domingo, 22 de noviembre de 2009

"El folklore de los huesos insignes" - 22 /11/ 2009

Ustedes me disculparán (o no), porque si yo tengo la sensación de haber escrito ya este artículo, ¿cómo no la van a tener los lectores de haberlo leído? Vaya en mi descargo que los columnistas españoles no siempre nos repetimos por falta de ideas o por machaconería, sino muchas veces porque nuestra realidad es insistente y reiterativa y pesada, y porque se nos da como a nadie fingir que alguien no ha dicho ni argumentado lo que sí ha dicho y argumentado, lo cual obliga a ese alguien a volver a la carga. Ilusamente, desde luego, pues lo más probable es que se haga otra vez caso omiso de sus razonamientos, y así hasta la siguiente. Si se molestan en leer o releer a Larra, por poner un solo ejemplo clásico, verán hasta qué punto casi nada ha cambiado en los últimos doscientos años.
Hace unas noches me encontré en la calle a dos de las hermanas García Lorca, Isabel y Laura, o Yaya y Lauri, como se las llamaba en el colegio al que fuimos, aunque estuviéramos en cursos distintos. Son dos mujeres risueñas y encantadoras, en las que uno cree adivinar la legendaria simpatía que cuantos lo conocieron atribuían a su tío Federico. Apenas hablamos unos minutos, pero las noté agobiadas por las presiones que, desde demasiados flancos (incluido este periódico), están recibiendo, ellas y sus primos y su otra hermana, para que cedan a los insaciables deseos de espectáculo de nuestra sociedad de brocha gorda, en lo relativo a la excavación de la fosa en la que se supone que yace el poeta, junto con tres o cuatro cadáveres más. Los herederos han preferido, durante años, que no se abriera ni removiera esa tumba, pero cuando los descendientes de los otros fusilados han querido lo contrario, y recuperar los restos de sus antepasados, los García Lorca no se han opuesto, claro está, ¿cómo podrían? Ahora, al ir a procederse a la exhumación, han manifestado su voluntad de que no se identifique a García Lorca, al menos en principio, y de que en todo caso no se saquen sus huesos de donde quiera que estén ni se trasladen a ningún otro lugar ni menos aún se los convierta en objeto de pomposidades ni en destino de beata peregrinación. Esta sobria postura indigna a muchos, en este país folklórico, circense, festivalero, oportunista y frívolo. A los políticos, porque les impide fotografiarse junto a la lápida ilustre y soltar vacuos discursos; a algunos jueces, porque atenta contra su lucimiento; a la prensa, porque la priva de un espectáculo más; a ciertos izquierdistas de turismo y manifiesto, porque nada les gustaría tanto como llevar flores y cirios a un sepulcro “como es debido” y dejar allí mensajitos cursis destinados a su propio bienestar, que no al del muerto; a algunos estudiosos, porque ansían satisfacer su curiosidad profesional y su vanidad personal, saber si tenían razón en sus conjeturas y conocer al detalle por dónde le entraron las balas al poeta, cosas así. Uno de ellos ha anunciado melodramáticamente que si no se identifica a éste o no se comunican los resultados, se pensará si coger la maleta y marcharse de España para siempre. A todos nos dan a menudo ganas de largarnos de este país, no le quepa duda al biógrafo, pero aquí los chantajes de este tipo no funcionan, él debería saberlo a estas alturas. La respuesta de los españoles a amenazas así siempre es: “Pues váyase usted”. Eso se lo han dicho a gente mucho más insigne y fundamental a lo largo de nuestra historia.

Lo más desagradable de este asunto es que ya se han empezado a arrojar sospechas sobre los motivos “reales” de las sobrinas García Lorca y los sobrinos Fernández-Montesinos (insisto: sin que este diario, por desgracia, se haya quedado atrás). ¿Qué “ocultan” o quieren ocultar?, se preguntan no pocos de los indignados con su postura. ¿Acaso hace años que sacaron a su tío del barranco de Víznar y está enterrado en otro sitio, y ahora no desean que se descubra la “farsa”? ¿O es que están en contra de la “memoria histórica” y de que el poeta “que es de todos” (otra cursilería, por cierto, amén de otra falsedad: sus versos están al alcance de cualquiera, pero no tienen por qué estarlo sus huesos) sea sepultado con honores?

¿Tan difícil es de entender lo siguiente? a) La “indigna” sepultura de Lorca es un recordatorio necesario de la indigna muerte que sufrió, y no respetarla sería, a la larga, poco menos que “blanquear” a sus verdugos. b) Se puede preferir dejar a los muertos allí donde cayeron, no traficar con ellos ni trasegarlos para complacer a los vivos. c) También no tratar de averiguar hasta el último detalle morboso (y doloroso para los allegados) de un asesinato, ya que basta con saber lo que se sabe, que Lorca fue asesinado vilmente por el bando franquista que el Partido Popular todavía defiende, puesto que se ha negado a condenarlo. d) Que la veneración supersticiosa de las reliquias es una costumbre católica, a la que muchos supuestos izquierdistas laicos están locos por apuntarse, pero por fortuna no todos (los que ven inconsecuencia en ello). e) Que se puede sentir aversión hacia la industria turístico-político-cultural que a menudo se monta en torno a los muertos ilustres, siempre en beneficio de unos cuantos vivos o para endulzar sus autocomplacientes conciencias. f) Que uno tiene derecho a no querer saber lo que juzga superfluo saber. ¿Tan difícil de entender es esta actitud, o es más bien que no interesa entenderla si nos priva de un juguete, de un santuario y de un espectáculo más?

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 22 de noviembre de 2009

No hay comentarios: