Lejos de mi intención criticar a las ONGs en general y a las personas de buena fe que a menudo las integran o les aportan fondos (entre estas últimas me cuento, aunque con cada vez menor confianza, lo que me ha hecho darme de baja en algunas de ellas). Su labor suele ser muy meritoria, y la ayuda que prestan no se ve menoscabada, cuando es eficaz y no contraproducente, porque haya entre sus miembros individuos que, más que preocuparse de veras por las calamidades e injusticias del mundo, parecen buscar sentido a sus insatisfactorias vidas y complacerse en su propia imagen combativa y solidaria, o incluso no pocos –sobre todo actores, cantantes, escritores, quienes tienen necesidad de construirse un “personaje público” lucido y rentable– que no desaprovechan ocasión de darse autobombo en compañía de los desventurados de turno y siempre llevan cámaras cerca que atestigüen y aventen su “compromiso” con cualquier causa que les adorne la biografía. Que haya quienes saquen partido a su defensa de los oprimidos, a su denuncia de los agravios, a su nutrición de los hambrientos, es una “mácula colateral” que con frecuencia hace sospechar de la espontaneidad y generosidad de los activistas, pero que en modo alguno invalida el conjunto de su tarea.
Últimamente, sin embargo, da la impresión de que el número de esos aprovechados aumenta. El eco mediático embriaga y ofusca a cualquiera, y es sabido que quien lo obtiene puede hacerse adicto a él y querer más cada vez. Algunas ONGs españolas que han saltado a la prensa por padecimientos que ojalá no hubieran sufrido, parecen haber perdido la perspectiva de lo que es útil para aquellos a quienes pretenden socorrer, y haberse ensimismado en una especie de narcisismo. Da la sensación de que ya no les importa tanto lo que puedan aportar cuanto el reflejo que les devuelva el espejo de su popularidad. Es de celebrar que los cooperantes de Acció Solidària secuestrados por la rama magrebí de Al Qaeda hayan regresado por fin salvos y casi sanos, aunque ello haya costado la excarcelación de algún terrorista y el pago de un rescate elevado a cargo del Estado español. Se ha comprobado que sus “caravanas de ayuda”, enviadas seguramente con la mejor intención, pueden traer más perjuicios que beneficios, desde luego para todos nosotros –y para los cautivos no digamos–, pero también para los destinatarios de dicha ayuda. Se ha comprobado que no todo lo que se nos ocurre es factible. Lo que resulta incomprensible es que esa misma Acció Solidària anuncia ahora que no se va a arredrar y que planea ya el flete de su próxima caravana –ojo con el narcisismo– no tanto para insistir en su apoyo a los necesitados cuanto como “homenaje” a los cooperantes maltratados. Uno se pregunta por qué no los homenajean en Barcelona, ya que han logrado volver allí, sin ponerse en peligro de nuevo, quizá volver a ser secuestrados –ojalá no sea así– e involucrar en su drama al Gobierno y a todo el país.
Otro tanto sucede con la docena de activistas del Observatorio para los Derechos Humanos en el Sáhara Occidental que fueron molidos a palos cuando se manifestaban contra Marruecos en El Aaiún, bien por la policía de allí, como aseguran ellos, bien por ciudadanos bestias a los que no gustó su actitud. Hay demasiada gente en España que, a la manera de los nuevos ricos, cree que puede ir a cualquier lado y hacer allí lo que le dé la gana como si estuviera en nuestro territorio. Si bajo la dictadura de Franco hubiera venido un grupo de franceses o noruegos a manifestarse contra el régimen en suelo español, es seguro que los grises o los muchísimos franquistas bestias que pululaban por aquí los hubieran hostiado, y que luego se les hubiera caído el pelo en la Dirección General de Seguridad. Lo mismo les ocurriría a esos activistas canarios si se plantaran hoy en Pekín y gritaran contra la dictadura china, o en La Habana contra la de Castro, o en Guinea contra la de Obiang, o en Caracas contra la de Chávez o en Moscú contra la pseudodemocracia de Putin y Medvédev, no digamos en Teherán contra la de Ahmadineyad. Hay cosas que, simplemente, uno sabe que no es posible hacer, y menos gratis y sin consecuencias; es preciso tener un mínimo sentido de la realidad. Pues bien, los miembros de ese Observatorio, lejos de haberse empapado a golpes de esa limitadora realidad, preparan ahora una “flotilla de la Independencia” para desembarcar a lo grande en el puerto de El Aaiún y volverse a manifestar. Están en su derecho y su causa es justa, allá ellos. Pero lo que resulta desfachatado y contradictorio es que la tal “flotilla” pida escolta y protección al Gobierno español. El abuso de las siglas nos hace olvidar a veces lo que éstas significan, y ONG quiere decir Organización NO GUBERNAMENTAL, y bien que todas ellas se han enorgullecido de esa N. ¿Cómo es, entonces, que esas Organizaciones NO GUBERNAMENTALES recurren a los Gobiernos cada vez que hay un problema, capturan a sus cooperantes o brean a sus manifestantes? Deberían ser coherentes. No es aceptable que hagan caso omiso de los Gobiernos cuando se trata de su proselitismo y su publicidad y que se pongan bajo el ala de aquéllos cuando les vienen mal dadas. Las ONGs son muy libres de meterse en cuantas bocas del lobo se les antoje, pero sería menester que, a partir de ahora y de una vez, lo hicieran por cuenta suya y sólo suya, sin pedir luego a los Gobiernos que tanto desprecian que les saquen las castañas del fuego.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 19 de septiembre de 2010
Muy buena!
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