martes, 26 de enero de 2010
Cesare Pavese - "Vendrá la muerte..."
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. ¡Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada!.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver surgir del espejo un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Los matones protegidos. 24 /01/ 2010.
Uno de los ejemplos más claros de cómo nuestras sociedades están entregadas a la política del appeasement o apaciguamiento -la que practicaron las democracias ante Hitler, y así les fue a partir de 1939- lo encontramos en el fútbol. Hace ya quince años escribí un artículo defendiendo al antiguo jugador del Manchester United Eric Cantona, que recibió unas severísimas sanciones por parte de su club y de su selección francesa, así como la reprobación de la prensa, porque se hartó de un individuo que le soltaba barbaridades sin cesar y, al retirarse del campo, expulsado, se acercó a él y le propinó un acrobático puntapié. Posiblemente no debió patear a aquel hincha, pero se comprende que lo hiciera. Quizá mereció las sanciones, pero no la condena moral generalizada que las acompañó. El agredido, como todos los hinchas groseros y violentos que llenan los estadios, se estaba amparando en la masa y en el anonimato, estaba actuando con cobardía al insultar a resguardo al jugador, cosa que sin duda no habría hecho a solas y en su proximidad. Seguramente ningún hooligan se habría atrevido. Pocas acciones más despreciables que la de atacar en manada, sabiéndose impune, indistinguible, a salvo de las consecuencias. Decía en aquella pieza remota que si hubiéramos visto esa secuencia en una película, la mayoría habríamos aplaudido a Cantona: el héroe, cansado de sufrir vejaciones, habría individualizado a la masa y le habría dado su merecido, mala suerte para el que se llevó el puntapié. No sabemos ver la vida real con la nitidez con que vemos cine o leemos novelas.
Algo parecido ha sucedido ahora con un delantero del Inter de Milán llamado Balotelli. Pese al apellido y a haber nacido en Palermo, se trata de un fornido negro, de madre ghanesa, motivo por el cual padece toda clase de insultos racistas cada vez que salta a un campo, y nunca tiene fácil jugar en la selección de su país, ya que, según demasiados aficionados, “no hay negros italianos”. Hace unas semanas, en un partido en Verona, tras haber soportado durante ochenta y ocho minutos los gritos simiescos del público, fue sustituido, y al retirarse aplaudió irónicamente a la masa que no había parado de humillarlo. Luego, ante los micrófonos, añadió otra “afrenta”: “El público de Verona me da cada vez más asco”. Cualquiera en su situación habría dicho, o por lo menos pensado, otro tanto. A diferencia de Cantona en su día, no se encaró con ningún aficionado ni a ninguno pateó. Se limitó a aplaudir y a expresar sus comprensibles sentimientos. Sin embargo, eso le ha valido una multa de siete mil euros, impuesta por el árbitro, “por haber provocado al público”. El Presidente del Chievo Verona se ha permitido negar la evidencia: “El problema no es el color de su piel, sino su actitud provocadora, que incita a que lo insulten”. Hasta el alcalde de esa ciudad de amantes ha dicho su majadería: “Un profesional tiene que aguantar pitos e insultos”. (No ha explicado por qué, pero el estamento político-futbolístico italiano, con Berlusconi a la cabeza de los sin cerebro, hace tiempo que perdió toda capacidad de razonar.) Es decir, a uno se lo hostiga sin pausa durante el ejercicio de su trabajo, y además en plan racista, y es uno el que “provoca al público” si reacciona mínimamente.
¿De dónde proceden estas ideas de que “un profesional” ha de callar ante los insultos, y de que el público sigue siendo “respetable” cuando hace muchísimo que dejó de serlo en todas partes? Recientemente oí reproches hacia Casillas porque se acercó a un crío valenciano que lo ponía verde y le pidió un poco de educación, nada más. “Hay que hacer caso omiso y concentrarse en el juego”, lo amonestaban los periodistas. Yo me pregunto cómo se hace caso omiso de las barbaridades que uno escucha nítidamente dirigidas a uno, de principio a fin de un partido. Cómo se concentra uno en parar los disparos. Salvando las distancias, es como si a un actor de teatro se le pidiera que pasara de los insultos lanzados con profusión desde el patio de butacas y se ciñera a su texto, como si allí no hubiera nadie. O a un cantante que siguiera impertérrito con su recital mientras le llueven abucheos e injurias. O a un escritor que continuara con su conferencia mientras los oyentes lo llaman “hijoputa” y “cabrón”. Y como si a todos estos “profesionales” se los castigara y multara por interrumpirse o hacer frente a sus groseros detractores. El razonamiento -es un decir- de los responsables del fútbol es más o menos: “Cualquier respuesta sólo empeorará las cosas”. Esto es: “Permitamos y protejamos los abusos, el matonismo y la violencia verbal, no vayamos a soliviantar a los soliviantados”. Lo mismo que en los años treinta: “Cedamos ante el furioso Hitler, no se vaya a poner aún más furioso”. Ceder ante los comportamientos fascistas siempre se paga caro, porque el espíritu fascista -que puede darse en gente de izquierda- toma por debilidad cualquier inhibición del adversario, y no hace sino envalentonarse y aumentar su agresividad, hasta aniquilar a ese adversario. Si el apaciguamiento está institucionalizado; si los violentos y matones están protegidos; si se condena al individuo valiente que se enfrenta a ellos o por lo menos les señala su cobardía y su mezquindad, no es de extrañar que éstos se crezcan y que cada vez estemos todos más y más a su merced.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 24 de enero de 2010
viernes, 22 de enero de 2010
"5ª Sinfonía" de Carl Nielsen.
Varios comentaristas han rastreado la intensidad de la Quinta Sinfonía directamente hasta sus sentimientos respecto de la guerra. Si bien Nielsen negó todo intento de programa, la confrontación hostil de los opuestos dentro de la sinfonía es innegablemente bélica. Si bien semejante manifestación es demasiado vaga para decirnos mucho sobre las intenciones del compositor o sobre su música, es verdad que sus obras en gran escala de la década de 1920 abrieron nuevos territorios y adquirieron una profundidad que sólo se atisbaba en las anteriores. Están más entrelazadas , son más punzantes, más polifónicas, más dramáticas que sus piezas anteriores a la guerra. Nielsen también estaba interesado en componer música de absoluta simplicidad, como las canciones y los himnos populares. La melodía directa que se encuentra en partes de la sinfonía puede relacionarse con esta actitud hacia el público en general. La estructura singularmente poderosa de la sinfonía proviene directamente de la interacción de la simplicidad de tipo folclórico y el estilo sinfónico intensamente disonante de los años de Nielsen posteriores a la guerra.
La Quinta Sinfonía está creada en una forma singular, apropiada a la idea dramática de la obra pero diferente de la estructura de una sinfonía clásica. La sinfonía explora la confrontación de dos estados de ánimo, dos personalidades, dos estéticas: la consonante armónica y tranquila frente a la disonante, contrapuntística e intensa. Paul Hamburguer, al escribir sobre las sinfonías de Nielsen, caracteriza estas tendencias como lo constructivo y lo destructivo: "Los impulsos básicos parecen brotar de la... idea de la lucha por la vida, el eterno conflicto entre las fuerzas constructivas y las destructivas... el conflicto, la tensión entre barbarie y civilización, entre caos y orden."
De modo similar, el compositor Robert Simpson, en su libro Carl Nielsen, Sinfonista, considera que la Quinta Sinfonía expresa "el conflicto del hombre, en el que sus instintos progresistas y constructivos están en guerra con otros elementos (también humanos) que lo confrontan con la indiferencia o la oscuridad total. Nielsen descubrió que podía reflejar este drama de mejor modo en una obra de dos movimientos, el primero de los cuales debe contener el enigma del conflicto mismo y el segundo, ser un final que se elevaría desde las cenizas en un gran manantial de energía generadora. Incluso este final no está libre de dificultades, pero demuestra ser definitivamente irresistible".
El primer movimiento comienza tentativamente con una oscilación de la viola. Este movimiento perpetuo continúa hasta que se convierte en una obsesión. Las melodías tratan de invadirla, pero repetidamente caen en la mera figuración. El movimiento se desarrolla de modo doloroso y lento, generando un terror hipnótico. Las fuerzas destructivas hacen su entrada a manera de una ráfaga de notas (inicialmente acompañadas por un redoble de platillos) y, luego, un ritmo obsesivo de un tambor militar. Esta música militar genera una barbarie casi caótica, que se desvanece aparentemente antes de alcanzar todo su potencial. Un adagio en las cuerdas trae las fuerzas constructivas. El lirismo que sigue es un contraste conmovedor respecto del que lo ha precedido, pero no logra remplazar simplemente la inquietud de la apertura. El elemento destructivo hace su intrusión y se desata una verdadera batalla. Cuando la ráfaga obsesiva regresa en los vientos, la música del adagio pasa de las cuerdas a los bronces a fin de reunir fuerza. Este movimiento precipita un conflicto mayor, ya que el elemento perturbador ahora puede invadir las cuerdas. La fuerza oscura trae otra vez su alma elemental, el tambor militar. Al principio su ritmo compulsivo suena en su propio tiempo independiente y luego la ofensiva del tambor culmina en la improvisación del ejecutante del mismo "como para detener a toda costa el avance de la orquesta". Finalmente, gana el adagio lírico y el movimiento se aquieta casi pacíficamente con una cadenza del clarinete. Sin embargo, el clarinete está acompañado por un tambor militar que ha sido renuentemente aquietado y que todavía está obsesionado con su ritmo destructivo.
La reconciliación al final del primer movimiento es una paz intranquila. Se ha ganado una batalla, pero no la guerra. Las fuerzas destructivas se han retirado de la escena demasiado fácilmente como para admitir la derrota total. El segundo movimiento comienza con un allegro enérgico, completamente alejado de las luchas del movimiento precedente. El caos entra furtivamente y socava esta sección, obligándola a incurrir en repeticiones sin dirección y en un increíble perpetuum mobile de las cuerdas. La sección termina prematuramente, dando paso a una larga transición hacia una fuga rápida. La corriente subterránea de las fuerzas destructivas aparece en la superficie cuando interrumpen el clarinete y los timbales. Cuanto más trata la música de continuar de cara a estos obstáculos, más frenética se vuelve, llegando al final a un frenesí demoníaco y desplomándose: otra sección termina prematuramente. Una segunda fuga, esta vez un andante, trata ahora de impulsar la música hacia adelante. Es intensa y disonante, pero no es destructiva y por lo tanto no es necesaria su destrucción. Al final, se logra una síntesis. La música trasciende el campo de batalla para lograr unidad más allá de las fuerzas constructivas y destructivas. Por primera vez la sinfonía puede avanzar directamente hacia una nueva sección, sin necesidad de una transición mediadora. La sección final es un allegro que recapitula libremente la apertura del movimiento. Esta última parte lleva en sí triunfalmente el espíritu de la exaltación y la síntesis...algo que Nielsen siempre deseó.
2ª mitad del primer movimiento.
miércoles, 20 de enero de 2010
Dio - Don't Talk to Strangers
Don't talk to strangers
Mmmmh
Don't talk to strangers
'Cause they're only there to do you harm
Don't write in starlight
'Cause the words may come out real
Don't hide in doorways
You may find the key that opens up your soul
Don't go to heaven
'Cause it's really only hell
Don't smell the flowers
They're an evil drug to make you lose your mind
Don't dream of women
'Cause they only bring you down
Hey you, you know me, you've touched me, I'm real
I'm forever the one that lets you look and see and
Feel me
I'm danger - I'm the stranger
And I, I'm darkness, I'm anger, I'm pain
I am master
The evil song you sing inside your brain
Drive you insane
Don't talk
Don't let them inside your mind, yeah
Run away, run away, go!
No - no
Don't let them in your mind
Protect your soul
Don't dance in darkness
You may stumble and you're sure to fall
Don't write in starlight
'Cause the words may come out real
Don't talk to strangers [Don't talk to strangers]
'Cause they're only there to make you sad
Don't dream of women
'Cause they'll only bring you down
Yeah
Run, run, run, run away!
El tigre y los santos. 17 /11/ 2010.
Las mujeres se han quejado tradicionalmente, con razón, del muy diferente rasero con que se han medido su promiscuidad y la de los varones. Si en éstos era un timbre de gloria, en ellas era un baldón. Si a ellos se los admiraba y envidiaba por el número de sus conquistas, ellas se creaban mala fama por el mismo motivo. Hay muchos porqués para que esto haya sido así, pero no vamos a remontarnos a las dudas que los hombres han podido albergar sobre la paternidad de sus vástagos (y que las mujeres nunca han padecido respecto a la maternidad), ni siquiera a los recientes tiempos, bajo el franquismo, en que el adulterio de la esposa era un delito que podía llevarla a la cárcel, mientras que el del marido era una mera costumbre tan graciosa como inevitable. Baste con recordar que, si a los varones se les veía “mérito”, era porque en principio las mujeres se negaban a consentir, y en cambio aquéllos -se juzgaba de manera igualmente simplona- estaban siempre dispuestos a meterse en la cama con cualquiera, aunque fuese un espanto. Las conquistas femeninas, por tanto, no eran tales y carecían de todo valor: así como estaba tirado llevarse a un individuo al huerto, resultaba muy difícil llevarse a una individua al mismo asilvestrado lugar.
Todo esto suena a prehistoria, pero aún no había perdido enteramente su vigencia en mi primera juventud. Fue de hecho mi generación la que empezó a cambiar el punto de vista, con el llamado “amor libre” de los años sesenta y setenta. Es una de las pocas cosas de aquella época que han quedado incorporadas a la sociedad posterior. Al menos en apariencia, y hasta hay mujeres que presumen abiertamente, en público, en televisión, de su catálogo de seducidos, como el Don Giovanni de Da Ponte y Mozart, siempre y cuando se trate de sujetos “famosos”, requisito indispensable para la jactancia de las coleccionistas y para la relativa aceptación de su comportamiento por parte de las masas televidentes. “Ah, si ha sido con Beckham, o con Clooney, o con Springsteen, o incluso con el anciano Clint Eastwood”, parecen decirse los espectadores, “entonces vale”. Los gañanes que sonsacan a estas cazadoras de cabelleras les exigen “pruebas” de que el coito-con-famoso ha tenido lugar, y les piden detalles sobre las casas en que “consumaron” o incluso sobre la anatomía de los coleccionados, y por supuesto sobre sus performances o prestaciones. No se toleran las falsas medallas, lo cual indica que en estos casos sí se ve la conquista llevada a cabo por una mujer como un trofeo (aparte de un posible pasaporte para su efímera fama).
Tras todo este desparpajo, sin embargo, creo que lo que se está produciendo es un retroceso en los asuntos de esta índole y un triunfo del más rancio puritanismo. La mujer que es promiscua con particulares o desconocidos (es decir, la que no contribuye al espectáculo y al entretenimiento) aún es juzgada en estos programas con severidad parecida a la que se gastaba hace un siglo con las “casquivanas”. Y -lo que es peor, y nuevo- empieza a juzgarse con severidad semejante a los varones infieles o meramente mujeriegos, al menos en los Estados Unidos, y nada de lo que allí sucede debe minimizarse, porque suele acabar llegando también a Europa y sobre todo a España, el país más papanatas y mimético con cuanto proviene del Imperio y no digamos de Nueva York, ciudad admirable que demasiados escritores españoles nos están incitando a detestar, con su permanente baba exageradamente caída. Es bien sabido que en ese país un político no tiene futuro si es pillado en una infidelidad sexual, presente o remota. Algo absurdo que en nuestro continente no entendemos, pero que por lo menos obedece a un razonamiento, por ramplón y traído por los pelos que sea: “Si este tipo es capaz de engañar a su mujer, sin duda nos engañará también a nosotros”, piensan los elementales votantes. Lo que ya no se concibe es que un deportista como Tiger Woods, un personaje sin responsabilidades públicas que tan sólo se dedica a darle mejor que nadie a una bola con un palo de golf, que no está en situación de defraudar a la ciudadanía porque ningún poder tiene sobre ella, caiga en absoluta desgracia por descubrirse que, lejos del marido ejemplar que aparentaba ser, era un empedernido picaflor. Las empresas que utilizaban su imagen como reclamo publicitario han empezado a rescindirle contratos, el pobre hombre se ha visto obligado a anunciar que deja el golf durante tiempo indefinido, como si darle con pericia a la bola dependiera de su fidelidad o algo así, y, estando yo en la babeada Nueva York cuando estalló el “escándalo”, me quedé estupefacto al ver que todas las cadenas, incluidas las de noticias, hablaban obsesivamente de él para condenar sin pausa su “hipocresía” y su “inmoralidad”. Me llamó la atención el conservadurismo exacerbado del célebre showman Jay Leno, cuyos chistes al respecto los podría haber firmado San Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei (si hubiera hecho chistes alguna vez). Quizá no esté ocurriendo lo que creíamos muchos, a saber, que mujeres y hombres se hayan igualado en este campo porque a las mujeres promiscuas o infieles ya no se las juzgue mal. Sino que la igualación consista en que también a los varones ligeros de cascos se los denueste y execre y se los envíe al ostracismo. Si esto no es un triunfo de la pacatería, que venga el susodicho santo y lo diga, aunque en vida no tuviera nunca nada interesante que decir.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 17 de enero de 2010
sábado, 16 de enero de 2010
que es la tuya,
se revuelve
y se violenta,
se desata
y se desploma.
Tierra de sangre y sal,
de mito y leyenda,
de garrote y linde al sol,
de fiereza fría
y glorioso honor.
Tierra a la deriva
de banderas y victorias,
piel de dragón,curtida
de besos y oración.
Tierra, madre; de aire
y agua roja.
Recíbeme.
viernes, 15 de enero de 2010
Opeth - Burden.
I once upon a time
Carried a burden inside
Some will ask goodbye
A broken line but underlined
There's an ocean of sorrow in you
Sorrow in me
Saw movement in their eyes
Said I no longer knew the way
Given up the ghost
A passing minds and its a fear
In the wait for redemption ahead
Waiting to fade
Fading again
If death should take me now
Count my mistakes and let me through
Whisper in my ear
Taken more than we've received
And the ocean of sorrow is you
EXPLICO ALGUNAS COSAS
Y la metafísica cubierta de amapolas?
Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros?
Os voy a contar todo lo que me pasa.
Yo vivía en un barrio
de Madrid, con campanas,
con relojes, con árboles.
Desde allí se veía
el rostro seco de Castilla
como un océano de cuero.
Mi casa era llamada
la casa de las flores, porque por todas partes
estallaban geranios: era
una bella casa
con perros y chiquillos.
Raúl, te acuerdas?
Te acuerdas, Rafael?
Federico, te acuerdas
debajo de la tierra,
te acuerdas de mi casa con balcones en donde
la luz de junio ahogaba flores en tu boca?
Hermano, hermano!
Todo
eran grandes voces, sal de mercaderías,
aglomeraciones de pan palpitante,
mercados de mi barrio de Argüelles con su estatua
como un tintero pálido entre las merluzas:
el aceite llegaba a las cucharas,
un profundo latido
de pies y manos llenaba las calles,
metros, litros, esencia
aguda de la vida,
pescados hacinados,
contextura de techos con sol frío en el cual
la flecha se fatiga,
delirante marfil fino de las patatas,
tomates repetidos hasta el mar.
Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.
Chacales que el chacal rechazaría,
piedras que el cardo seco mordería escupiendo,
víboras que las víboras odiaran!
Frente a vosotros he visto la sangre
de España levantarse
para ahogaros en una sola ola
de orgullo y de cuchillos!
Generales
traidores:
mirad mi casa muerta,
mirad España rota:
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de cada hueco de España
sale España,
pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que os hallarán un día el sitio
del corazón.
Preguntaréis por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?
Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!
Los cien años de una amiga. - 10 /01/ 2010
Pero para mí ella no ha sido nunca “una escritora”, sino una vieja amiga a la que recuerdo desde que tengo memoria, primero de mis padres y luego, a cierta distancia y en la medida de lo posible, también mía. Si no me confundo, los tres eran compañeros de Facultad, allá en los años treinta, aunque María Rosa, a la vista de lo que se celebra ahora, les llevaba unos cuantos a mis progenitores. Era una mujer enormemente alegre, o aún sería más adecuado decir jovial, que entraba en la casa lanzando risotadas y tomando un poco el pelo, suave y cariñosamente, a todo el mundo, lo mismo a los adultos que a los niños. Pese a que éstos pueden ser muy serios y no siempre toleran que se les tome el pelo, esa actitud suya no nos hacía rehuirla ni desconfiar de ella, sino todo lo contrario. Porque se notaba que carecía de toda doblez y porque esa ironía suya era festiva o incluso celebratoria, más producto de un carácter bromista, generoso, animado y risueño que de ninguna otra cosa. Por decirlo de alguna manera, yo tenía la seguridad, de niño, de que se podía contar con ella para lo que fuera, rezumaba lealtad e incondicionalidad y afecto. Sin duda ha sido una excelente amiga de sus amigos, lo cual significa que no se habrá abstenido nunca de decirles, a cada uno, lo que no le pareciera bien de ellos. En eso consiste la lealtad también, en procurar que quienes uno quiere no se equivoquen demasiado o no se tuerzan, cuando uno cree que lo están haciendo.
Siendo yo ya un joven –tendría unos veinte años–, recuerdo que quedé a almorzar con ella en Roma. Fue la primera vez que la vi a solas, fuera del contexto familiar y sin su tutela, y en que me habló como a una persona con autonomía, no como al hijo de sus viejos amigos o a una especie de sobrino. Descubrí a una María Rosa con más sufrimiento a sus espaldas del que le suponía, que había atravesado numerosas dificultades sola, antes, durante y después de la Guerra Civil (con una larga emigración a Venezuela); también más política –en el mejor sentido de la palabra–, más radical en su antifranquismo –aún vivía el dictador–, alguien de gran franqueza y que no estaba para majaderías. Tan simpática y cariñosa como siempre, pero que no se llamaba a engaño en ningún aspecto de la vida. Alguien, en suma, muy fuerte. Así ha seguido durante el mucho tiempo transcurrido desde entonces, aunque nuestro trato, sobre todo desde que por edad hubo de regresar a Canarias y perder su queridísima independencia, haya sido epistolar eminentemente. Sus cartas, escritas a mano con letra firme y clara, están llenas de una energía que para mí quisiera. Suelen comenzar con una disculpa por la tardanza en responder o en haber leído algo que le he enviado: “Mi mesa rebosa de papeles y quisiera acabar un trabajo que me urge”, me decía con casi noventa y siete años. Y un mes después: “Sigo atragantada de trabajo y no doy avío a lo que quisiera terminar antes de cascar, que no tardaré”. Siempre activa y siempre atareada, en no pocas ocasiones metida en polémicas con algún ignorante que ha soltado idioteces en la prensa canaria. Una mujer sagaz y alerta, de las que desmienten que con la edad se pierdan la curiosidad y la vehemencia. Con una vejez así, ojalá le queden aún muchos años y estos cien que ahora cumple entre fastos no la dejen agotada ni asqueada por el empalago (al que contribuyo con estas líneas, ya lo sé: mis disculpas).
Por otra parte, ya he dicho que María Rosa posee entereza y es de las que no se engañan. Espero que no se tome a mal que cite de otra de sus cartas: “Morir es dejar de vivir, y convertirse en lo que se escribe sobre la tumba del Cardenal Portocarrero: ‘Pulvis, cinis et nihil’. Me dirás que se refería sólo al cuerpo, pero lo amplío al ser total: la nada… Los muertos no vuelven y es el Tiempo, nuestro enemigo, quien marca nuestra vida, que sólo vale vivir cuando se es joven y maduro, porque cuando eres niño y adolescente estás en ‘todavía’ y cuando llegas a viejo, ‘ya no’… Mi tiempo, como es lógico, se está acabando. Y me convertiré en nada, y dentro de veinte años nadie me recordará, como yo no recuerdo a cierta gente de la tanta que he conocido y hasta he querido. Los que por algo me impresionaron claro que son inolvidables”.
Felicidades a María Rosa Alonso en su envidiable y largo ‘ya no’ que sin razón desdeña, en el que todavía es alguien –y no nada– y en el que aún no da “avío”. En lo que a mí respecta, además, se cuenta entre los que, “por algo”, me han impresionado. Y me será, por tanto, inolvidable.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 10 de enero de 2010
Los exterminadores de toros. - 03 /01/ 2010
Vaya así por delante, en esta ocasión, que no soy aficionado a las corridas y que se cuentan con los dedos de las manos las veces en que he asistido a ellas, y sobraría algún que otro dedo. Tampoco tengo ningún contacto con el mundo del toreo ni desde luego he percibido un euro de nadie relacionado con él. Si las corridas se prohibieran, en nada cambiarían mi vida ni mis costumbres, luego carezco de todo interés personal o laboral en su permanencia. Pero tampoco tengo nada en contra de ellas, y en la iniciativa ciudadana de Cataluña que ha dado pie a que los políticos de esa autonomía aprueben debatir en su Parlamento su posible abolición en el territorio, sólo veo, por tanto, un afán más de prohibir aquello con lo que no se está de acuerdo, una muestra más del espíritu dictatorial y franquista que continúa anegándonos y envenenándonos.
Lejos de mi intención hablar de “tradición y cultura” o de “fiesta nacional”, esa clase de argumento patriótico me causa alergia. En esa iniciativa se mezclan dos cosas: por un lado, la ignorancia deliberada e interesada de los nacionalistas e independentistas –es decir, su necedad, pues justamente eso significa “necio” en la certera definición del DRAE: “Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber”–, que los lleva a creer –o a fingirlo– que las corridas son algo netamente “español” y no catalán, cuando su afición y arraigo en Cataluña han sido siempre fortísimos y están bien documentados; por otro, la frivolidad extrema de quienes se llaman a sí mismos “animalistas” (no sé si el “ismo” está de sobra) y de los ecologistas. En lo que respecta a los segundos, ya ha señalado el filósofo Gómez Pin en este diario que, según preservadores del medio ambiente, economistas, ganaderos y veterinarios, “el mantenimiento de no pocas dehesas (parques auténticamente naturales, donde un animal criado por el hombre goza de condiciones para realizar su naturaleza específica…) sería inviable sin la fiesta de los toros”. Si no hubiera ganaderías hace tiempo que esas dehesas estarían convertidas en urbanizaciones monstruosas, de esas que dicen combatir los ecologistas. En cuanto a los primeros, a los “defensores de los animales”, me temo que en este caso se convierten más bien en su mayor amenaza y sus mayores enemigos. ¿Por qué creen que todavía existe el toro bravo o de lidia? Se lo cría y cuida artificialmente y con esmero tan sólo porque hay corridas y otros espectáculos taurinos en nuestro país. ¿Acaso se ve a esa bestia en Alemania, Italia, Gran Bretaña o Rusia, fuera –tal vez– de unos pocos ejemplares que se utilizan como sementales? El toro no viviría espontáneamente. No es un bicho que pueda andar suelto por los campos sin poner en grave peligro a la población humana, ni que pueda valerse enteramente por sí mismo. Si se prohibieran las corridas y dejara de haber ganaderías, ¿quiénes se ocuparían de ellos, de alimentarlos, cuidarlos y controlarlos? ¿Esos “animalistas” a los que hemos visto emocionarse consigo mismos tras la votación del Parlament de Cataluña? Seguro que no. ¿El Estado? No creo que se encargase de tarea tan costosa como improductiva, y, si lo hiciera, es muy probable que los mismos abolicionistas de hoy protestaran por el dispendio inútil a cargo de los contribuyentes.
Quienes quieren acabar con las corridas, en suma, lo que pretenden –o pueden conseguir sin darse cuenta– es extinguir una especie, que sin ellas no sobreviviría. A lo sumo se destinarían a sementales unos pocos toritos, y seguramente se sacrificaría en su nacimiento a la mayoría de los machos. En vez de hacerlo en la plaza, tras darles una vida plena y libre de más de cuatro años, se haría en secreto, nada más ser paridos. Si eso da buena conciencia a los antitaurinos, que me expliquen los motivos. Porque, suponiendo que los taurinos sean “torturadores de animales”, los enemigos de las corridas resultarían ser exterminadores de animales. Y, francamente, entre los primeros y los segundos, prefiero con mucho a aquéllos, que al menos les causan una muerte en combate tras permitirles una vida. Éstos ni siquiera consentirían que tuviesen vida, ni que perdurase el toro bravo.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 3 de enero de 2010