Durante unos días de hace unas semanas, todas las autoridades de mi ciudad, y parte de las del país, se disfrazaron de felpudos para que pasaran por encima de ellas ocho o diez individuos cuyos nombres eran, son y seguirán siendo desconocidos para la humanidad y cuyos únicos mérito y poder se los confiere su condición de miembros del Comité Olímpico Internacional (COI). Presidentes y presidentas, ministros, alcaldes, secretarios y subsecretarios, deportistas, artistas y hasta el Rey, si no me equivoco, dejaron de lado sus quehaceres y se dedicaron en cuerpo y alma a pasear y agasajar a los individuos en cuestión, que venían a echarle un vistazo a Madrid para considerar su candidatura como sede de los Juegos Olímpicos de 2016. Como me resumió un taxista en aquellos días: “Ya nos los pueden dar, porque se los está tratando como a dioses”.
A la vez, las pantallas de televisión se llenaban de anuncios que no sé bien qué anunciaban. En uno, cursi y mendaz como pocos (y miren que hay competencia en la publicidad, en cuanto a cursilería y mendacidad), una ancianita beatífica expresaba con voz afligida su anhelo de vivir unos años más para ver lo que nunca había visto, ella que tanto había: unas Olimpiadas en su ciudad. En otros, numerosos rostros populares aparecían diciendo todos lo mismo: “Tengo una corazonada”. Se sobreentendía que lo que sus corazones les susurraban era que Madrid sería elegida esta vez. También se ha pillado a mucha gente de renombre haciendo un absurdo ademán-contraseña con la mano abierta, como intentando parar un golpe. Por último, todos esos anuncios los remataba un lema en Spanglish, ideado sin duda por un cerebro de gallina: “Hola everyone”.
Pues bien, lejos de una corazonada, lo que yo tengo es un razonamiento según el cual es imposible que a Madrid se le otorguen esos Juegos (ansiados, según encuestas, por el 90% de la población, aunque casi nadie sepa decir por qué diablos los ansía), ni ningún otro acontecimiento de relumbrón. Lo que me asombra, de hecho, es que las autoridades de la capital y de la Comunidad aspiren a nada, y se gasten cerca de un millón de euros en promoción, y adulen hasta la náusea a los sujetos del COI, teniendo la ciudad como la tienen, y además permanentemente. Son ya veinte años (desde que empezó como alcalde Álvarez del Manzano) los que los madrileños llevamos recibiendo este mensaje de nuestros representantes: “Lárguense. Nos molestan ustedes, nos estorban en nuestras obras y escenificaciones. Esta ciudad no es para vivir en ella, como ustedes pretenden, sino para que nosotros hagamos negocio abriendo y cerrando las calles sin cesar, tirando árboles, ensanchando aceras que nunca han ido abarrotadas, construyendo aparcamientos y estaciones innecesarios, complaciendo a las constructoras y a las empresas de obras públicas, cargándonos las pocas zonas decentes que quedan, como el Paseo del Prado, levantando los suelos para poner sucio granito en su lugar, organizando chorradas que dificulten el tránsito, atronando los oídos con nuestras maquinarias, horadando túneles. ¿Qué hacen ustedes intentando pasear, descansar, trabajar, dormir, vivir? No es lugar para eso. Ustedes no cuentan. Váyanse de una puta vez”.
Y así, ¿cómo va a concederle nadie nada a un sitio sucio, caótico, perpetuamente destripado, ruidoso, incivilizado, invivible? Cualquier visitante se queda atónito y espantado. En la Plaza Mayor conviven el chabolismo y las meadas; la Puerta del Sol lleva cinco años (!) reventada, llena de mariachis y de mendigos salidos de la Corte de los Milagros (uno sin brazos, otro sin piernas y en ese plan, clama al cielo que el Ayuntamiento no se haga cargo de esa pobre gente); Serrano convertida en paisaje bélico por lo menos hasta 2011 (!), como Alcalá; dentro de nada correrán la misma suerte el Paseo del Prado y Colón y Callao, todo céntrico y todo a la vez, sin necesidad, sin sentido, sin mejora posible. Madrid es la ciudad del mundo en que se hacen más obras y menos lucen sus resultados. Parece regida por dementes desatados. Hace poco pasé por Sol. Se celebraba el Día de Europa o algo así, había carteles que rezaban: “Puerta del Sol, puerta de Europa”. Mientras las perforadoras de la superflua estación concebida por Álvarez Cascos (ya ha llovido) repiqueteaban a lo bestia, un coro de niños intentaba cantar junto a ellas, delante de la sede de Esperanza Aguirre. Hay que ser muy “cojonuda” –como opina de ella el grosero presidente de la patronal, Díaz Ferrán– para llevar a esos críos a cantar a Sol. Es un ejemplo entre mil de lo que sucede aquí sin cesar.
Lo siento por el 90% de mis conciudadanos, pero no puede haber Juegos Olímpicos en Madrid. No mientras la ciudad siga siendo un campo de minas y zanjas y vallas y estruendos y andamios. Todas esas autoridades, si de verdad quisieran una Olimpiada, lo primero que harían sería permitir vivir aquí. Es decir, pasear, respirar, trabajar, descansar, dormir. Dejarnos en paz. Es ya una cuestión de supervivencia: somos nosotros o ellos. Que se vayan ellos, por favor.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 31 de mayo de 2009
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