jueves, 11 de febrero de 2010

Un ejercicio de comprensión. 7 /02/ 2.010.

La cruzada antitabaco de Zapatero y su Ministra de Sanidad, Jiménez, está adquiriendo tintes tan demagógicos que, antes de tarifar con ellos a todos los efectos, he intentado darles la razón, a ver qué pasaba. En lo relativo a la inminente prohibición de fumar en todos los lugares públicos cerrados, no lo consigo. ¿Por qué en todos? ¿Es que los no fumadores piensan frecuentar todos y cada uno de las decenas de millares de bares y restaurantes desperdigados por España? Los fumadores ya sólo aspiramos a que en algunos locales se nos permita echarnos un pitillo mientras tomamos una caña o justo después de almorzar o cenar. ¿Por qué no puede haber unos cuantos sitios así, llámense clubs de fumadores o como se quiera? ¿Por qué, entre los muchísimos que prefieren que se fume en ellos –no me cansaré de repetir que esa ha sido la causa de la nueva ley que se avecina: que los propietarios han hecho uso de la libertad que se les concedió contrariamente a los deseos del Gobierno, en vista de lo cual éste se la retira, vaya libertad condicionada–, no se efectúa un sorteo y se consiente que cierto porcentaje admita el humo en sus dependencias? Los no fumadores no entrarían en ellos, como otros no entramos en casinos, puticlubs o sex-shops, eso sería todo. En cuanto a los camareros –también podrían ser autoservicios, y no haberlos–, tendrían que ser asimismo fumadores voluntarios, no se verían obligados a respirar una atmósfera indeseada.

Este ejercicio de comprensión que intento no lo están llevando a cabo muchos más fumadores. Conozco a no pocos que han prometido no volver a pisar un bar ni un restaurante una vez que la intolerante nueva ley entre en vigor. Así que es natural que el gremio de hostelería esté preocupado. Este diario se ha alineado con Zapatero y Jiménez hasta el punto de publicar un reportaje con el titular “Sin humo no se hunde el bar” y el subtitular “Los hosteleros vaticinan un desastre por la prohibición de fumar, pero la experiencia en otros países lo desmiente”, en el que sin embargo, al leer la información, ésta desmentía rotundamente dichos titulares, que se convertían en incomprensibles: resulta que en Irlanda hay un 25% menos pubs de los existentes antes de la prohibición; en el Reino Unido caen 52 a la semana, en el plazo de un año cerraron 2.377 y se redujeron 24.000 empleos; en Italia, un 12% de los establecimientos acusó pérdidas “significativas”; y en Francia la gente se ha refugiado en las terrazas, convirtiendo el “problema del humo” en el “problema del vocerío” desesperante para los vecinos, que es lo que sucederá en España, dados el buen tiempo reinante y los pingües beneficios que sacan los Ayuntamientos de la proliferación de mesas en las calles. Otro extraño titular de El País afirmaba que los partidarios de la prohibición total eran “clara mayoría”. Luego, la noticia revelaba que se trataba de una mayoría pelada del 52%, frente a un 44% que se oponía, si mal no recuerdo. Un 44% es mucha gente, como para cercenar su libertad completamente. Unos veinte millones de personas, con las cuales, yo creo, debería llegarse a algún tipo de entendimiento.

En lo que sí he logrado darles la razón a los tramposos Zapatero y Jiménez es en su última medida de adornar con pavorosas fotos los paquetes de cigarrillos: pulmones destrozados, dentaduras roídas, fetos, jeringuillas, gatillazos y demás males que pueden sobrevenir a los fumadores. Aunque eso no hará sino disparar la venta de pitilleras (yo las uso desde hace años), me parece bien, siempre que se haga lo mismo con todos los demás productos que pueden dañar nuestra salud o matarnos. Exijo, por tanto, que las botellas de vino, whisky y ginebra lleven fotos de repulsivos borrachos, de hígados con cirrosis y de las ratas y arañas que se aparecen a quienes sufren de delirium tremens. Quiero que en las carreteras, y sobre las portezuelas de los coches, haya, bien visibles, imágenes de muertos aplastados por la chatarra, tetrapléjicos en sillas de ruedas, motoristas decapitados, peatones atropellados, cueros cabelludos arrancados y brazos y piernas amputados. Que presidan las playas grandes fotos de ahogados, de miembros hinchados por las picaduras de las medusas y de afectados por cánceres de piel. Reclamo que los costados de los aviones exhiban imágenes de catástrofes aéreas, con cuerpos desmembrados, terroristas con bombas y momentáneos supervivientes chapoteando en un mar helado, y otro tanto los de los trenes, ilustrados por desastres ferroviarios y por las consecuencias del 11-M. Pido que en las fachadas de los Ayuntamientos se vean fotos de paisajes destruidos por la especulación inmobiliaria, y de gente sorda por culpa del ruido de sus infinitas y arbitrarias obras. Porque todas esas desgracias pueden acaecerle a quien bebe alcohol, o monta en coche o en moto o es un mero transeúnte, o a quien vuela o viaja en tren, o a quien se baña en el mar, o a quien está expuesto a los abusos del Ayuntamiento de turno. Sería un mundo alentador y alegre, lleno de estampas que nos describieran gráficamente los peligros y horrores que se ciernen sobre nosotros constantemente. Es posible que la economía se fuera al traste, pero qué se le va a hacer. Al fin y al cabo, ¿no son los Gobiernos los que sacan mayor provecho del consumo de tabaco? Si nos ponen fotos espantosas en las cajetillas, que las pongan también en todo el resto, incluyendo las de obesos inmovilizados en muchos productos alimenticios. Si no lo hacen, quedarán como hipócritas, además de como fanáticos y supresores de las libertades.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 7 de febrero de 2010

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