Acaba de ocurrir con Antonio Machado, los setenta años de cuya muerte en Collioure, al otro lado de la frontera, ya se han cumplido. Periódicamente se habla, asimismo, de sacar a García Lorca de su fosa común y organizarle unos funerales de Estado o poco menos; en todo caso, de erigirle una especie de mausoleo para deleite de los turistas político-culturales, que acudirían en peregrinación a sentirse “solidarios” y emocionarse, y así convencerse de lo “majos” que son, y para provecho crematístico de la afortunada ciudad que acogiera sus huesos, la cual no dudaría en montar una pequeña industria en torno al eximio mártir “recuperado”. También le tocará su turno a Cernuda, quizá en 2013, cuando se conmemore el cincuentenario de su fallecimiento en México: los que aboguen por su traslado a España no tendrán en cuenta su rencor hacia nuestro país, jamás cancelado, ni su poema “Birds in the Night”, a propósito de una placa que el Gobierno francés plantó en la casa londinense en la que “vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron, durante algunas breves semanas tormentosas”, los poetas Rimbaud y Verlaine. “Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde, todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud cuando vivían”. Y el amargo poema concluye así: “¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos? Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable … Pero el silencio allá no evita acá la farsa elogiosa repugnante”. Hace bien poco recurría Vargas Llosa a estos mismos versos para execrar la oportunista iniciativa del Gobierno argentino de repatriar desde Ginebra el esqueleto de Borges, para quedarse con los despojos de quien durante mucho tiempo fue desdeñado por sus compatriotas como “escritor inglés” y hoy es tenido por su mayor gloria nacional literaria. Para quedárselos, es decir: para exhibirlos como ornamento y explotarlos económicamente.
Sin duda las autoridades culturales de hoy, en un rasgo de soberbia ingenua, se creen distintas de sus predecesoras, de las del pasado, cuando, para su desgracia, y como supo Cernuda, son intrínsecamente iguales, independientemente de su color político. ¿O es que acaso no se dan cuenta de que maltratan, en España al menos, a sus escritores mejores contemporáneos, como hicieron los franquistas y demás con los de su tiempo? Cierto que ya no los persiguen ni los matan ni los envían al exilio, pero desde luego no los honran. ¿Cómo se explica, si no, que ni Benet, ni García Hortelano, ni Gil de Biedma (por no mencionar a Julián Marías, pues con él no soy objetivo), obtuvieran jamás un mísero Premio Nacional de los que se han regalado a tantos mediocres? ¿Cómo aún no lo han tenido Eduardo Mendoza ni Pérez-Reverte ni Martínez Sarrión ni Leopoldo María Panero ni Vila-Matas ni Francisco Rico ni Azúa, por citar a algunos “omitidos”? ¿Es que hay tantísimos superiores?
Pero lo principal no es eso. Si se trasladaran a España los cadáveres de Azaña y Machado y Cernuda y se les diera aquí rimbombante sepultura junto con el de García Lorca, se estaría blanqueando a sus verdugos. La gente olvidaría pronto su proveniencia, en estos tiempos desmemoriados que lo serán más cada día, y acabaría creyendo que siempre estuvieron aquí, venerados. A la larga no quedaría rastro de las iniquidades cometidas con ellos, y se los tendría por glorias permanentes e indiscutidas. No se recordaría que, lejos de eso, quienes ostentaron el nombre de España los persiguieron con ensañamiento o los expulsaron de aquí o los asesinaron. Que sigan en Montauban, Collioure, México y una fosa común granadina es, por el contrario, el mayor acto de justicia que puede hacerse con ellos. Y también con sus verdugos.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 15 de marzo de 2009
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