domingo, 8 de noviembre de 2009

Que no me entero - 8 /11/ 09

Leo este periódico a diario, desde su fundación. Además he escrito en él desde 1978, esporádicamente durante muchos años, mensualmente durante unos pocos, semanalmente desde hace casi siete, en este dominical. Es normal que lo que no me gusta de El País me preocupe, no tiene nada de particular. Les sucede a los que son sólo lectores, como demuestran sus Cartas al Director y sus quejas a la Defensora. En los últimos tiempos encuentro cada vez más motivos de preocupación: de tendencia, de estilo, de contenido, de foco o atención. Me fijo en los nombres de quienes firman las noticias, los comentarios, los reportajes, las críticas, las columnas y artículos de opinión. Conozco los de los corresponsales, nacionales e internacionales. Éstos han sido con frecuencia excelentes, y algunos lo siguen siendo. No voy a hablar, sin embargo, de las tendencias ni de los estilos ni de los contenidos ni de los focos o atenciones. Con todo, aún es mucho más lo que me agrada que lo que me desagrada. Y todo ello es subjetivo. Me voy a limitar a señalar un aspecto, el más preocupante de todos y el que más urgiría corregir.

Nunca me había sucedido lo que me sucede a menudo últimamente: leo una información intentando enterarme de lo que ocurre en un lugar determinado, o de cómo está la situación de tal conflicto, o de cuáles van a ser los problemas del libro cuando se generalicen el e-book y similares, o de qué va a pasar con la fosa de García Lorca, y no lo consigo. En el mejor de los casos, me quedo como estaba, y en el peor, han aumentado mi ignorancia y mi confusión. Como he perdido muchas cosas, pero aún no mi capacidad intelectiva (o no enteramente), sólo me queda concluir que con frecuencia no se entiende nada de lo que los nuevos redactores (cada vez hay más nombres nuevos que no se asientan, no sé si son becarios que vienen y se van) intentan explicar. A veces se tiene la impresión de que fingen explicar algo que ellos no han comprendido previamente, lo cual hace su tarea imposible, claro está. En el caso de algunos corresponsales extranjeros, uno detecta con facilidad que se han limitado a mal copiar -es decir, a traducir mal- lo que los diarios o televisiones de cada país han dicho, y nada es más incomprensible que una traducción hecha por alguien que conoce mal la lengua de origen y deficientemente la propia. El resultado habitual es que el lector con ciertos conocimientos se ve obligado a llevar a cabo sobre la marcha una “traducción” de la información, esto es, a “deducir” lo que los redactores habrán entendido o habrán querido decir en realidad. Un juego de adivinación, que va contra las reglas más elementales del periodismo. Lo peor es que, como esto no se da sólo en El País, sino también en todos los demás diarios y sobre todo en las radios y televisiones -con la fuerza divulgadora de estas últimas, y lo de TVE es atroz-, nos encontramos con que también quienes no son corresponsales en el extranjero, y por tanto no tendrían en principio de dónde traducir, adoptan las meteduras de pata, las sintaxis ininteligibles y los innumerables falsos amigos que sus colegas propagan. Es llamativa la resistencia mínima que se opone hoy al continuo destrozo de la lengua. (Ojo, mi preocupación no se debe a ningún purismo, sino al creciente peligro de que no nos entendamos más que “retraduciéndonos” los unos a los otros, si cada cual trufa el español con los disparates que se le antojan.)

Sirva como ejemplo modesto la proliferación de falsos amigos, y eso que hay diccionarios para prevenirnos contra ellos. Obviamente, hay redactores de este diario (y por supuesto de otros) que ni los tienen ni los consultan, porque aún no se han enterado de que en inglés “extravagant” nunca significa “extravagante”, sino “derrochador” o “despilfarrador”; de que “fastidious” es “puntilloso” o “meticuloso”; de que “dramatic“, en bastantes contextos, no es “dramático”, sino “espectacular”; de que “bizarre” no equivale a nuestro “bizarro”, sino, como en francés, a “extraño” o incluso “estrafalario”; de que “to abuse” es “insultar” o “maltratar” muchas más veces que “abusar”; de que “anxiety” no significa “ansiedad”, sino “angustia” (hace poco un crítico de Babelia se congratulaba de que por fin se hubiera traducido “fielmente” el título de una obra que contiene esa palabra, cuando precisamente ahora se ha traducido mal); de que “a stranger” no es “un extraño”, sino “un desconocido” o el viejo “forastero” de las películas del Oeste; de que “miserable” quiere decir “desdichado”; de que “to remove” no es “remover”, sino “quitar” o “sacar”; de que “ingenuity” e “intoxication” no son lo que parecen, sino “ingenio” y “embriaguez”, y así decenas de casos más, que no se dan sólo en el inglés. La mayoría son cosas que los estudiantes de cualquier lengua aprenden en el primer curso. Gente que lleva años o meses viviendo en un país, y que escribe para la prensa, las desconoce y las traduce mal una y mil veces, hasta contagiárselas a quienes jamás han puesto un pie en el país en cuestión. Regalen esos diccionarios a quienes los necesiten en la redacción, por favor. Desearía volver a leer un periódico en el que no tuviera que retraducir a mi lengua las noticias que en él se me dan, y en el que me enterara un poco más.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 8 de noviembre de 2009

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