domingo, 26 de abril de 2009

Como Sioux - 26 /04/ 2009

Me siento ante la máquina en Sábado Santo, y es la primera vez que lo hago desde el pasado Domingo de Ramos, y eso porque debo entregar este artículo y no me queda más remedio. Ahora mismo, por delante de mi casa, pasa una banda de tamborileros siniestros (túnicas marrones y capirotes morados, vaya mezcla) que atruenan todo el barrio. Son de la Cofradía de la Coronación de Espinas, de Zaragoza, y no sé qué diablos hacen en Madrid martirizando al personal a la hora de la siesta. En realidad sí lo sé, ya que llevo siete días literalmente cercado, prisionero, sitiado por las hordas católico-turísticas, que, como todos los años –pero siempre más–, toman los centros de las ciudades de España e impiden toda vida en ellos. A la Iglesia Católica y al Ayuntamiento les ha dado la gana de que yo no escriba, ni trabaje, ni lea, ni escuche música, ni vea una película, ni pueda hablar por teléfono, ni recibir una visita, durante ocho días. También ha decidido que no pueda salir de mi casa si no es para mezclarme con la muchedumbre fervoroso-festiva e incorporarme a sus incontables procesiones, cada una de las cuales dura unas cinco horas. Sólo por delante de mi portal han pasado ya unas siete, la primera, como he dicho, el Domingo de Ramos. Desde entonces he vivido a su merced inmisericorde: el permanente ruido de sus clarines y tambores me lo he tenido que chupar por narices, más allá de la medianoche, porque, en un Estado aconfesional, la ciudad se les entrega para que hagan con ella lo que quieran y además lo impongan a la población entera, sea o no católica.

La España actual se parece cada vez más a la del franquismo, es decir, cada vez resulta más decimonónica. Entonces –durante el franquismo– la Semana Santa era obligatoria. Estaba prohibido emitir por la radio cuanto no fueran misas y música más o menos religiosa; a los cines se les permitía exhibir tan sólo películas pías o, a lo sumo, de la época de Cristo, y uno tenía gran suerte si podía ver Ben-Hur o Barrabás, que al menos eran espectaculares y con gladiadores; a los niños nos decían las abuelas que no podíamos cantar ni estar alegres; el luto por un muerto de hacía dos mil años se imponía a toda la ciudadanía. Ahora las televisiones no sólo pasan las mismas películas y algunas nuevas y peores, como la histérica y demente versión de Mel Gibson, sino que en sus telediarios sacan sin cesar imágenes de procesiones, como si éstas fueran noticia, sin la menor vergüenza.

Aparte de las molestias, es lo que todo esto precisamente me causa: vergüenza. No es que haya más beatos que hace unos años. De hecho, y bien se duele la Iglesia, la sociedad está cada vez más secularizada. Lo que ocurre es que a las procesiones se les ha visto el gancho tribal-folklórico. Como he asistido a un montón de ellas a pesar mío, sé de qué hablo. La mayor parte del público que las mira y sigue son guiris de la peor especie con sus cámaras idiotas permanentemente alzadas. Contemplan el espectáculo –si es que a cosa tan aburrida y sórdida se la puede llamar así– de la misma manera que nosotros observaríamos una danza comanche o sioux alrededor de unos tótems. Ven a unos tipos flagelándose, andando de rodillas o descalzos, cargando cruces y demás, como nosotros veríamos a unos indios sometiéndose a la ceremonia de iniciación consistente en ser izado por unos ganchos clavados al pecho, cuya carne se desgarra largo rato, o como vemos por televisión a ciertos musulmanes desollarse vivos en no recuerdo qué efeméride. Se quedan atónitos esos turistas ante las lágrimas o las expresiones de inverosímil arrobo que los más devotos dedican al paso de unas efigies horrendas y sobrecargadas, sean el Cristo de los Escaparates o la Virgen del Pasamontañas. No nos causa rubor ofrecernos en nuestra vertiente más primitiva, más supersticiosa, más atrasada. Es más, lo procuramos: vean lo exóticos que somos, y qué brutos, y qué elementales, y qué cutres. Lo más deprimente es que este regreso al tribalismo es también jaleado por gentes supuestamente racionales y de izquierdas. Digo supuestamente porque nadie que no sea un propagandista de la fe católica, o un mercachifle avispado, puede prestarse a ser costalero o cofrade, y ahora hay muchos presuntos agnósticos o ateos que se privan por ser admitidos en la Hermandad del Vinagre o en la Cofradía de los Californios, les da lo mismo. A eso se lo llama, desde los tiempos del Cristo, ser un fariseo.

Cada vez más decimonónicos, sí, en Madrid al menos. Un Ayuntamiento y una Comunidad beatos le van a permitir a la Iglesia edificar, en la privilegiada zona entre San Francisco el Grande y las Vistillas, un “pequeño Vaticano” de miles de metros cuadrados. Con ello la Iglesia se cargará el mejor perfil de la ciudad, que pintaran Goya y otros, esa vista dejará de existir para siempre. ¿Y qué hará la Iglesia a cambio? Es risible. “Devolverá” unos terrenitos que el anterior alcalde, Álvarez del Manzano, le había donado. En un Estado aconfesional, la Iglesia Católica no sólo recibe dinero a espuertas de los contribuyentes, sino que le salen gratis sus tropelías urbanísticas, a las que se opone todo el vecindario. Si esto no es franquismo, que venga el tirano y lo vea. Claro que entonces esta tétrica Iglesia lo volvería a cobijar bajo palio, como antaño.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 26 de abril de 2009

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Oi. Parabéns por seu excelente blog. Gostaria de lhe convidar para visitar meu blog e conhecer alguma coisa sobre o Brasil. Abração

Juan dijo...

No estoy para nada de acuerdo con el Sr Marías, al menos en lo que concierne a la Semana Santa.

Como ya sabes, Alb,lo mío no va en absoluto con la religión, pero la semana santa puede ser vivida y disfrutada desde otros prismas que nada tienen que ver con la religión. Forma parte de nuestras costumbres y de nuestra cultura y no todo lo que es decimonónico tiene porque ser malo, una buena parte de la belleza de nuestras ciudades es de esa época.

No es el Ayuntamiento ni la Iglesia católica los que toman las calles, es una gran mayoría de ciudadanos los que quieren ver esta manifestación de arte popular.

Un abrazo Doc

Kaken dijo...

No comprendo al periodista, aunque sea columnista, que deja tras de sí un rosario, nunca mejor dicho, de insultos, generalizaciones interesadas y visión absolutamente sesgada de la realidad.
Lo siento, a mi este artículo me provoca asco, dentro de un tiempo no sé si alguna contestación...

Para tí un bes, Albe

PD: un estado "aconfesional" es aquel que no sustenta ninguna religión pero permite la libertad religosa, no sé yo si lo tiene muy claro este señor.
Ah, y yo soy agnóstica.

Alberich dijo...

Estoy con vosotros en el tema de la S.Santa.

Kaken dijo...

Caramba, Albe, que locuaz¡¡ ;-)
En serio, me alegro de que estemos de acuerdo, pero si no hubiera sido así no me hubiera importado.

Un bes con farolillos¡¡¡

Eli dijo...

Nunca me ha gustado Javier Marías, y creo que esta va a ser la primera y la última vez que comente una de sus columnas de opinión.
Siempre me ha parecido un pedante pretencioso pero jamás pensé que fuera un maleducado.
Creo que el tono de la entrada se basta y se sobra para ponerlo en su lugar.

Alberich dijo...

A pesar de q no esté a favor de muchas de sus opiniones, sigo poensando q es el mejor escritor q tine España actualmente...piense como piense.

Desde luego, aquí se ha lucido.

Kaken dijo...

Alb, me encantaría que te explayaras sobre porqué piensas que es el mejor, en serio, puede que haya cosas que yo no haya visto.
Independientemente de ideologías o de interpretaciones, me interesa tu visión, me mantego a la escucha, un bes ;-)