jueves, 30 de julio de 2009

¡HIJOS DE PUTA!

826 muertos...826!!!!!!!!!

Sin objetivos, sin ideales, sin base, sin futuro...sólo sangre fácil.
Ayer lo intentaron. Hoy lo han logrado. Matar es sencillo, simple, por eso es lo único que saben hacer.
No conseguirán nada. La democracia está muy por encima de ellos.
Sabandijas. Malditos hijos de perra.

Y todo mi cariño a la Guardia Civil, el cuerpo más ninguneado de España a pesar de ser imprescindible.


Kilar

Adoro la música de Kilar. Reconozco que lo primero que escuché de él fue su BSO para la que es mi película fetiche: 'Drácula' de F.F Coppola, pero cualquier ocasión es buena para conocer la obra de este polaco.
Desde sus inicios dentro de la vanguardia polaca avant-garde de los 60, la música de Kilar ha ido evolucionando hacia un lenguaje muy personal, con obras puramente clásicas, muchas de ellas de caracter religioso, con las bandas sonoras de más de 100 películas, sobretodo para directores de su país, como Zanussi o Andrzej Wajda, pero también para películas francesas, inglesas o americanas; destacando sus portentosos scores para la ya mencionada 'Drácula' de Cóppola o la intensamente romántica y bellísima 'Retrato de una Dama' de Jane Campion.
Se caracteriza subjetivamente por su gran impacto emocional (ver esto) y objetivamente por su lenguaje tonal, la base gregoriana y floclórica de muchas de sus obras y un toque de minimalismo con escritura acórdica movida sobre ostinati. Yo aprecio especialmente su tratamiento de las masas corales y solistas vocales (no suelen exigir a sus intérpretes grandes proezas mecánicas, pero sí ataques enteros como cargas de infantería en las zonas rápidas y una emisión resonante en las cadencias). Por ejemplo, en su 'Angelus' se mezclan partes cantadas y habladas en el coro, así como juegos interactivos de silencio y sonido.
Destacable además es su hondo sentimiento patriótico y religioso, hasta el punto de ser la base de sus grandes obras (Te Deum, Misa pro Pacce, Magnificat...)
En definitiva, la magia kilariana impresiona, impacta y levanta a todo tipo de públicos.
También compuso la BSO de 'La 9ª puerta', sobre una novela Pérez-Reverte; película algo fallida pero de banda sonora apabullante.

  • Para muestra, el vocalise de esta:


  • ...y como detalle de su música orquestal el Exodus, una perfecta mezcla del Bolero de Ravel y los Planetas de Holst:



miércoles, 29 de julio de 2009

"¿Cómo sería saber que tu siguiente suspiro será el último?".
Jim Caviezel en "La delgada línea roja".


domingo, 26 de julio de 2009

Nadie dijo que fuera fácil.

Todo el mérito es tuyo; tienes mi palabra de honor. Quizá el botín de tan larga campaña –y lo que te queda todavía– no sea lo dorado y brillante que uno espera cuando la inicia, a los doce o trece años, con los ojos fascinados de quien se dispone a la aventura. Pero es un botín, es tuyo, es lo que hay, y es, te lo aseguro, mucho más de lo que la mayor parte de quienes te rodean obtendrán en su miserable y satisfecha vida. Tú has abordado naves más allá de Orión, recuerda. Tienes la mirada de los cien metros, esa que siempre te hará diferente hasta el final. Fuiste, vas, irás, esos cien metros más lejos que los otros; y durante la carrera, hasta que suene el disparo que le ponga fin, habrás sido tú y habrás sido libre, en vez de quedarte de rodillas, cómoda y estúpida, aguardando.

Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto del haba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no estaban en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que se llevaba libros a las horas libres de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que sobrecargaba la mochila con El guardián entre el centeno o El señor de los anillos, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía a dejarse la garganta en el parque de atracciones. Que se enfrentaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que había leído las Sonatas de Valle-Inclán o sabía quién era Wilkie Collins. Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta y diferente.

Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y de que la niña callada en el banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy la recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues eres tú quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus tragedias, con sus reglas implacables, la que te enseña. Nadie dijo que fuera fácil.

El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada, llorando. No por la película, ni por la suerte del protagonista, sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido, porque ninguno los sustituye ahora, porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto de demagogia barata en manos de políticos sin escrúpulos, y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el sábado por la noche; jóvenes con garganta y sin nada que gritar, que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich, o a los que, viendo El crimen de Cuenca, la sola visión del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca. Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón. Que no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.

Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César, a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles.

El Semanal 21 de enero de 2007

...¿Qué puedo decir?. De esas cosas que te cambian la vida....
La lucidez es el camino, creo. Y en eso, Don Arturo es Dios.

"EL AMOR Y LA SANGRE " - Victoriano Cremer.


El amor sube por la sangre. Quema
la ortiga del recuerdo y reconquista
el ancho campo abierto, la ceniza
fundadora, que la brasa sostiene.

El amor es herencia de la sangre,
como el odio, su amante, y se mantienen
íntimos, besándose, nutriéndose
de sus dobles sustancias transmitidas.

Nada podrá arrancarles de su abrazo:
La espada, el hielo, el tiempo, con sus filos
mezclarán sangres, que, lluviosamente,
germinarán odios, amor o nuevas sangres.

¿Cómo decir:
—«Aquéllos, que nunca conocieron
la sangre derramada, que separen
el odio del amor y reconstruyan
las viejas catedrales de la dicha...»

¿«Aquéllos»?, ¿son acaso otros que los murientes
trasvasados, hechos de sangre antigua?
No es posible lavarse el alma ni las manos
cuando fluye hacia ellas sangre y olor a sangre.

Si ha de hacerse el amor, será con sangre
trepadora, quemante, conocida,
pura sangre del odio, amante impávido
que el amor fecundiza.

Si ha de hacerse la paz...

—¡Callad, campanas!,
¡Ved la tierra, la tierra, que resume
su tempero sangriento y le convierte
en paz, en paz, a puñetazos puros...!

Cuando ya no se distinguen - 26 /07/ 2009

Lo vi en dos medios de comunicación que no se cuentan entre los más frívolos y sin escrúpulos, TVE y este periódico, luego cabe suponer que habrá aparecido en infinidad de ellos más. El tratamiento dado en estos dos no era parco –un buen rato en la televisión y un cuarto de página en El País, que titulaba “Obsesiva, insegura y discreta” y luego subtitulaba “La revista británica Psychologies publica una entrevista a Penélope Cruz y la actriz la desmiente de forma tajante”–. No entendí nada: si desde el primer momento se sabe que una entrevista es apócrifa y ni siquiera ha sido concedida, ¿qué hace la prensa dando pábulo a su contenido? Es probable que el problema sea el tajante desmentido de la actriz y el anuncio, por parte de sus abogados, de que “estudian qué medidas legales tomar”. De no haber dicho nadie nada, es casi seguro que esa entrevista inventada habría pasado inadvertida y pocos se habrían enterado de su existencia. Lo curioso del caso es que, al ser denunciada su falsedad, todos los medios no sólo acuden a ver en qué consiste esa falsedad, sino que además la reproducen una y otra vez con detalle. ¿Por qué, si ya se está al tanto de que nada de lo que ahí se atribuye a Cruz ha sido dicho por Cruz y, por lo tanto, ya no debería contar en un mundo seminormal? A lo sumo, la noticia tendría que haber sido el mencionado subtitular de este diario y nada más.

Dije aquí hace un par de semanas que a una gran parte de la población mundial la verdad ha dejado de importarle. Me temo que me quedé corto y que lo que ocurre es aún más grave: una gran parte de esa población es ya incapaz de distinguir la verdad de la mentira, o, más exactamente, la verdad de la ficción. Y por ello, el antiguo dicho español “Calumnia, que algo queda” ha perdido sentido y se oye cada vez menos. Para empezar, si ustedes se fijan, el verbo “calumniar” se emplea ya rara vez, y hasta su significado ha empezado a desvaírse y difuminarse, como suele ocurrir con los vocablos que definen algo anómalo –un quebranto de la regla– cuando la anomalía pasa a ser normal y la regla. (Si todo el mundo mintiera y además lo hiciera sin cargo de conciencia ni temor a las consecuencias, el concepto mismo de mentira quedaría privado de sentido y ésta quedaría tan sólo, probablemente, como “una forma más de ejercer la libertad de expresión: camino de ello vamos, no se crean.) Hoy el dicho debería ser: “Calumnia, que nadie lo va a notar”, o “Calumnia, que tus calumnias acabarán nivelándose con la verdad”.
La velocidad y la facilidad con que cualquier patraña o rumor se expanden hoy por Internet y a través de los SMS hacen casi imposible atajar los bulos y las informaciones falsarias. Para cuando alguien avisa de que, por ejemplo, Harrison Ford no ha muerto en un estrafalario accidente en Europa, como se corrió por la red, habrá mucha gente que ya habrá “archivado” esa noticia en su cerebro y que será incapaz de borrarla del todo aunque a los pocos días vea a Ford con aspecto saludable en un estreno. Pensará: “Ah, pues no ha muerto en Europa”, y a la siguiente vez que lo vea es fácil que por su cabeza cruce rápidamente la idea: “Mira que contar que había muerto en Europa …” El dato inventado, cuanto más llamativo más, aparecerá y reaparecerá, aunque sólo sea para descartarlo como disparate.
En mi novela Tu rostro mañana hablé de la muerte de la actriz de los años cincuenta y sesenta Jayne Mansfield, una rubia platino mucho más exuberante que cualquier otra que ustedes puedan conocer o recordar. Sufrió un accidente de coche cuando iba de Biloxi a Nueva Orleans, y la peluca rubia que llevaba puesta salió disparada hasta el guardabarros, lo cual dio lugar a que corriera la voz de que había muerto escalpada, o bien decapitada y que su hermosa cabeza había rodado por aquella oscura carretera de Louisiana. La verdad ha sido incapaz de imponerse, y para la mayoría de sus aún numerosos y nostálgicos admiradores la idea de su muerte está teñida de una truculencia de la que careció. Si la fuerza de la leyenda era ya tan grande en 1967, imagínense cuarenta y dos años después, cuando los rumores y las invenciones vuelan; cuando no se les puede poner freno o si se les pone es peor, como en el reciente caso de Penélope Cruz y su anodina entrevista de paripé; cuando hasta los novelistas (bueno, los demagógicos) “permiten” que los lectores “intervengan” en la trama y “decidan” el final, negando así la esencia misma de las ficciones, que justamente no se pueden enmendar ni contradecir; cuando tanta gente no está dispuesta a prescindir de una historia si ésta es conspiratoria o macabra, por mucho que se haya comprobado su falsedad. En la época en que más medios hay para contrastar y verificar las informaciones, mayor es la indistinción entre lo verdadero y lo falso, confundidos en una especie de magma, y cada vez va teniendo menos sentido decir y saber la verdad. ¿Total, para qué, si ya casi pesa lo mismo que la mentira y apenas cuenta?

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 26 de julio de 2009

viernes, 24 de julio de 2009

Alicia!!

¡¡¡Haznos soñar Tim!!!



Ya sabemos cómo es la Alicia que Tim Burton se imaginaba, aquella cuya imagen tenía sólo en su privilegiada cabeza de cineasta de culto y devoción.
Aunque la versión de «Alicia en el país de las maravillas» que prepara con deleite el director de «Eduardo Manostijeras» no llegará a la gran pantalla hasta 2010, ya podemos disfrutar de un pequeño aperitivo en forma de tráiler.

miércoles, 22 de julio de 2009


No puedes ser
quien quieres ni quien debes,
sólo amputar al destino
una sonrisa cómplice,
callar un instante
esperando respuesta
y aullar tiritando
ante ella.

Y eso que mi única certeza
la única entre años de tristeza
siempre fue tu cuerpo
y tu palabra
tu alma y tu bandera,
mujer...
Porque no puedo ser el que amas
ni el que amarías
déjame observarte entre sombras
el resto de mi vida.

oír con:

lunes, 20 de julio de 2009




En la melancólica pereza
que atañe a cada uno de mis huesos,
hay un resquicio de duda
que se disipa con el horizonte...

Así he sido,
así soy.

Podeis sobrevolar mis fortalezas,
entremezclar los exabruptos
con un marco de amistad infundada.
Podeis intrigar mil planes
para desazonar esta, mi alma.
Podeis exaltar lo evidente:
La abrumada índole de los males
que hacen mella en mi espalda,

¡Tanto podeis hacer,
sin que valga de nada!

Porque no vuela la imaginación,
sin un rayo de alba,
ni sale de viaje la luna
si nadie, llorando, le canta;
ni habrá poemas o elegías
si una mano rota
no los encauza;
Porque la belleza es oscura,
no clara;
La añoranza es la vida,
que mueve mi alma.

Conan!, What is best in life?

¿Qué es lo mejor de la vida?

- La extensa estepa, un caballo rápido, halcones en tu puño y el viento en tu cabello.


- ¡Mal! ¿Y tú Conan, que crees que es lo mejor de la vida?


- Aplastar enemigos, verlos destrozados y escuchar el lamento de sus mujeres...

-¿Habéis oido?, eso está bien.




La mujer como lacra - 19 /07/ 2009

Reconozco que me da reparo hablar de anuncios de televisión. Algunos escritores y columnistas anticuados tienen a gala decir que son lo mejor que se puede ver en las pantallas y que la programación debería estar dedicada a ellos, con breves intervalos de películas, series y fútbol (en realidad no sé por qué piden eso, puesto que la televisión ya es así). Estos escritores y columnistas no hacen sino repetir, con gran retraso, una boutade que hace veinticinco años debimos de soltar en alguna ocasión cuantos escribíamos en prensa y buena parte de los que no. Como a estas alturas ya no estoy para “deslumbrar” ni para dármelas de “original” –todo el que se las da de tal resulta indefectiblemente antediluviano, es algo comprobado–, tengo los anuncios televisivos por una de las más acabadas y concentradas expresiones de la imbecilidad, la cursilería y la zafiedad humanas, con alguna rarísima excepción. Tan mal los soporto que grabo cuanto quiero ver, desde un informativo hasta un largometraje, para así poder pasar acelerados los monstruosos bloques de spots con que se idiotizan deliberadamente –es decir, se idiotizan aún más– dichos escritores y columnistas idiotas.

Pero toda precaución es poca y es inevitable ver algunos, y he llegado a la conclusión de que si yo fuera una mujer de mi edad, o aun diez o veinte años más joven –en suma, si fuera mujer–, estaría enormemente ofendida por algo de lo que jamás protestan ni las protofeministas, ni las feministas andaluzas hipersubvencionadas, ni el Instituto de la Mujer, ni la protoMinistra de Igualdad ni nadie, mientras que todas ellas ponen el grito en el cielo cada vez que se ve a una mujer provocativa tirada encima de un coche, o a una secretaria sexy, o a una enfermera un poco escotada (bueno, aquí el grito también es de las enfermeras), o a una congénere guisando o anudando los cordones de los zapatos de un varón o de un niño. No sólo consideran tales imágenes y mensajes machistas o sexistas, sino que además creen, con alarmante primitivismo, que la publicidad configura la realidad o, aún peor, que la publicidad equivale a la realidad. Por fortuna no es así, y cualquiera sabe distinguir entre esta última y la ficción –salvo, tal vez, los escritores y columnistas y las protos ya mencionadas–. Pero, si fuera como éstas sostienen, yo estaría indignada con la imagen de conjunto que se da en esos anuncios de las mujeres maduras y de las que no lo son tanto. Según nuestra publicidad, son seres llenos de lacras más bien desagradables: sufren pérdidas de orina o incontinencia, no lo sé muy bien; utilizan dentaduras postizas que no se les sujetan a las encías, por lo que se dedican a buscar adhesivos que se las fijen; padecen de hemorroides y, cansadas de “sufrir en silencio”, lanzan a los cuatro vientos que ya hay un alivio ideal; se deben de poner gordas y aun gordísimas, porque se pasan la vida comprando productos para adelgazar; tienen terribles problemas de “tránsito intestinal” y andan a la caza de yogures especiales que se los resuelvan; se arrugan a lo bestia y, ya desde bastante jóvenes, andan untándose toda clase de ungüentos para evitar o retrasar la aparición de los surcos; la piel se les estría, o se les pone “de naranja”, la celulitis las acecha desde temprana edad; y por supuesto se desvencijan y derrumban de tal manera que se operan de todo en centros especializados que jamás sacan la imagen de un varón; hasta se les cae el pelo, pese a haber sido esta una desdicha clásicamente viril; a las más jóvenes les sale acné y a las medianas herpes, escoceduras varias y hasta callos en los pies, que deben ocultar con unas tiritas que además son curativas. En suma, la visión que los anuncios ofrecen de la mujer es la de un ser tirando a grimoso, acosado y asaltado por múltiples tachas oprobiosas. Quitando el olor de pies y el colesterol, la publicidad de cuyos remedios la protagonizan hombres, son ellas las que dan siempre la cara en las ignominias.

Si ustedes se fijan, son casi siempre mujeres, en efecto, las que aparecen como portavoces de lo desagradable. Supongo que en parte se debe a los estudios de mercado, los cuales deben de inferir que los varones son capaces de llevar la dentadura bailándoles en la lengua, o de fastidiarse con las hemorroides, o de engordar como gansos, o de sufrir interminables atascos intestinales, antes que acercarse a comprar cualquier producto que los ayude, y que por lo tanto son las mujeres (o sus mujeres) quienes se encargan de hacer esas embarazosas adquisiciones por ellos. Puede que así sea, pero si yo fuera una feminista de grito en el cielo, lo pondría, mucho más que por la “utilización del cuerpo femenino como reclamo comercial”, por la utilización de la figura femenina como compendio de todas las lacras habidas y por haber. Por fortuna, como he dicho, la publicidad no equivale a la realidad, y en ésta conozco a muchas mujeres de mi edad, más jóvenes y más viejas, que tienen un aspecto estupendo, incluyendo la dentadura, el cutis y el tipo, y que no parecen necesitar nada contra las pérdidas, las hemorroides ni los atascos innobles de ninguna clase.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 19 de julio de 2009

martes, 14 de julio de 2009

Diane

2 caras de una canción FASCINANTE.
La versión de Therapy:

La original de Hüsker Dü:


Hey little girl, do you need a ride?
Well, I've got room in my wagon why don't you hop inside
We could cruise down Robert Street all night long
But I think I'll just rape you, and kill you instead

Diane, Diane, Diane

I heard there's a party down at Lake Cove
It would be so much easier if I drove
We could check it out, we could go and see
Oh won't you come and take a ride with me

We could lay in the weeds for a little while
I'll put your clothes in a nice, neat little pile
You're the cutest girl I've ever seen in my life
It's all over now, and with my knife...

domingo, 12 de julio de 2009

Infantilizados o ancianizados - 12 /07/ 2009

Se ha escrito ya mucho acerca de la actitud del electorado de derechas en las aún no lejanas elecciones europeas. En aquellas Comunidades Autónomas en las que hay dirigentes del Partido Popular más o menos involucrados en tramas de corrupción, o sospechosos de ello, ese partido ha mejorado sus resultados de manera notable, como si, en lugar de castigarlo por el insoportable tufo a podrido, los votantes hubieran decidido recompensarlo. Como si, en vez de indignarse con quienes han cometido abusos de poder o parecen haberlo hecho, con quienes han utilizado sus cargos para enriquecerse o se han apropiado directamente de dinero de los contribuyentes, la furia se hubiera volcado con quienes han descubierto el pastel, han investigado los posibles apaños y cohechos y han alzado el dedo acusador contra los presuntos ladrones y estafadores. Es cierto que hay un elemento sorprendente en esta actitud, o que al menos lo habría sido hace no demasiados años, y no conviene pasarlo por alto. ¿Qué significaría esto? ¿Que a los votantes del PP les parecen bien la corrupción, el soborno y el latrocinio disimulado? ¿Que, si no bien, les parecen normales en política, una especie de “impuesto bajo mano” que nos cobran quienes nos gobiernan? ¿Que, por lo tanto, cada uno de esos electores obraría de la misma forma -corruptamente- de tener un cargo en un ayuntamiento, una diputación, una Junta, una Generalitat o el Gobierno central? ¿Significaría que cuantos han votado al PP, al menos en sitios como Madrid o Valencia, son timadores en potencia, puesto que aplauden y dan el beneplácito a quienes tienen todas las trazas de serlo? ¿Que son gente intrínsecamente inmoral, y que en el fondo envidian a los listillos que han sabido aprovecharse de la política para engañar, rapiñar, colocar a parientes y hacer y recibir favores ilícitos o en todo caso sucios, muy sucios? ¿Que una considerable parte de los españoles son aspirantes a ladrones y admiran y premian a quienes ya han alcanzado esa meta?

De ser esto así, resultaría que vivimos rodeados de individuos que, si creyeran contar con altas probabilidades de impunidad, nos levantarían la cartera al menor descuido, aunque nos hubiéramos portado bien con ellos y no les hubiéramos hecho nada. Estaríamos en una sociedad llena de chorizos vocacionales, lo cual sería muy preocupante y grave hasta la médula. Yo no lo descarto, y además incluiría entre ellos a numerosos votantes de otros partidos: pertenezcan al que pertenezcan los alcaldes y concejales a los que en cualquier localidad se acusa de corrupción, la reacción de los vecinos suele ser de apoyo incondicional al encausado -o ya condenado- y de ira contra el fiscal, juez, periodista o policía que hayan destapado el caso. Una de las argumentaciones más frecuentes para explicar este comportamiento es que dichos alcaldes o concejales “han traído riqueza al lugar”, sin que a casi nadie le importen los orígenes ni el modo de conseguir esa riqueza, si es legal o ilegal, si con ello se han destruido monumentos o paisajes históricos, si el “enriquecedor” ha arramblado por el camino con parte del dinero de los “enriquecidos”, que también serían, por lo tanto, estafados.

Cuando lo propio está en juego, qué más dan las banderías, esto se sabe. Pero lo propio no siempre está en juego, por fortuna, y aun así se vota al corrupto cuyas actuaciones no nos benefician personalmente. Creo que el motivo por el que esto sucede es aún más grave que si se debiera a la proliferación de chorizos vocacionales, y que está muy extendido, más allá de nuestras fronteras y desde hace tiempo. Si recuerdan el juicio a O J Simpson, el famoso jugador de fútbol americano que tenía toda la pinta de haber asesinado a su mujer y al amante de ésta, a la mayoría de la gente de su raza -negra- le traía sin cuidado saber si era o no culpable. Deseaba que fuera exonerado simplemente porque era negro. Y no han sido pocas las ocasiones en que las feministas más brutas y antediluvianas han “exigido” la condena de un acusado de violación, aunque no hubiera pruebas contra él y sí hubiera llamativos indicios de que la acusación era falsa. Con demasiada frecuencia la cuestión es ya sólo “que gane el mío”, sea por negro, por mujer, por blanco, por varón, por derechista o izquierdista. A una gran parte de la población mundial la verdad ha dejado de importarle. De hecho ha elegido no verla aunque se la pongan delante, si no le conviene. Ha decidido de antemano cómo quiere que sean las cosas, y niega cuanto no le gusta o le molesta. Vivimos cada vez más en un mundo en el que la gente no soporta lo que le desagrada, ni lo que le crea dudas, ni lo que la obliga a retractarse o a reconocer que se ha equivocado. Es lo propio de muchos niños y de muchos ancianos: niegan la realidad adversa y prefieren no enterarse. Aún es más: precisamente para contentarlos y no darles disgustos, los adultos tienden a ocultarles las malas noticias y a engañarlos. Para los políticos no existe nada mejor ni más cómodo que esto: un electorado infantilizado o ancianizado, que pide a gritos que se le mienta y anuncia que se creerá las mentiras.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 12 de julio de 2009

La sombra del Vampiro


A menudo llegan cartas pidiendo que recomiende un libro para jóvenes. Algo que los anime a leer. En literatura, la palabra jóvenes resulta ambigua y peligrosa, de modo que no suelo meterme en ese tipo de jardines. Cada cabeza es un mundo aparte. Por lo demás, creo que, salvo contadas excepciones, lo que establece la diferencia entre un libro para jóvenes y otro para adultos es la edad de quien lo lee. Unos textos encuentran a su lector en el momento adecuado, y otros no. El conde de Montecristo, por ejemplo, puede fascinar lo mismo a un joven de quince años que a un abuelo de setenta. Y no sabría decir cuándo es más placentero y provechoso leer La línea de sombra, El guardián entre el centeno, La cartuja de Parma, Moby Dick o La montaña mágica.

Hay una novela, sin embargo, con la que tengo la certeza de ir sobre seguro, pues no conozco a ninguno de sus lectores, jóvenes o adultos, que no hable de ella con entusiasmo. Con su título ocurre como con tantas obras maestras: el cine lo hizo todavía más popular, devorándolo, y al fijarlo en el imaginario colectivo desvinculó el mito de la fuente original. Pero ese libro extraordinario sigue ahí, en librerías y bibliotecas, en buen y sólido papel impreso, esperando que manos afortunadas lo abran y se estremezcan con su invención perfecta, su belleza y su trama sobrecogedora. La novela se llama Drácula y fue escrita –a máquina, innovación técnica absoluta en aquel momento– por su autor, Bram Stoker, hace ciento diez años.

Drácula es de una modernidad que apabulla. Para construirla, Stoker se zambulló en leyendas medievales, supersticiones y brumas balcánicas, vampirismo y hombres lobo, sin que nada de eso entorpeciese con erudiciones inoportunas, a la hora de escribir, la limpia eficacia de su historia, a la que aplica una factura técnica complicada, impecablemente resuelta, que ya quisieran para sí muchos de los que, a estas alturas del tiempo y la literatura, pretenden romper o reinventar las reglas del juego. La historia, que empieza cuando el joven inglés Jonathan Harker viaja a Transilvania para negociar una venta con un aristócrata local, se fragmenta en cartas, diarios íntimos, recortes de prensa, grabaciones fonográficas e incluso el espeluznante diario de a bordo –pieza maestra dentro de la obra maestra– del capitán de un navío, el Démeter, que con su perro negro ocupa por mérito propio un lugar en la nomenclatura de barcos legendarios y misteriosos de la gran literatura de todos los tiempos.

Además, están los personajes. Complejos, humanos hasta el dolor, inhumanos hasta la crueldad objetiva y fría, los seres que pueblan Drácula mantienen al lector pegado a sus páginas: las dos amigas atrapadas por una atracción fatal, la desnudez fetichista de sus pies –¡cómo insiste en eso el autor!– cuando se entregan al terrible seductor, la violación-vampirización de Lucy, la impotente lucidez de Van Helsing, el sacrificio del compañero generoso, la dramática empresa de los tres amigos y su estaca en el corazón, la fanática fe del miserable y leal loco Renfield en su maestro-mesías, a prueba de manicomios… Y, por encima de todos, desde que una mano fuerte, fría como la nieve, estrecha la del joven Harker en el castillo de los Cárpatos, la extraordinaria e implacable sombra que planea sobre la novela: ese espléndido conde Drácula, cuya engañosa ancianidad y bigote blanquecino quedaron borrados para siempre, en la iconografía clásica del mito –160 adaptaciones cinematográficas–, por la magnífica palidez engominada de Bela Lugosi, la elegancia aristocrática de Christopher Lee, la escalofriante cortesía de Frank Langella y todas las derivaciones, variantes o sucedáneos generados en torno; desde bodrios infames para la tele hasta obras maestras como el mítico, genial, Vampiros del maestro John Carpenter.

Y es que, por encima de todo eso, Drácula es una novela magnífica que a ningún lector deja indiferente. «La mejor del siglo», afirmaba de ella Oscar Wilde en 1897; y con Don Juan y Fausto, según André Malraux, «los únicos mitos creados por los tiempos modernos». Un pedazo de libro, vamos. De los que enganchan –literalmente– por el pescuezo. Así que, señora, caballero, profesor de literatura o quien diablos sea usted, permítame una sugerencia: si esa lastimosa criatura suya no abre nunca un libro, cómprele Drácula, o hágaselo leer y comentar en clase. A usted, de paso, tampoco le vendría mal. Échele un vistazo, y ya me contará. Tan seguro estoy de eso que, si no funciona, yo mismo le devuelvo su dinero.


Arturo Pérez-Reverte
XL Semanal
7 de octubre de 2007

sábado, 11 de julio de 2009

Joaquín Rodrigo.10º aniversario de su muerte.

El pasado 6 de Julio se cumplieron 10 años de la muerte de uno de los compositores más grandes que ha dado España, pese a quién pese: Don Joaquín Rodrigo Vidre, dos años después del fallecimiento de su mujer Victoria Kamhi, quien había sido su compañera inseparable y la colaboradora más importante en todos los aspectos de su trabajo como compositor.

Muchos pseudocríticos de salón desdeñan hoy día la música de Rodrigo, pese a que siempre fue sincera, delicada y hermosa cuando debía serlo, y fuerte, monumental y varonil cuando se terciaba. Quizá fuera su innegable acento español, su apego a las raices, a la música del siglo de oro, a las piezas de clavecín de La Corte...no lo sé. Está muy claro que iba contra todas las corrientes imperantes en las épocas que vivió en su larga vida: No era Schöenberg, ni Xenakis ni Mesiaen.Claro que no!!...ni falta que hacía ni ganas de serlo.
Incluso lo tacharon de franquista etc...ni voy a entrar en eso. Nació y vivió cuando le tocó y compuso la música que quiso. Simple y llanamente, música Española.
Lo suyo era la pura polifonía, el duce arte tonal, la búsqueda de la melodía y el contrapunto...lo que siempre fueron pilares de la música, que muchos quisieron destruir. Manda h**vos.


La música de Rodrigo es fundamentalmente conservadora. Cierto. Si a principios de su carrera algunas de sus obras recordaban, por su lenguaje musical, a las de sus contemporáneos europeos más distinguidos, como Ravel o Stravinsky, pronto se encaminó hacia un futuro propio y personalísimo basado en las tradiciones más ricas de la cultura de España. Su tarea –él mismo lo afirmó muchas veces- no era la de romper con el pasado, establecer nuevas normas o crear nuevos horizontes para el sonido. Otros ya lo hacían y seguirían haciéndolo. Él buscaba algo diferente : rendir homenaje a maestros e intérpretes con brillantes conciertos, sonatas y otras piezas ; aproximarse a la poesía más inspirada con música de parecida elocuencia ; dar nueva vida a letras y música antiguas. El lenguaje musical de Joaquín Rodrigo, salvo en raras ocasiones, ofrece pocas dificultades. Otros compositores, también muy significativos, han supuesto también una continuación o culminación musical de su tradición, y Rodrigo es quizá el último representante importante de muchas de las tradiciones culturales de nuestro país, a las cuales siempre quiso ser fiel. Mirar el catálogo de sus obras es como contemplar una breve guía de toda la cultura de España, y muchos le agradecerán siempre el haber dado nueva vida a esa cultura, y a tantas formas musicales clásicas al mismo tiempo, con obras originales y bellas. No hay duda de que la importancia que Joaquín Rodrigo significó en vida para la música española permanecerá a lo largo de la Historia.


La verdad, por encima de todo, de las opiniones de críticos miopes que viven en sus altas torres muy lejos de la realidad, es que la música de Rodrigo es y será siempre un legado universal.
Como dijo él cierta vez, con su clásica socarronería: "Bebí de un vaso pequeño...pero al menos era mi vaso"
Concierto de Aranjuez, Adagio, por Narciso Yepes. Mucha tela...

Y para los que dicen (o vomitan, mejor dicho) que era compositor de una sóla obra...aquí va esto:
Largo, del concierto para piano,1ª parte:


2ª parte:

martes, 7 de julio de 2009

Si pudiera correr,
no estaría aquí
lamentando tu ausencia
y reclamando un lugar
que no me corresponde,
pero necesito ocupar...

Si pudiera llorarte,
la sangre correría,
infiel,
entre el marmol y la tierra
desentrañando un secreto perdido,
una consciencia rota,
un amanecer oscuro
y una tormenta...
Y beberíamos esa sangre
como bebíamos el uno del otro,
en los hermoso tiempos
de la roca y la joya,
del estruendo y la calma,
del mar y la sirena triste,
del salvador y el alma salvada...

Si pudiera correr, ahora
amor,
lo haría sin pensar en nada;
sólo en ti.
"Los Poetas de la antigüedad animaron todos los objetos sensibles con Dioses o Genios, nombrándolos y adornándolos con las propiedades de bosques, ríos, montañas, lagos, ciudades, naciones, y todo lo que sus dilatados y numerosos sentidos podían percibir.

"Particularmente, estudiaron el genio de cada ciudad y país, colocándolo bajo la potestad de su deidad espiritual.

Hasta que se estableció un sistema, del que algunos sacaron provecho, y esclavizaron al vulgo con el intento de dar realidad o abstraer las deidades mentales de sus objetos: así comenzó el Sacerdocio, escogiendo formas de culto de entre los relatos poéticos.

"Finalmente, dictaminaron que los Dioses mismos así lo habían dispuesto.

Así fue como los hombres olvidaron que Todas las deidades residen en el corazón humano."

W. Blake

La rosa enferma

Estás enferma, ¡oh rosa!
El gusano invisible,
que vuela, por la noche,
en el aullar del viento,

tu lecho descubrió
de alegría escarlata,
y su amor sombrío y secreto
consume tu vida.

domingo, 5 de julio de 2009

Caricatura del jefe español (o no tanto) - 5 / 07/ 2009

Decía Richard Ford, el viajero inglés que en el siglo XIX recorrió toda España a caballo y en diligencia y cuya magnífica serie de libros al respecto se ha reeditado hace poco aquí sin la alabanza que merece, que una de las más invariables características españolas, desde tiempos de Viriato y aun más atrás, era la de tener pésimos reyes, generales, caudillos, mandatarios eclesiásticos, gobernantes y jefes: indignos de confianza, abusivos, despóticos, engreídos, soberbios, incompetentes y metepatas. Ford celebraba que, de vez en cuando, a este o al otro sus subordinados hubieran acabado pasándolos por las armas tras rebelarse contra ellos, pero lamentaba que tan sabia y justa decisión llegara siempre demasiado tarde, cuando el dirigente había cometido todos los estropicios posibles y había dejado inservible o arruinado lo que quisiera que tuviera a su mando.

Es llamativo que esta característica se mantenga al cabo de los siglos, más aún cuando desde hace tres décadas los responsables políticos son elegidos y no nos vienen impuestos, como sucedió casi siempre a lo largo de nuestra historia. Basta echar un vistazo desapasionado a quienes mandan en los partidos, en el Gobierno, en las Comunidades Autónomas y en los Ayuntamientos para comprobar que poco ha cambiado. La mayoría rivalizan en decir y hacer estupideces dañinas. Pero la cosa va más lejos y alcanza a casi todos los ámbitos, de manera que ya no se sabe qué fue antes, si el huevo o la gallina, esto es: si los que tienen poder o podercillo, los que mandan algo en cualquier sitio, sea un Ministerio o una oficina, están ahí colocados por su inoperancia e imbecilidad, o si bien todo el mundo se vuelve inoperante e imbécil en cuanto se le da algún poder o podercillo. Pero miren a su alrededor, cuantos tengan jefes o eso aún más terrible llamado “jefes intermedios”, o cuantos conozcan a personas que los padezcan, y díganme cuántos sienten un mínimo aprecio por ellos, o admiración si es posible.

Cierto que yo no he tenido apenas, y que, de hecho, a la pregunta de las entrevistas “¿Por qué escribe usted?”, a menudo he respondido: “Para no tener jefe y para no madrugar”. Tuve dos en los años en que di clases, uno en Inglaterra y otro en España. Tal vez fue casualidad, pero el inglés (bueno, galés) era un tipo estupendo y eficaz, respetuoso, con sentido del humor y en absoluto autoritario; jamás se metía en lo que no lo concernía y procuraba que su departamento fuera lo mejor posible. El español, en cambio, fue subdirector durante un tiempo en que, por razones burocráticas, no hubo director, luego era él quien lo dirigía todo en la práctica. Bastó con que de pronto se lo nombrara oficialmente director –nada cambiaba de hecho– para que se hinchara, actuara como una madre superiora y se hiciera celoso de sus subordinados, hasta el punto de preferir que su departamento empeorara con tal de que ninguno destacara.

El jefe español –incluidos subjefes o jefes intermedios– se levanta todas las mañanas no pensando en cómo hacer bien su tarea o sacar mejor rendimiento a quienes tiene a sus órdenes (sin explotarlos), sino diciéndose: “Soy jefe, a ver cómo lo hago hoy notar”. Para él, lo importante no es que las cosas funcionen bien gracias a su trabajo, sino saberse por encima de otros y que esos otros dependan de sus decisiones. Por eso está mucho más atento a sus subalternos que a su quehacer. Les da órdenes arbitrarias y contradictorias para pillarlos en falta, y por supuesto jamás admite, cuando sobreviene el desastre, que éste tenga nada que ver con él, de la misma manera que si alguien de su equipo alumbra una buena idea, se apropiará inmediatamente de ella y acabará creyendo que fue suya. Al jefe español le gusta perorar ante sus empleados, les hace perder el tiempo y los abronca luego por los retrasos que él causa. Nada más ser ascendido y aterrizar en su puesto, decidirá que el mundo empieza con su advenimiento y lo cambiará todo, incluido lo que hasta entonces marchaba. Piensa que debe notarse su aparición al instante, y el ejemplo más nítido de esto lo encontramos en los Ministerios, cuyo cada nuevo inquilino despide a todos los cargos del anterior y deshace cuanto éste hubiera emprendido, fuera acertado o no. El jefe español es incapaz de limitarse a administrar, conservar y mejorar: está siempre lleno de peligrosas iniciativas y de ideas imbéciles, que a menudo sólo anuncia –si puede, a la prensa–, para luego no dar palo al agua. Algunos sí se ponen manos a la obra y el resultado es aún más catastrófico: si, por ejemplo, mandan en un Ayuntamiento, deciden erigir un innecesario polígono industrial junto a las ruinas de Numancia y cargarse un paisaje bimilenario; o excavar túneles y aparcamientos superfluos que destrozan las ciudades; o descatalogar los Jardines de las Vistillas (!) para que la Iglesia construya en su lugar mamotretos (algo tan grave como permitir edificar en el Retiro o en el jardín Botánico, que serían solares apetitosísimos). A Ford no le faltaba razón: llegamos siempre tarde.

Por supuesto que hay excepciones, y que esta descripción de los jefes españoles es una generalización, una caricatura y una exageración. Lo malo de nuestro país es que la realidad siempre acaba imitando a su caricatura, y aun la deja pálida.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 5 de julio de 2009

sábado, 4 de julio de 2009

"Qué títeres tan ridículos somos y qué vulgar es el escenario en el que bailamos ".
Morgan Freeman en "Seven".

viernes, 3 de julio de 2009


El amor es un acto de sangre
y yo sangro,
sangro por cada centímetro,
por cada orificio,
por los ojos tras mirarte
por mi boca tras llamarte...
Por la frente tras pensarte,
por los oidos tras oirte;
y todo es sangre
resbaladiza, negra
caliente y vaporosa sangre,
de las maltrechás vías de mi anatomía,
sangre revuelta, vomitada
sangre muerta o moribunda
sangre triste y corrompida
sangre densa y amarga.
Sangre de víspera de muerte
y líquido matriz de la inconsciencia...
...litros de sangre sucia,
podrida de días y días...
pero toda mía.

Toda...mía.


The cure - lullaby


I spy something beginning with s...

on candystripe legs the spiderman comes
softly through the shadow of the evening sun
stealing past the windows of the blissfully dead
looking for the victim shivering in bed
searching out fear in the gathering gloom and
suddenly!
a movement in the corner of the room!
and there is nothing i can do
when i realize with fright
that the spiderman is having me for dinner tonight!

quietly he laughs and shaking his head
creeps closer now
closer to the foot of the bed
and softer than shadow and quicker than flies
his arms are all around me and his tongue in my eyes
"be still be calm be quiet now my precious boy
don't struggle like that or i will only love you more
for it's much too late to get away or turn on the light
the spiderman is having you for dinner tonight"

and i feel like i'm being eaten
by a thousand million shivering furry holes
and i know that in the morning i will wake up
in the shivering cold

and the spiderman is always hungry...

"Come into my parlour", said the spider to the fly... "I have something... "


....viejos terrores infantiles...

miércoles, 1 de julio de 2009

Adios, Pina!!


Coreografió durante 40 años. La semana pasada estrenó en Wuppertal su última pieza, aún sin título, inspirada en un viaje a Chile. Ayer murió. Tenía 68 años.

Philippine nació en plena II Guerra Mundial en Solingen, una ciudad gris de Alemania especializada en hacer tijeras de buen acero, creció en el restaurante que regentaba su familia y allí recibió su primera clase de folclore. "La niña es muy elástica", dijo un pariente, y eso decidió su vida, algo que, a su manera, se describe sucintamente en Café Müller. A los 15 años, Pina está ya en las manos de Kurt Jooss y a los 19 volaba a Nueva York.

La pregunta que se hacen los historiadores de la danza más serios es de dónde sale el estilo Bausch, cómo cristaliza; una manera de desarrollo escénico complejo, no lineal, que explora y explota las posibilidades creativas de la tropa más allá del conocido ejercicio de "fijar una improvisación". Esas raíces estéticas habría que buscarlas en aquellos inicios en Essen de la mano de Jooss (siempre mantuvo esa umbilicalidad con la Folkwangschule a través del maestro Hans Zulig) y luego en su etapa americana, donde después de los cursos en la Julliard School intervienen tres personas básicas: Antony Tudor (el interés por el desarrollo de una dramaturgia no siempre ligada a lo narrativo; bailó bajo sus órdenes en la Metropolitan Opera); José Limón (el gusto por acompañar la danza expresiva con la música barroca) y Mary Hinkson (que la acercó a los preceptos de Graham y luego la llevó a la New York City Opera).

En 1961 Jooss la reclama en Essen y hace su primer ballet: Fragment. Poco después el sobreintendente de la Ópera de Wuppertal se interesa y la invita a coreografiar el Venusberg ballett de Tannhäuser; la intuición no falló: un año después le dijo: "quédese, el ballet es suyo". E hizo Fritz (música de Hufschmidt, a la sazón, director musical del ente lírico). Y así nacen las posibilidades en la temporada de 1975 de acercarse a dos óperas de Gluck con bailables: Ifigenia en Tauride y Orfeo y Eurídice con el resultado de obras maestras que iban a cambiar el destino de la danza escénica, primero europea, y después mundial.

El tríptico de redención del género que avanza los prolegómenos de la danza-teatro contemporánea se produce ese año: La consagración de la primavera (Stravinski), hoy también en el repertorio de la Ópera de París. La superficie de la escena aparece cubierta de tierra húmeda por primera vez. Son los tiempos de trabajo junto al diseñador Rolf Borzik, responsable en gran medida del aparato estético y formal. Le siguen Los siete pecados capitales (1976). Aparecen las láminas de agua, cascadas de lluvia, trayectos escénicos que evocan ensayos, escenografías que reproducen hiperbólicamente habitaciones conocidas, parlamentos catárticos e introspectivos, collage musical variopinto, ropa second hand y una diseñadora, Marion Cito, primero bailarina y después vestuarista.

Borzik murió de cáncer a los 35 años en 1980, y Pina crea enseguida 1980, donde incluso se amortaja a un bailarín. Fue su desquite vital, pero ella nunca se repuso de esa pérdida, una ausencia que sobrevoló toda su obra y su vida, con esa dolorosa y contenida conexión con el expresionismo alemán a la vez que buscando una inasible forma nueva, una salida. Entonces, en Claveles, surgió en 1982 aquel suelo sembrado de flores rojas. Era un patético canto a lo efímero, otro elemento vital del estilo. Chispazos de humor corrosivo, autohumillaciones explícitas, Bausch rebuscaba con cierta crueldad en las almas de sus artistas, las vaciaba y las volvía a poblar de una angustia que ya era otra, coloreada por su toque abrumador. Nunca olvidaremos a Pina, pero tampoco a Dominique Mercy con el tutú; a Beatrice Libonati mordiendo el micrófono al gritar su nombre; a Nazaret Panadero en el paradójico ejercicio de ballet; a Lutz Föster iniciando un ritual con una taza de té...

Anoche en Madrid, Mijaíl Baryshnikov, otro de los grandes, aseguró: "Estoy sacudido por la muerte de Pina, porque más allá de sus cualidades artísticas era una amiga muy cercana. El mundo del arte ha perdido una de sus líderes, yo perdí a una gran amiga. Haré un homenaje a Pina con nuestro espectáculo en el Matadero con Ana Laguna y Mats Ek y, con toda modestia, bailaremos para ella".

Sus dos apariciones en el cine son anecdóticas pero entrañables, y pueden entenderse más bien como las reverencias de dos directores a una figura ante la que no se podían mantener indiferentes: el gran Federico Fellini en E la nave va y Pedro Almodóvar en Hable con ella. Son dos cosas muy distintas. Mientras en el fellini Pina actuaba dentro de la trama, sujeta a guión, el filme del manchego fue un homenaje: filmar un trozo de Café Müller. Pina dirigió también una película: El lamento de la emperatriz (1990). Wim Wenders había iniciado un documental en 3D con ella, y para ello viajó la semana pasada a Wuppertal al último estreno que aún carecía de título.

Roger Salas."El País",1 de Julio de 2.009-