, de nuestros lares,
lloremos duelo tanto:
¿quién calmará ¡oh España!, tus pesares?,
¿quién secará tu llanto?

martes, 16 de febrero de 2010

Antony and the Johnsons - Her eyes are underneath the ground


Her eyes are underneath the ground
I have heard the crying sound

No one can stop you now
No one can stop you now

Her eyes are basking in the sun
No one knows why she did the things she’s done

Ocean, swallow me now
Ocean, swallow me now

In the garden, with my mother
I stole a flower
With my mother, in her power
I stole a flower

I saw six eyes glistening in my womb
I felt you calling me in the gloom

Rest assured your love is pure
Rest assured your love is pure

In the garden, with my mother
I stole a flower
With my mother, in her power
I chose a flower

La bailarina reacia. 14 /02/ 2.010

No suelo hablar aquí de las cartas de los lectores, menos aún rebatirlas. Uno escribe lo que escribe, la gente reacciona como le parece y uno se alegra cuando su texto es bien recibido y se aguanta cuando no o directamente cae como un tiro. Así son las cosas, es parte del juego. Sin embargo, me ronda ahora la sensación de tener un par de cuentas pendientes. En los siete años que llevo ocupando esta página nunca había sucedido que, durante tres domingos seguidos, aparecieran cartas –nada menos que nueve hasta hoy, e ignoro si la avalancha ha cesado– sobre la misma columna, y además todas airadas o negativas. Lo más gracioso es que el asunto de la pieza en cuestión –“Los exterminadores de toros”– ni me iba ni me venía mucho, al no ser yo aficionado a las corridas, como advertía, y abstenerme de utilizar argumentos más o menos patrióticos y manidos que, como también decía literalmente, “me causan alergia”. Recuerdo haber leído hace no mucho, en este mismo diario, defensas de la lidia algo más convencidas, a cargo de Vargas Llosa y Gómez Pin, por ejemplo, que apenas suscitaron animadversión o rechazo. Mi artículo no era ni siquiera una defensa –o, si lo era, resultaba tibia y desapasionada–, así que sólo me cabe pensar que lo que ha molestado no han sido mis razonamientos, compartidos por otros columnistas, cuanto que llamara “exterminadores” a los antitaurinos prohibicionistas. Si los taurinos son torturadores de animales, escribía, los antitaurinos prefieren que se extinga el toro bravo, y añadía que, dentro de todo, me quedaba con los primeros, que por lo menos permitían la perpetuación de la raza y le daban a cada ejemplar cuatro años de buena vida antes de su muerte en la plaza. Me quedaba con el “ser para la muerte” antes que con la “nada”, por recurrir a una parodia heideggeriana. Tanto Vargas Llosa como Gómez Pin habían venido a sostener algo parecido, y ninguna furia se desató contra ellos. Así pues, me temo que hay antitaurinos a los que no les importa tanto la suerte de los animales como mostrar sus propias virtud y “humanidad”, y que lo que no soportan es, por tanto, que se tilde su actitud de involuntariamente “exterminadora” o “extinguidora” de una especie, al dejar eso malparadas dichas virtud y “humanidad”, lo que de verdad les atañe.

La otra cuenta pendiente es más bien una explicación. Hace unos meses publiqué otro artículo –“Cuento de Cecil Court”– que también trajo unas cuantas cartas, todas ingeniosas y simpáticas. En él contaba que en ese callejón londinense había comprado la estatuilla de un señorín presumido que me había hecho gracia y que, con el consentimiento del dueño de la tienda, la había separado de su pareja, una bailarina con tutú, que me gustaba mucho menos; y cómo, una vez en Madrid, había incurrido en el infantilismo de pensar que las dos figuras habrían estado siempre juntas y que quizá se iban a “echar de menos”. Confesaba que había llamado al señor Mark Sullivan y le había pedido que me enviara la bailarina abandonada. Y concluía así: “Espero que no me la extravíe el correo. A estas alturas, tras tanta puerilidad, la verdad es que no me lo perdonaría”. Como no pocos lectores se interesaron por el resultado de esta gestión y desearon saber si las dos estatuillas al final se reunieron, me siento en la obligación de comunicarles que no ha sido así, y que lo que yo temía ha sucedido, según Mr Sullivan. Al cabo de unas semanas, en vista del retraso, lo llamé de nuevo. No estaba y hablé con un empleado que no tenía mucha idea del asunto. Volví a intentarlo, y entonces me dijo el señor Sullivan que el paquete enviado le había sido devuelto. Las señas estaban bien, era extraño. De paso me dio las gracias por el artículo en que mencionaba su tienda de antigüedades, alguien se lo habría contado. No sé por qué, tuve la sensación de que esa bailarina no había viajado hasta Madrid, y de que Mr Sullivan la había olvidado. Pero en fin, renové mi encargo y, eso sí, le recomendé que, si preveía que el envío no iba a llegarme antes de la Nochebuena, lo postpusiera hasta el 8 de enero, pues yo iba a estar fuera de Madrid dos semanas, para evitar un segundo “desencuentro”.

Ha terminado el mes y mi señorín sigue aquí solo, con su bigotito, su bastoncillo y su chistera plegada en la mano. Podría llamar por cuarta vez al señor Sullivan, pero quizá sería en vano, y empiezo a pensar si esas dos figuras no estarían abocadas a separarse. Tal vez, como apuntaba una de las simpáticas cartas de los lectores, estaban ya hartas de soportarse y de formar pareja. Acaso respiraron aliviadas y alegres al perderse de vista por mi intervención y mi compra de la que me divertía, y se hubieran llevado las manos a la cabeza con desesperación de haberse encontrado de nuevo, a muchas millas de su lugar de origen, en el salón de mi casa madrileña. “Viajar hasta el continente”, habrían pensado una y otra, “para acabar otra vez en compañía de este pelma, de esta pesada. Maldita sea”. Así que ya no sé si debo forzar el destino. Por mí no quedó, traté de juntarlas tras haberlas distanciado. Quizá Mr Sullivan las tuviera en sus repisas durante años y sepa más de ellas que yo, y por eso haya decidido que están mejor por su cuenta, cada una a su aire.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 14 de febrero de 2010

viernes, 12 de febrero de 2010

Un Óscar por favor!!!!

La dama y la muerte
Javier Recio Gracia.



:)

jueves, 11 de febrero de 2010

A propósito de "El hombre lobo"...

Un tema apasionante...así que mejor por partes...
La zoomorfosis es la metamorfosis de ciertos animales en otros, y de ahí se deriva la creencia en la capacidad de algunos hombres para transformarse en animales (sería una antropomorfosis) ya sea voluntariamente, mediante prácticas mágicas o por influjos no controlados, y que se encuentra extendida por todo el mundo.
El animal en el que el hombre se transforma es elegido según la zona geográfica donde vive y por el simbolismo que tiene en su ámbito cultural, correspondiendo habitualmente a los más fieros y dañinos, expresión básica del salvajismo de la naturaleza (en Europa Meridional es el lobo, aunque en la Europa del Norte es el oso; en America Septentrional ambos, el lobo y el oso, mientras que en América Meridional es el jaguar; en Africa Septentrional es la hiena y en Africa del Sur el león, el leopardo o el cocodrilo; en Asia Oriental la zorra; en la India el tigre...).
Estas ideas dieron lugar a muchas leyendas sobre humanos animalizados que en ocasiones se mezclaban con datos reales. Así nos encontramos con los berserkers u hombres-oso de los pueblos escandinavos, fieros y sangrientos luchadores que, bajo la influencia de ciertas drogas, se cubrían con pieles de oso para luchar embriagados contra sus enemigos, creyendo que así participaban de la naturaleza de la fiera hasta el punto de creerse transformados. También han sido famosos los hombres-león y los hombres-leopardo africanos, personas que disfrazándose con las pieles y atributos de dichos animales, actuaban la mayoría de las veces como sociedad secreta dentro de su comunidad, con el fin de luchar contra sus enemigos o hacer cumplir sus leyes y normas mediante actos vengativos e incluso llegando con cierta frecuencia al asesinato.
De igual forma que se atribuye un antropomorfismo en los dioses (por el que adoptan la forma o cualidades del ser humano), con mayor razón pueden presentar un zoomorfismo y transformarse en animales; el mito de Osiris nos relata que éste adoptó la forma de un lobo para ir a socorrer a Isis y a su hijo Horus en su lucha contra Seth, aunque el gran hito en esto de las transformaciones animales viene de la India en la figura de Vishnú y sus avatares, ya que asumió la forma de un pez, de una tortuga gigante, de un jabalí o de un monstruo mitad hombre mitad león. Tampoco se queda atrás el dios griego Zeus que, por motivos menos espirituales que Vishnú y más relacionados con su sacra entrepierna, se transformó en toro, cisne, águila o serpiente..
En el ámbito de la mitología también nos encontramos con quienes se han considerado descendientes o primos lejanos de los animales. Diversas tribus griegas como los misios declaraban ser descendientes de ratones, los arcadios de los osos, a los ofiógenes se les emparentaba con las serpientes y los mirmidones creían ser hormigas metamorfoseadas en hombres. Otros pueblos se preciaban de descender de los lobos como los licios, los dacios, los arcanos del Mar Caspio, los orkas frigios, los licaones de Arcadia, los lucenses españoles o los lucanos e irpinos de Italia...

Y es esta última, la figura del lobo como animal de referencia en la transformación zoomórfica del ser humano, la que en realidad me interesa ahora.

El término "licántropo" tiene su origen en Licaón, rey de Arcadia, que según las diferentes versiones de Pausanias, Platón y Ovidio, fue transformado en lobo por Zeus en castigo por haber intentado comprobar su divinidad invitándole a un banquete en el que sirvió un asado preparado con el cadáver de un niño.
A este tenebroso y peludo ser se le ha denominado de diversas formas. El término hombre-lobo desciende del latín lupus hominarius, aunque en el latín clásico se le llamaba versipellis (el que cambia de piel). En inglés se denomina werewolf (de wer, hombre y wolf, lobo, aunque antiguamente significaba ladrón); en francés se llama loup garou (que deriva de loup garwolf, cuyo significado es un redundante lobo hombre-lobo); en ruso eran volkodlak (de volk, lobo, y dlak, pelo); los servios les llamaban vulkodlak, los letones vilkacis, los lituanos vilkatas, los escandinavos vargulfr, los griegos brucolakas, los rumanos pryccolitchs, los portugueses lobarras, los gallegos le llamaban lobishome y los vascos gizonochoa (traducción literal de hombre lobo)...
Pese al amplio territorio geográfico en el cual los hombres lobo hicieron su aparición, el origen de la superstición nunca ha sido aclarado del todo. En los Balcanes y los Cárpatos se utilizaba indistintamente el término vrykolakas para referirse a los hombres lobo y a los seres resucitados de la tumba, es decir, los vampiros; y en realidad una epidemia de licantropía precedió a la que ya hemos conocido de vampirismo (se decía que los licántropos que no morían de forma definitiva eran los que posteriormente se convertían en vampiros).
El rey húngaro Segismundo (1368-1437) hizo que la Iglesia, en el concilio ecuménico de 1414, reconociera oficialmente la existencia de los hombres lobo. Este hecho, junto con una serie de condiciones sociales y sanitarias, hizo que en la Europa del siglo XVI la maldición del hombre lobo adquiriera enormes proporciones, implicando en ello a las autoridades eclesiásticas que tuvieron que iniciar una investigación oficial. Entre el año 1520 y mediados del siglo XVII, se enumeraron unos 30.000 casos de licantropía en toda Europa, especialmente en Francia, Serbia, Bohemia y Hungría.
Casos famosos han sido los de los franceses Pierre Bourgot y Michel Verdung en 1521, el de Gilles Garnier en 1573, el de un sastre de Chalons condenado a la hoguera en 1598, o los de la familia Gandillon o el vagabundo Jacques Roulet y sus familiares en el mismo año. Aunque son dignos de conocer y la lectura de las actas originales son sorprendentes, no vamos a adentrarnos en ellos pues escapan al objetivo de esta serie.
Dentro del caos de opiniones sobre la licantropía una de las que tuvo mayor fuerza durante la Edad Media, fue la que la atribuía al demonio o a sus subalternos. El demonólogo Lancre asumía, por ejemplo, que el animal preferido por el diablo para transformarse era el lobo, pues "el lobo es el enemigo mortal del cordero, en cuya forma fue figurado Jesucristo". Así existieron tendenciosas obras, que intentaban ser más o menos serias a la hora de tratar el tema, la más terrible fue el "Malleus Maleficarum" (1486) de los frailes dominicos Heinrich Kramer y James Sprenger, y la misma línea siguieron obras como "De la Démonomanie des Sorcières" (1580) donde el inquisidor y doctor francés Jean Bosin opinaba que "el diablo puede real y materialmente metamorfosear el cuerpo de un hombre en el de un animal y causar con ella la enfermedad"; esta teoría también fue defendida por Claudio, prior de Laval en Maine, cuya obra se tituló "Diálogos de la licantropía", o por Francesco Guazzo en su "Compendium Maleficarum". Por otra parte, el médico Jean de Nynauld en su "De la Lycanthropie, transformation et extase des sorciers" (1615) opinaba que el fenómeno de los hombres lobo se debía a una intoxicación por diferentes drogas o venenos. Posiblemente el intento más serio de acercarse al tema, tanto desde el punto de vista histórico como folklórico, es el llamado "El libro de los Hombres Lobo" (1865) del historiador, sacerdote, teólogo, novelista y folklorista inglés Sabine Baring-Gould (1834-1924).
Indudablemente ha sido el poco definido origen de la licantropía lo que ha dado lugar, ya sea directa o indirectamente, a múltiples opiniones referentes al tema. Si las resumimos un poco podremos ver tres tendencias básicas en cuanto a la explicación del porqué una persona puede convertirse en lobo. Una de ellas engloba a las transformaciones voluntarias (vestirse con la piel del animal, utilizar determinado objeto cedido por el diablo en persona, frotarse con ungüentos o beber pociones mágicas, etc); otra hace referencia a las transformaciones inducidas por otras personas (ya sean magos, brujas o personajes similares) y que podría ser aceptada conscientemente o de forma involuntaria y que se asociaría a una maldición; y la última, que recogería las transformaciones espontáneas (aunque en el fondo también son inducidas de alguna forma, aunque no por personas) como sería el clásico influjo de la Luna, pasar por encima del cuerpo de un lobo, beber agua donde ha bebido el animal, comer su carne o sus órganos, recibir la mordedura de un lobo, e incluso circunstancias más complejas como una herencia familiar o ser el séptimo hijo varón de un matrimonio...
Y quizá lo que más a contribuido a ofrecernos una versión especial del tema (en gran parte inventada sobre la marcha) ha sido, sin ninguna duda, el llamado cine de terror...
El cine ha desarrollado muchos de sus guiones bebiendo en las fuentes literarias originales, y la literatura de todo el mundo ha recurrido a la transformación del hombre en animal como linea argumental a desarrollar. Pero, sorprendentemente, no existe ninguna obra de referencia representativa e importante sobre este tema, tal y como ha sucedido con nuestros dos monstruos anteriores, el "Drácula" de Stoker o el "Frankenstein" de Shelley.
A pesar de todo tampoco podemos dejar de comentar algunas obras interesantes con referencias antropomórficas como son los clásicos "La Odisea" de Homero (siglo VIII a. de C.), donde la maga Circe convierte en cerdos a la tripulación de Ulises, "Los nueve libros de historia" del griego Herodoto (siglo V a.C.) donde comenta las costumbres del pueblo de los neurianos, o "El Asno de Oro" de Apuleyo (123-180) donde la transformación de un joven de Corinto en un asno le hace vivir múltiples peripecias. Otras famosas obras, con similares argumentos son "La corza blanca" (1863) de Gustavo Adolfo Bécquer, una de sus más famosas 'leyendas' donde animal y mujer amada se funden en una tragedia romántica; el relato del belga Jean Ray "La princesa Tigre" (1887), en el que recoge una clásica leyenda brasileña; o con un tono más moderno, angustioso e intimista, "La Metamorfosis" (1912) de Franz Kafka, donde su personaje va cambiando hasta convertirse en un horrible insecto.
Referencias más explícitas a la licantropía las podemos encontrar en el "Satyricón" de Petronio (siglo I), donde se describe la historia de Nicero, testigo ocular de la transformación voluntaria de un soldado en lobo; así como en la obra de Colin Sutherland Menzies "Hughes, el hombre lobo" (1838), en "El lobo blanco de las montañas Hartz" (1839) de Frederick Marryat, o "Wagner, el hombre lobo" (1846) de G.W.M.Reynolds, una clara referencia al mito que apareció como relato seriado en revistas baratas de la Inglaterra victoriana. Otras interesantes referencias también las encontramos en "El jefe lobo" (1857) de Alejandro Dumas, en el especial y diferente "Hugo, el lobo" (1859) de la pareja Emile Eerckmann y Alexandre Chatrian o, más particularmente en la aventura de John Silence, el investigador de lo oculto creado por Algernon Blackwood, llamada "El Campamento del Perro" (1908) donde surje la licantropía psíquica, o en "La Marca de la Bestia" (1932) de Rudyard Kipling donde se describe una dramática transformación a consecuencia de una maldición religiosa; incluso podemos encontrarnos, sin entrar en la literatura actual, con el interesante "Le gâloup" (1960), escrita por el etnólogo y folklorista francés Claude Seignolle...
En diversos relatos clásicos, ya sean griegos o romanos, así como en relatos históricos sobre licantropía, el hombre-lobo era una persona que se convertía en un verdadero lobo, en un feroz animal peludo que caminaba a cuatro patas e imposible de distinguir inicialmente de un lobo normal. En la Edad Media comenzó a surgir la imagen del lobo semihumanizado en su postura, pues a pesar de su claro aspecto animal podía manifestarse como un bípedo ocasional. Las únicas referencias que se hacían a los hombres-lobo con apariencia humana eran, como las del pintor Cranach el Viejo (1510-1515), cuando se hacía referencia al hombre como salvaje, un ser antropófago poseído por la locura.
La industria cinematográfica, en su aportación al terror, y por necesidades impuestas por las antiguas técnicas de efectos especiales y la enorme capacidad de los profesionales de la caracterización, nos mostró otra imagen bien diferente del hombre-lobo y que ha quedado grabada en nuestras mentes para siempre. Nos referimos al hombre animalizado, al ser mitad animal y mitad humano, al monstruo que dejó gran parte de sus orígenes mitológicos y tradicionales para renacer en un nuevo ambiente creencial, inventado prácticamente de principio a fin, y que hoy ha sido asumido por muchos como lo real...
Este nuevo monstruo peludo vive básicamente en la tragedia, es un hombre condenado, con una extraña enfermedad (la mayoría de las veces infecciosa y de fácil transmisión) y de la que sólo puede liberarse mediante la muerte. El monstruo es, en pocas palabras, un hombre maldito. Torturado con el sufrimiento de la transformación física y atormentado por saber que, como animal, es capaz de los crímenes más terribles y espeluznantes...
La primera película que recrea a este personaje fue una obra muda de 1913 titulada sencillamente "The Werewolf" dirigida por Henry MacRae, aparecieron posteriormente "The fox woman" (1915) y "The wolfman" (1915), pero no fue hasta 1932 cuando surgió la primera película sonora de licántropos, "Le loup-garou", de origen franco-alemán y dirigida por Pierre Bressol.
Otras películas probaron el guión licantrópico sin éxito: "The Wolfman" (1924) de Edmund Mortimer (la primera película americana en tratarlo) o "Wolf Blood" en 1925 donde una transfusión es el origen de la tranformación de un hombre en bestia, hasta que llegó "Werewolf of London" (1935) y dirigida por Stuart Walker, que se tradujo fatalmente en España como "El lobo humano", primera aportación al tema de la productora americana Universal, una versión totalmente particular del libro de un guionista de Hollywood, Samuel Guy Endore (1900-1970), titulado "El Hombre Lobo de París" y que bebía directamente de las fuentes de la obra de R.L.Stevenson, película que no tuvo mucho éxito pese a lo interesante que resulta el conjunto final.
La película que hoy todos conocemos como la que fue capaz de relanzar la figura del monstruo es "The Wolfman" (1941) realizada por George Wagner para la Universal; el guionista era Kurt Siodmak quien, por diversas presiones de los productores, cambió y modificó el guión original hasta inventar toda una nueva mitología a su alrededor: el bastón con puño de plata, la mordedura en forma de estrella de cinco puntas, la repugnancia hacia el acónito, e incluso la famosa luna llena... El papel principal del famoso personaje Larry Talbot fue interpretado por el hijo de un experto en esas artes y que, pese a no alcanzar ni de lejos su maestría, bordó un papel de hombre maldito, nos referimos a Lon Chaney Jr, que actuó en la película junto a otros famosos secundarios como Bela Lugosi o María Ouspenskaya. La habilidad de Jack Pierce consiguió con la caracterización del monstruo abrir el camino a las famosas transformaciones cinematográficas.
Después del inesperado éxito que despertó el segundo hombre-lobo de la Universal, diversas compañías se dedicaron a explotar el filón de las transformaciones animales. La RKO optó por un personaje femenino y un animal diferente, así surgió en 1942 "Cat People" de Jacques Tourneur (libremente traducida en nuestro país, algo a lo que ya nos tienen muy acostumbrados, como "La mujer pantera"); es una historia donde se mezclan el terror y las debilidades del ser humano, un amasijo de amor, celos y violencia, una historia de seres marginados que retoma el mito desde un punto de vista diferente, y donde la protagonista aclara algo nuevo e importante: "Sea lo que sea lo que hay en mí, -dice- es inofensivo cuando soy feliz"; una película bien llevada donde las transformaciones no se ven, sino que se insinúan mediante rugidos e inquietantes juegos de sombras. Posteriormente y, en vista del éxito cosechado, se hizo una continuación "La maldición de la mujer pantera" (1944) dirigida ahora por Robert Wise, aunque con los mismos actores y que no obtuvo el reconocimiento esperado. En los años 80 se volvió al tema con un remake de la primera película que derivaba en una historia totalmente nueva, "El beso de la pantera" (1982) dirigida por Paul Schrader y protagonizada por una atractiva Nastassja Kinski. Finalmente, "El hombre leopardo" (1943), fue otra de las películas fallidas de la RKO que intentó recoger ganancias de su anterior éxito sin conseguirlo, y ello pese a utilizar al mismo Jacques Tourneur como director.

La Universal, siguiendo su política de exprimir sus éxitos de terror, mantuvo al monstruo en sus nuevas producciones aunque, ya sea por falta de buenos guiones o de nuevas ideas, pasó directamente a compartir películas con otros famosos monstruos de la gran pantalla como las ya mencionadas en capítulos anteriores: "Frankenstein y el Hombre Lobo" (1943), "La zíngara y los monstruos" (1944), "La mansión de Drácula" (1945) o la humorística "Abbot y Costello contra los fantasmas" (1948). La única obra que escapó a este círculo estrafalario de la Universal fue "La loba de Londres" (1946) una obra melodramática dirigida a un público femenino.
Cuando nuestro personaje no dio más de sí mismo, se produjo una aproximación del terror a la juventud del momento (de forma similar a lo sucedido con otros monstruos). De esto se encargó Gene Fowles con "Yo fui un Hombre Lobo adolescente (1957), donde aparece un jovencísimo Michael Landon luchando contra la maldición de la Luna llena; luego se hizo "El Frankenstein adolescente contra el Hombre Lobo adolescente" (1959) intentando perseverar en el tema aunque sin el éxito esperado; en los años 80 se volvió a retomar a la juventud con una tonta comedia, "De pelo en pecho" (1985) donde aparecía un joven Michael J. Fox de protagonista.
"La maldición de Hombre Lobo" (1960) de Terence Fisher, fue la aportación de la británica Hammer al tema de la licantropía, donde Oliver Reed sufría la maldición ante las cámaras. A partir de entonces se produjo cierto desinterés por parte de productores y realizadores; pese a ello se produjo alguna película aunque poco importantes en general como "El terror de los lobos" (1961) de Richard Benson.
Desde finales de los años 60 a los 80, fue el español Jacinto Molina, más conocido como Paul Naschy, el que mantuvo la bandera de la licantropía como eje del cine de terror, creando al ya clásico personaje de Waldemar Daninsky. Comenzó como actor y terminó asumiendo el papel de director; se inició con "La Marca del Hombre Lobo" (1968), donde se aplicó un sistema visual en 3D para atraer la atención del público, y llegó a realizar 11 películas sobre el mismo tema de las que podríamos destacar "La Noche de Walpurgis" (1970) o "El retorno del Hombre Lobo" (1980), en su última película "La Bestia y la espada mágica" (1983) Waldemar se enfrenta a condesas sangrientas, muertos vivientes, al hombre de las nieves y al Dr. Jekyll, una extraña mezcla que desvirtuó finalmente el tema del licántropo evidenciando una falta total de buenas ideas. Durante esa época también se hizo alguna película aunque poco importante como fue "El hombre lobo de Washington" (1973) o "La leyenda del hombre lobo" (1975), y otras que debieron su éxito más al suspense policíaco que al terror como la producción argentina "La Bestia debe morir" (1952) basada en la novela de Nicholas Blake, así como su remake francés de 1969 e inglés de 1974. Por otra parte, la también argentina "Nazareno Cruz y el lobo" (1974) de Leonardo Fabio, nos acercaba al folklore mas clásico donde un séptimo hijo varón sufre la maldición y debe enfrentarse al final con el diablo.

Pero coincidiendo con el agotamiento del Waldemar de Naschy, a principios de los 80 surgieron nuevas películas que revitalizaron el mito por muy diversos motivos. Una nueva orientación la ofreció "Aullidos" (1980) de Joe Dante que, basándose en una novela de Gary Brandner, huye del hombre lobo solitario y nos muestra una comunidad organizada de licántropos; esta fue una película de culto y abrió toda una saga con, hasta el momento, siete secuelas (casi todas ellas prescindibles). Otra película a destacar resultó ser "Lobos Humanos" (1980) de Michael Wadleigh, una interesante obra donde se invierte el mito y nos muestra una raza diferente a la humana, que convive con ella y que, de forma algo sangrienta, lucha por la libertad y nos pide su respeto. Pero quizá la que más fama obtuvo fue "Un Hombre Lobo americano en Londres" (1981) que, con guión de su director John Landis, marcó la entrada del nuevo cine americano entre los licántropos; su mayor éxito se debió a la transformación del actor David Naughton en lobo, lo que marcó un hito en el cine de terror y le valió un Oscar por los logrados efectos especiales del habilidoso Rick Baker. Posteriormente se intentó una segunda parte con "Un Hombre Lobo americano en París" (1997) que pese a tratar el tema de las comunidades licantrópicas, no tuvo el éxito esperado.
Aunque durante esa época se volvió ocasionalmente al clásico hombre lobo, con bala de plata incluida, como en "Miedo Azul" (1985) basada en la obra de Stephen King, también surgieron obras más originales como la estética "En compañís de lobos" (1984) de Neil Jordan, que retomaba en cierta medida el cuento de Caperucita Roja.
Entre las obras más recientes podemos destacar la irregular "Lobo" (1994) de Mike Nichols, donde se sufre con el cambio experimentado por el personaje principal ( Jack Nicholson,al que le viene muy bien el papel de persona normal capaz de mantener una agresividad oculta dispuesta a liberarse si la vida le da una oportunidad) y que, al contrario que el arquetípico personaje de la Universal, éste es capaz de asumir e incluso disfrutar en con nuevo papel. Otras películas intentaron aprovechar el tirón de ésta pero tuvieron poco interés, entre ellas tendríamos "Werewolf" (1995), "Luna Negra" (1996) o "Licántropo" (1996).
El resto de películas modernas han padecido las tendencias típicas del cine americano. Unas se sitúan entre la acción, el terror y el esperpento gore como "Dog Soldiers" (2002) de Neil Marshall, con la historia de un grupo de hombres lobo que acosan a una patrulla de soldados. Otras destacan por sus efectos especiales y mixturas argumentales como "Underworld" (2003), con un mundo en el que viven tres razas distintas (los humanos, los vampiros y los licántropos), o "Van Helsing" (2004) con vampiros, hombres lobo y lo que se le tercie al guionista.
Visto el cúmulo de despropósitos imaginativos que el cine ha desarrollado alrededor de nuestro monstruo peludo, deberíamos revisar los conceptos que la ciencia y la medicina en particular nos pueden aportar en este tema...

...y la medicina???
Mmmm...La ciencia ha intentado ver a los llamados hombres lobo desde muy diversos puntos de vista. Unos desde el punto de vista patológico, atribuyéndoles una serie de característica específicas ya sea por alteraciones físicas o trastornos psíquicos, y otros desde un punto de vista sociológico, tema que arranca desde las más antiguas leyendas europeas. Aprovechemos el momento y démosles un breve repaso...
* En la Edad Media, época en la que los hombres lobo pasaron a ser parte de las creencias populares y a integrarse en las vidas de muchas personas, se produjeron grandes hambrunas y epidemias que desorganizaron la vida social y estimularon a su vez la religiosidad extremista, reafirmándose el valor de los inocentes y persiguiendo hasta la muerte a los impuros cuyos pactos con el demonio suponían que traían la tragedia a las tierras de Dios.
* El factor epidemiológico: Muchos investigadores han querido ver la realidad del hombre lobo en una epidemia de rabia, dando a entender que los afectados por la llamada rabia furiosa serían aquellos considerados popularmente como seres humanos transformados en fieras o, en este caso particular, en lobos. Pero aunque resulte en cierto grado una explicación atractiva (el lobo contagiando al hombre por un mordisco) no explicaría muchos de los casos que se dieron entonces, ni los prolongados periodos en los que los licántropos actuarían, ni la supervivencia de sus víctimas heridas, etc.
De la misma forma, otra enfermedad que se ha relacionado con estos personajes ha sido la porfiria, debido a determinadas características físicas de estos enfermos. Alguno lo asocia a la variedad llamada porfiria cutánea tarda, más frecuente en hombre y con cierta asociación con el alcoholismo, donde es frecuente que la piel se vuelva áspera y seca, oscureciendo su tono y con un hirsutismo como reacción orgánica defensiva del sol más frecuente en la frente y los pómulos. ...Una teoría muy traída por los pelos (y nunca mejor dicho)...
Debido a las condiciones sociales antes comentadas, la gran proliferación de hombres lobo también se ha atribuído a un fenómeno de histeria colectiva. Posiblemente existió un fenómeno de este tipo tal y como la historia nos ha demostrado en muchos de los casos conocidos de brujería. En este sentido es de destacar el caso conocido como 'La Bestia de Gévaudan' sucedido entre 1764 y 1767 en la región francesa de Lozène, donde más de cien personas fueron atacadas y devoradas por un misterioso animal; frente a esta realidad se desató una ola de histeria colectiva y se achacó a un loup garou lo que derivó en un grave problema de orden público y el mismo rey Luis XV tuvo que intervenir enviando a su caballería de élite para destruir a la bestia. Pese a que finalmente se dio muerte a un enorme animal con grandes garras y colmillos, la controversia sobre el hombre lobo no cesó. Se han escrito diversos libros sobre el tema e incluso se realizó en el año 2000 una película sobre el caso titulada "El Pacto de los Lobos", interesante interpretación de su director Christophe Gans donde con una bella estética realiza una compleja mezcla de terror, aventuras y política.
* Personajes peludos han sido con frecuencia malinterpretados como hombres lobo, aunque en este caso más por su morfología que por sus características sanguinarias.
Un amplio grupo de estos los encontramos en la historia de los llamados 'fenómenos humanos' y, por desgracia, asociados la mayoría de las veces a la exhibición circense o a un coleccionismo arcaico y de dudoso gusto por parte de nobles y monarquías por suerte obsoletas. El más antiguo conocido hace referencia a un canario nacido en 1556 llamado Petrus Gonsalvus, que tenía todo el cuerpo y la cara cubiertos de vello. Por orden del rey Enrique II de Francia, se transladó a París donde tuvo una exquisita educación y tuvo 4 hijos, todos con el mismo aspecto de su padre. Tras una gira por Europa de toda la familia, el duque Albretch IV de Babiera asombrado por su aspecto encargó realizarle un retrato de tamaño natural, obra que regaló posteriormente al archiduque Ferdinand del Tirol y que expuso en su Castillo de Ambras, en Innsbruck, Austria. Posteriormente la artista Lavinia Fontana de Zappis realizó otro famoso cuadro de su hija Antonietta. Al ser el primer caso detallado del que se tuvo noticia, este tipo de hipertricosis universal congénita es conocida como el Síndrome de Ambras -una de las llamadas enfermedades raras con inversión en el cromosoma 8 (p11.2q23.1)-, que curiosamente nos ofrece una imagen muy similar al clásico hombre lobo cinematográfico.

Barbara Urselin fue otro famoso caso de grave hipertricosis del que también existe testimonio gráfico. Nació en 1629 en Kempten, Alemania, y fue exhibida de muy pequeña por sus padres a cambio de dinero como "La Mujer Cubierta de Pelo" (The Hairy-Faced Woman); posteriormente se casó y su marido continuó con este dudoso negocio recorriendo toda Europa. También se tiene constancia pictórica del siglo XVII, obra de Stefano della Bella, de un tal Horacio González, un hirsuto hombre lobo español que viajó a Roma en peregrinación para rogar el milagro de un cambio de aspecto.

Otros famosos personajes peludos fueron Adrian Jeftichejev, conocido en 1873 como "El Hombre Salvaje de los Bosques de Kostroma" y que se exhibía como el fruto de las relaciones entre un oso y una campesina, de carácter arisco y de pésimo humor agravado por una hepatopatía debida a su aficción al vodka, así como su hijo ilegítimo Fedor, conocido posteriormente por el nombre de Theodore Petroff y por el sobrenombre de "Jo-Jo, el Niño con Cara de Perro", "El Skye Terrier Humano" o "El Hombre Caniche", y que gracias a su ingenio y buen carácter fue muy querido por el público y la prensa que lo visitaba en el circo. Tras su muy llorada muerte en 1904, el circo buscó un fenómeno similar encontrando a Stephan Bibrowski, conocido como "Lionel, el Hombre León", que había nacido en 1891 de padres normales; personaje culto y divertido, falleció en 1931 tras una exitosa carrera como showman.
Entre 1888 y 1889, una familia de birmanos que huyeron de su país durante la guerra civil, hizo una gira por Estados Unidos; el padre llamado Shwe-Maong, peludo como los casos anteriores, fue regalado de niño al rey como curiosidad y divertimento de palacio; tras casarse, tuvo cuatro hijas, una de ella peluda y que posteriormente tuvo un hijo normal y una hija también peluda. Y si revisamos la literatura médica, nos encontraremos ocasionalmente con este síndrome: un hombre chino en 1937, un alemán en 1958, otra alemana en 1964, un niño griego en 1993 y toda una familia mexicana con 21 miembros afectados y que son conocidos como "Los Niños Lobo". Este tipo de fenómenos han interesado poco al cine; que nosotros recordemos existe una película "Wolf Girl: La mujer lobo" (2001) que trata de una chica hirsuta llamada Tara Talbot (apellido que nos remite al famoso hombre lobo de la Universal) que vive y trabaja en un circo cuyo único deseo es ser considerada como cualquier otra chica normal.
La medicina también ha encontrado otro tipo de hirsutismo congénito diferente al que hemos visto; en este caso también puede afectar a todo el cuerpo pero se asocia a un prognatismo facial, hipertrofia gingival y alteraciones dentales. Este síndrome de hirsutismo con fibromatosis gingival se ha asociado más a una imagen de oso o de mono, que a un perro o a un lobo, pero no podemos evitar introducirlo aquí por su similitud.
Ejemplos famosos de este síndrome ha sido el trágico caso de Julia Pastrana, una india mexicana que nació en 1834 en las montañas de Sierra Madre; a los 20 años se puso a trabajar como fenómeno profesional exhibiéndose por la región y los EEUU. Era una mujer baja, de 137 cm de altura, con una gran hipertrofia gingival que formaba unas grandes encías llenas de protuberancias, con la frente muy peluda y unos bigotes y barba muy llamativos. Se le presentó como "El Híbrido Maravilloso" o "La Mujer Oso", y muchos creyeron que era el resultado de los bestiales amoríos de un humano y una osa o un orangután. Su vida, por desgracia, estuvo rodeada por los poquísimos escrúpulos de su mánager, que se casó con ella para poder seguir explotando el filón de la curiosidad humana; la dejó embarazada y llegó a vender entradas para asistir al parto. Julia dió a luz en 1860 a un niño tan peludo como ella pero, debido a lo dificultoso del alumbramiento, falleció a los tres días y la madre dos días después. El marido continuó aprovechándose de ambos y los mandó embalsamar (aunque en realidad fue un puro trabajo de taxidermia) y siguió exhibiéndolos por el mundo. Tras muchas peripecias las exhibiciones terminaron en 1976 cuando unos ladrones destruyeron parcialmente sus momias; desde el año 1990 sus restos se encuentran en el Instituto de Medicina Forense Rikshospitalet de Oslo, donde sólo están disponibles para estudios científicos. El director Marco Ferreri se inspiró en Julia para realizar en 1964 "La donna scimmia" y que interpretaron Ugo Tognazzi y Annie Girardot.

Otra caso que podríamos incluir en este grupo sería el de Krao, una niña hirsuta con un pelo corporal negro, lacio y lustroso, con prognatismo facial, nariz chata y orejas grandes, ágil de movimientos y muy flexible. Al igual que otras personas de características similares fue exhibida desde 1883 por Europa y EEUU como "La Mujer Simio" junto con una falsa historia familiar que la trasformaba en una especie de eslabón perdido, aunque nació en realidad en Bangkok de padres normales.
Existe un famoso caso español, la llamada "Osa de Andara", una mujer velluda de Cantabria estudiada en 1875, descrita con pelo crespo, de frente aplastada y estrecha, nariz chata, pómulos prominentes y labios parecidos a un hocico. Algún autor afirmó, con pocos visos de realidad, que era una pastora llamada Joaquina López que huyó a las cuevas de Andara avergonzada por su imagen; otros, por el contrario, han intentado ver en esta mujer un resto de la raza neandertal...
Todos estos últimos casos nos llevan necesariamente a comentar el tema del llamado Hombre Salvaje que, de alguna forma, puede relacionarse con los llamados hombres lobo solitarios.
Aquí es conveniente distinguir las teorías sobre el verdadero Hombre Salvaje de aquellas que hacen referencia a los "prehumanos supervivientes" (que incluirían al neandertal o a los australopitecos, con toda la gama de yetis del Himalaya, al almasty caucásico, al bigfoot y al sasquatch americanos, al yowie australiano, al maricoxi brasileño, al hibagón japonés, al moehau neozelandés, al agogwe africano o al toonijuk de los esquimales entre otros muchos), y las que hacen referencia al "atavismo", por el cual reaparecen en el organismo algunos de los caracteres de los antepasados, posiblemente debido al retorno de un gen mutante a su forma originaria (y aquí podríamos incluir las crónicas y leyendas de pueblos 'con cola' como la raza de los geriboku japoneses, los kia pon chinos, los orang ekor malayos, los batak berekor camboyanos, los niam niam africanos o los qweqwete bosquimanos; aunque recordemos de paso que este signo de atavismo ha servido para despreciar a algunos pueblos y marcarlos con la imagen de bestialidad, lo que hicieron los japoneses al llamar a sí a los ainos por vestir ropas de animales).
La imagen del Hombre Salvaje, un ser de aspecto humano, que vive desnudo en cuevas o bosques y que tiene todo el cuerpo recubierto por una espesa capa de pelo, aparece en la mitología de todo el mundo y representado en una cantidad ingente de obras gráficas. La mayoría de las veces se les describe como personajes solitarios, aunque también se ha hablado de poblaciones enteras de estos seres. Se les ha considerado libres de convencionalismos, viviendo sus deseos libre y espontáneamente, donde especialmente el deseo sexual se libera y que nos llevaría a la clásica relación entre la vellosidad corporal y el vigor o el deseo sexual (fenómeno éste muy relacionado con las historias de hombres lobo) de amplia difusión en muchas culturas.
Uno de los aspectos más curiosos del hombre salvaje lo constituye el hecho de poder ser también un asilvestrado, una persona que abandona por su propia voluntad la civilización y opta por la soledad y el ascetismo (en este sentido han sido famosos algunos santos de los primeros siglos: San Onofre, San Pafnucio, San Juan Crisóstomo o Santa María Magdalena...; un fenómeno similar a lo que Buñuel nos mostró en su película "Simón del desierto").
Este concepto del hombre asilvestrado nos lleva necesariamente a citar los casos de los llamados Niños Salvajes y que muchos han relacionado con hombres animales y especialmente con los hombres lobo. El naturalista Carl von Linneo ya describió en su "Systema Naturae" (1758) al homo sylvestris (hombres ferales u hombres salvajes), basándose en 9 niños abandonados que sobrevivieron en la selva gracias a los animales, y que caracterizaba como hirsutos, mudos y cuadrúpedos, y a los que actualmente podríamos añadir una cierta insensibilidad al frío o al calor, gran visión nocturna y olfato muy desarrollado, aunque estos casos se han mostrado sexualmente indiferentes. Cuando el magistral escritor Rudyard Kipling (1865-1936) publicó en su "Libro de las Tierras Vírgenes" (1894) las aventuras de Mowgli, un pequeño criado y educado por los lobos de la India (relato que modernizaba en cierta forma la leyenda de Rómulo y Remo, los fundadores de Roma que fueron amamantados por una loba), se reabrió el debate de la existencia real de los niños salvajes. Aquí posiblemente deberíamos distinguir dos tipos: los criados por animales y los que sobrevivieron por su propia cuenta.
En el primer grupo estaría, entre otros muchos casos, el de Rama y Kamala de 1920, las famosas niñas lobo de Midnapore en la India, que fueron cuidadas por una camada de lobos y que bebían, comían, gruñían y actuaban como sus padres adoptivos; el de un niño sirio que fue cuidado por lobos en 1946, o el de Ramu en 1954, el niño lobo de Lucknow que fue abandonado por sus padres por su retraso mental y criado por una loba. El cine poco nos ha mostrado sobre ellos si exceptuamos las abundantes, deformadas y aventurescas historias del famoso personaje de Edgar Rice Burroughs que nos mostraron una falsa idea sobre estos niños desde el cine mudo con "Tarzán de los monos" (1918) hasta "Greystoke" (1984).
El segundo grupo, que se nos escapa del tema que tratamos, ha sido mucho más versionado en el cine, donde nos encontramos con "El pequeño salvaje" (1969) de François Truffaut, basado en la historia de Victor, un niño de 12 años encontrado en el siglo XVIII en los bosques franceses de Aveyron y que fue educado por el médico Jean Itard; "El enigma de Kaspar Hauser" (1975) de Werner Herzog, que se hacía eco del famoso caso del niño hallado en Nuremberg en 1828; o más recientemente "Nell" obra de 1994 donde se teoriza sobre la reeducación de una niña de estas características. Existen casos más recientes que han permitido a los científicos estudiar un fenómeno que la ciencia del renacimiento ya teorizaba sobre ellos y proponía incluso un ensayo con seres vivos; estos han permitido que psicólogos y linguistas estudiaran la situación de los niños que han vivido abandonados por sus padres como es el caso de 'Genie' una niña californiana a la que su padre encerró durante doce años negándole toda comunicación y condenándola al silencio.
Y dejo para lo último lo que, a mi modo de ver, es la mejor explicación médica de los casos de hombres lobo: una enfermedad mental.
Durante el siglo XVI, diferentes actos que incluían los ataques sexuales, los asesinatos y el canibalismo, fueron atribuidos a seres humanos capaces de transformarse en lobos. Tanto era así, que el término "licantropía" acabó relacionándose con terribles situaciones en las que predominaba un excesivo sadismo e incluso una abominable antropofagia.
La posibilidad de encontrarse frente a una enfermedad mental se llegó a plantear en la época de mayor recrudecimiento de los ataques de los hombres lobo. El sastre de Chalons en Francia, que fue condenado a la hoguera en 1598, no sólo relató unos terribles actos durante su proceso sino que incluso se jactó de ellos, lo que ya podía hacer sospechar que fuera en realidad un enfermo. otros hombres lobo se llegaron a librar de la tortura y la hoguera como fue un vagabundo débil mental llamado Jacques Roulet, que juró que sus crímenes los realizaba bajo la forma de un lobo; el tribunal debió sospechar de una enfermedad, ya que lo internó en el hospital de Saint Germain aux Prés. El niño licántropo de Aquitania, Jean Grenier, también era un retrasado mental con apetitos caníbales, y terminó sus días encerrado en el monasterio franciscano de Burdeos.
Un famoso hombre lobo en España (ya que se considera el primer asesino en serie español) fue Manuel Blanco Romasanta más conocido como "El Hombre Lobo de Allariz" que confesó haber asesinado, despedazado y devorado a trece personas en los bosques de Galicia entre los años 1846 y 1852; gracias a los estudios de un médico francés la reina Isabel II le conmutó la pena capital por la cadena perpetua terminando sus días en la cárcel. Este caso fue llevado al cine por Pedro Olea en "El bosque del lobo" (1970) con una gran actuación de José Luis López Vázquez, y más recientemente en "Romasanta: La caza de la bestia" (2004) de Paco Plaza.
La compulsión por la sangre que presenta el sádico implica, muchas veces, un impulso sexual mal dirigido, que los convierte en asesinos voluptuosos que violan a sus víctimas y terminan devorando su carne, regocijándose en las mutilaciones o en los coitos postmortem y que les lleva, en ocasiones, a conservar alguna parte de sus víctimas como si fuera un fetiche. Estos enfermos entremezclan el placer sexual con el placer de comer, donde el deformado impulso amoroso le lleva a introducir y a asimilar en sí mismo al cuerpo amado. Cuando a este tipo de violencia asesina fuertemente relacionada con el sadismo sexual y el canibalismo, se asociaba además el convencimiento de que la personalidad se transformaba en la de otros animales (especialmente el lobo, debido a su ferocidad), los médicos comenzaron a hablar inicialmente de una insania lupina o locura lobera, una psicosis lúpica o una lupomanía. Actualmente mucha gente prefiere hablar de la licantropía como una enfermedad psiquiátrica, pese a no estar incluída en el DMS-IV (la monomanía por la cual el enfermo cree adoptar la forma de un animal, sin que se asocie el sadismo violento, sexual y caníbal, sería simplemente un zoomorfismo paranoico).

La realidad es que este tipo de enfermedad mental, la llamemos como la llamemos, es de muy difícil clasificación al ser enfermos incapaces de separar lo real de lo imaginario mientras conviven temporalmente con una violenta, feroz y 'supuesta' transformación de la personalidad. Esto ha dado lugar a que en la actualidad la psiquiatría hable de una conducta histérica transitoria, una hipocondria delirante, una psicosis alucinatoria o simplemente de una esquizofrenia aguda. Visto de esta forma el fenómeno licantrópico, sería fácil relacionarlo con muchos asesinos en serie actualmente conocidos: el ruso Andrei Chikatilo 'el carnicero de Rostv', el inglés Reginald Christie 'el monstruo de Rillington Place' o los americanos Albert Fish 'el Maníaco de la Luna' o Edward Gein 'el carnicero de Plainfield'.
El lobo es un animal simbólico de lo salvaje y lo libre de la naturaleza, que nos muestra una imagen estereotipada como expresión de lo peligroso y lo destructivo, del poder depredador. El poeta romano Plauto (254-184 a.C.) dejó escrito un clásico proverbio "Homo homini lupus", y que posteriormente popularizó Thomas Hobbes (1588-1679) en su "De cive, epistola dedicatoria": 'El hombre, es un lobo para el hombre', y éste con afán depredador (y pido perdón a los lobos) nos lo ha demostrado muchas veces a través de la historia.
Terminaré con unos famosos versos que pronunciaba María Ouspenskaya en la clásica película de la Universal, y que nos recuerdan que nadie está libre de la maldición, pues en nuestro interior se oculta una bestia dormida que puede salir en cualquier momento:
"Even a man who is pure of heart
And says his prayers by night
Can become a wolf when the wolfbane blooms
And the moon is full and bright".
____________________________
"Incluso el hombre puro de corazón
que reza sus oraciones por la noche
puede convertirse en lobo cuando florece el acónito
y la Luna llena brilla"...

Un ejercicio de comprensión. 7 /02/ 2.010.

La cruzada antitabaco de Zapatero y su Ministra de Sanidad, Jiménez, está adquiriendo tintes tan demagógicos que, antes de tarifar con ellos a todos los efectos, he intentado darles la razón, a ver qué pasaba. En lo relativo a la inminente prohibición de fumar en todos los lugares públicos cerrados, no lo consigo. ¿Por qué en todos? ¿Es que los no fumadores piensan frecuentar todos y cada uno de las decenas de millares de bares y restaurantes desperdigados por España? Los fumadores ya sólo aspiramos a que en algunos locales se nos permita echarnos un pitillo mientras tomamos una caña o justo después de almorzar o cenar. ¿Por qué no puede haber unos cuantos sitios así, llámense clubs de fumadores o como se quiera? ¿Por qué, entre los muchísimos que prefieren que se fume en ellos –no me cansaré de repetir que esa ha sido la causa de la nueva ley que se avecina: que los propietarios han hecho uso de la libertad que se les concedió contrariamente a los deseos del Gobierno, en vista de lo cual éste se la retira, vaya libertad condicionada–, no se efectúa un sorteo y se consiente que cierto porcentaje admita el humo en sus dependencias? Los no fumadores no entrarían en ellos, como otros no entramos en casinos, puticlubs o sex-shops, eso sería todo. En cuanto a los camareros –también podrían ser autoservicios, y no haberlos–, tendrían que ser asimismo fumadores voluntarios, no se verían obligados a respirar una atmósfera indeseada.

Este ejercicio de comprensión que intento no lo están llevando a cabo muchos más fumadores. Conozco a no pocos que han prometido no volver a pisar un bar ni un restaurante una vez que la intolerante nueva ley entre en vigor. Así que es natural que el gremio de hostelería esté preocupado. Este diario se ha alineado con Zapatero y Jiménez hasta el punto de publicar un reportaje con el titular “Sin humo no se hunde el bar” y el subtitular “Los hosteleros vaticinan un desastre por la prohibición de fumar, pero la experiencia en otros países lo desmiente”, en el que sin embargo, al leer la información, ésta desmentía rotundamente dichos titulares, que se convertían en incomprensibles: resulta que en Irlanda hay un 25% menos pubs de los existentes antes de la prohibición; en el Reino Unido caen 52 a la semana, en el plazo de un año cerraron 2.377 y se redujeron 24.000 empleos; en Italia, un 12% de los establecimientos acusó pérdidas “significativas”; y en Francia la gente se ha refugiado en las terrazas, convirtiendo el “problema del humo” en el “problema del vocerío” desesperante para los vecinos, que es lo que sucederá en España, dados el buen tiempo reinante y los pingües beneficios que sacan los Ayuntamientos de la proliferación de mesas en las calles. Otro extraño titular de El País afirmaba que los partidarios de la prohibición total eran “clara mayoría”. Luego, la noticia revelaba que se trataba de una mayoría pelada del 52%, frente a un 44% que se oponía, si mal no recuerdo. Un 44% es mucha gente, como para cercenar su libertad completamente. Unos veinte millones de personas, con las cuales, yo creo, debería llegarse a algún tipo de entendimiento.

En lo que sí he logrado darles la razón a los tramposos Zapatero y Jiménez es en su última medida de adornar con pavorosas fotos los paquetes de cigarrillos: pulmones destrozados, dentaduras roídas, fetos, jeringuillas, gatillazos y demás males que pueden sobrevenir a los fumadores. Aunque eso no hará sino disparar la venta de pitilleras (yo las uso desde hace años), me parece bien, siempre que se haga lo mismo con todos los demás productos que pueden dañar nuestra salud o matarnos. Exijo, por tanto, que las botellas de vino, whisky y ginebra lleven fotos de repulsivos borrachos, de hígados con cirrosis y de las ratas y arañas que se aparecen a quienes sufren de delirium tremens. Quiero que en las carreteras, y sobre las portezuelas de los coches, haya, bien visibles, imágenes de muertos aplastados por la chatarra, tetrapléjicos en sillas de ruedas, motoristas decapitados, peatones atropellados, cueros cabelludos arrancados y brazos y piernas amputados. Que presidan las playas grandes fotos de ahogados, de miembros hinchados por las picaduras de las medusas y de afectados por cánceres de piel. Reclamo que los costados de los aviones exhiban imágenes de catástrofes aéreas, con cuerpos desmembrados, terroristas con bombas y momentáneos supervivientes chapoteando en un mar helado, y otro tanto los de los trenes, ilustrados por desastres ferroviarios y por las consecuencias del 11-M. Pido que en las fachadas de los Ayuntamientos se vean fotos de paisajes destruidos por la especulación inmobiliaria, y de gente sorda por culpa del ruido de sus infinitas y arbitrarias obras. Porque todas esas desgracias pueden acaecerle a quien bebe alcohol, o monta en coche o en moto o es un mero transeúnte, o a quien vuela o viaja en tren, o a quien se baña en el mar, o a quien está expuesto a los abusos del Ayuntamiento de turno. Sería un mundo alentador y alegre, lleno de estampas que nos describieran gráficamente los peligros y horrores que se ciernen sobre nosotros constantemente. Es posible que la economía se fuera al traste, pero qué se le va a hacer. Al fin y al cabo, ¿no son los Gobiernos los que sacan mayor provecho del consumo de tabaco? Si nos ponen fotos espantosas en las cajetillas, que las pongan también en todo el resto, incluyendo las de obesos inmovilizados en muchos productos alimenticios. Si no lo hacen, quedarán como hipócritas, además de como fanáticos y supresores de las libertades.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 7 de febrero de 2010

martes, 2 de febrero de 2010

Carta de Juan Rulfo a Clara Aparicio.

Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye.
Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba.
Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua.
Clara: corazón, rosa, amor...
Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña.
Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida.
Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida.
Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara.
No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba.
Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada.
¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara?
He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada.
Lo han aprendido ya el árbol y la tarde...
y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río...
Clara:
Hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.

Paradise lost-Blood of another


You'll see the blood - blood of another
You'll see the blood as we roll in it together
You'll see the blood - blood of another
You'll see the blood as we roll in it together tonight

That unruly life is like what is fabled wisdom like?
This indulgent grace is spinning round and leaving all behind
Knowledge limits you besides claiming you're so sure by vibes
In this frozen climate the temperature should bring you down
To rights beauty, purity inside

Twisted madness filth and vice death is not selective
The darker shroud will fall on all despite recklessness
The fault in mind anger laughter can't provide
Try to turn a blind eye the wasting pain
One trip you cannot buy...

Todavía parte de este mundo. 31 /01/ 2010.

Los muertos de la ciudad en que uno vive son mucho más llevaderos que los de los lugares que se visitan de tarde en tarde. Aquí, en Madrid –en mi caso–, la cotidianidad prosigue sin más remedio y uno se acostumbra a que los días pasen y se superpongan sin la presencia de quienes nos acompañaron durante largo tiempo. Me doy cuenta, si acaso, de que, de manera más bien inconsciente, tiendo a rehuir los barrios en que los desaparecidos tenían sus casas o en que solía encontrarme con ellos. Hace diecisiete años, por ejemplo, que rara vez voy por El Viso, donde vivía Juan Benet; algo más desde que no paso por la calle de Gaztambide, en cuyo número 4 habitó Juan García Hortelano; y ya veinticinco desde que evito la zona de hotelitos en que tenía el suyo Vicente Aleixandre. Eso por mencionar sólo a amigos escritores, y por lo tanto a muertos a los que también muchos lectores podrían poner rostro y palabras, y cuya ausencia, hasta cierto punto, puede ser compartida por ellos. En la propia ciudad se van produciendo huecos, pero éstos no la dominan, y uno no puede tenerlos en la conciencia permanentemente, aunque –valga la contradicción– no pase jornada sin acordarse de sus caras y sus voces.

En cambio, cuando uno regresa a una ciudad a la que viajó con frecuencia en el pasado, inmediatamente echa en falta, con gran viveza, a quienes veía allí y ya se han muerto. En esos sitios uno estableció ciertos hábitos que formaban parte de su estancia. No visitar a Guillermo Cabrera Infante en Londres –por continuar con los escritores amigos– resultaba inconcebible, no sólo por el placer de encontrarlos –a él y a su mujer, Miriam Gómez–, sino también por las numerosas y divertidas anécdotas que proporcionaban y con las que uno volvía como con un tesoro, presto a relatárselas a las amistades madrileñas que tanto las celebraban. En las ciudades en que uno no vive no hay posibilidad de llenar los vacíos con el mero transcurso de los días, así que cuando uno llega de nuevo a ellas se ve asaltado por la nostalgia y por la sensación de pérdida con la misma intensidad que cada vez anterior, y eso ocurre indefinidamente, por muchos años que vayan pasando. Ahora he estado una semana en París, tras un lustro largo sin pisarla, y no ha fallado: inverosímilmente he echado de menos con fuerza a un muerto de hace casi veinte años, es decir, a alguien a quien no veo y de quien nada sé desde hace mucho, y a cuya falta debería estar más que acostumbrado, lo mismo que a no llamarlo ni a escribirle, a no esperar verlo en el Boulevard Saint-Germain ni en el Quai des Célestins ni en la Rue des Écoles, por mencionar algunos sitios en los que él estuvo y yo lo recuerdo.

El 15 de noviembre de 1990 ese amigo puso fin a su vida. Yo me enteré unas fechas más tarde, estando precisamente en París, y escribí una semblanza de él titulada "La muerte de Aliocha Coll". También era escritor, aunque a él es casi imposible que los lectores le pongan rostro y sumamente difícil que lo asocien a texto alguno, porque no publicó más que un libro y una traducción en vida, y con posterioridad aparecieron dos novelas más y una colección de poemas, si no me equivoco, todo ello hace ya tiempo, con escaso eco y sin el menor éxito. En verdad esto último no podía tenerlo ni lo buscó nunca, tan arriesgada y poco convencional era su literatura. Cuando hoy leo sobre escritores actuales que pasan por supermodernos y “rupturistas” y “mutantes”, no puedo evitar reírme: no sólo nacen la mayoría anticuados porque repitan fórmulas ya gastadas y estériles de los años setenta, sino que, al lado de Aliocha Coll, que lleva dos decenios enterrado, sus propuestas son cuasi galdosianas, por mucho “ciberespacio” que metan en sus obras tan perecederas. Me temo que son carne de tan pronto olvido como el propio Aliocha Coll, con la salvedad de que él nunca estuvo de moda ni fue jaleado por los tuertos críticos, y por tanto jamás pudo abandonar ese olvido al que se entregó deliberadamente. Era médico de profesión y muy culto. Se conocía al dedillo la tradición, como todos los que deciden darle la espalda con algún talento, no por pereza o ignorancia. Catalán de origen, vivía en París desde su primera juventud, primero de rentas, luego de su trabajo como médico cuando se le acabaron aquéllas. Era un hombre educado y discreto, siempre bien trajeado, con una risa tímida y como retardada, como si esperase a comprobar que lo que se había dicho era una broma para permitirse soltar la carcajada. Tenía cuarenta y dos años cuando se mató, tras leer un cuento de Nerval, beberse una copa de vino y escuchar no recuerdo qué música. Había terminado su novela Atila (una de las que se publicaron póstumamente) y con ella dio por concluida su obra. Como dije en aquella semblanza de 1990, “Acabado el papel se acabó la vida”, así fue en su caso. Sus textos son difíciles, rozando la ininteligibilidad a veces, pero poseía un gran talento verbal y rítmico: “Es y era la auréola de la silueta luz absorta en el polvo, absuelta en humo. Y el humo era el que vomitaba fuego, vómito del humo en el humo…” Es una cita escogida al azar, de Atila. Cada vez que voy a París me resulta incomprensible no llamarlo, no verlo, que no esté allí y se me frene el impulso. Que no esté en el mundo y sí en mi memoria, que todavía es parte de este mundo.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 31 de enero de 2010