sábado, 9 de octubre de 2010

Frankenstein, 1ª parte.

Frankenstein siempre será para muchos ese monstruo anónimo que sólo heredó de su padre el apellido.
Un ser nacido contra su voluntad, como todos nosotros, pero que asumió su existencia e intentó vivir y morir bajo sus reglas. Pero también se ha convertido en un paradigma de la ciencia por excelencia, la frontera oscura y tenebrosa que quiere, o debe, establecer los límites a la investigación científica.

La creación de la vida: los antecedentes del monstruo

El famoso monstruo creado en un laboratorio científico y formado por restos de cuerpos humanos, tiene su origen en la obra literaria de una mujer, Mary Godwin Wollstonecraft (1797-1851), más conocida como Mary Shelley debido a que adoptó posteriormente el apellido de su marido, el poeta romántico Percy Bysshe Shelley, y que tituló "Frankenstein o El Moderno Prometeo" (1818).
Mucho se ha discutido sobre los antecedentes reales de esta obra y sería interesante conocerlos para introducirnos, con un correcto punto de vista, en este artículo.
La idea general y más extendida es que existen tres fuentes en las que bebe la idea del ser artificial: la tradición clásica, el esoterismo y los avances científicos de la época.El primer dato lo podemos encontrar en el propio subtítulo de la obra: 'El Moderno Prometeo'.

* En la cultura grecolatina existe la figura mitológica de Prometeo, un titán hijo de Jápeto y la oceánida Climene (según Hesiodo). La leyenda mitológica cuenta que Prometeo formó a los hombres modelándolos con el barro de la tierra e infundiéndoles posteriormente la vida.
Según los diversos autores, su hermano Epimeteo o la diosa Atenea, distribuyeron las diversas características entre los seres vivos otorgando al hombre el temor de la liebre, la sutileza de la zorra, la ambición del pavo real, la ferocidad del tigre y la fuerza del león.
Como Prometeo encontró al hombre sin abrigo, sin calzado y desnudos frente a las inclemencias del tiempo, decidió robar la sabiduría de las artes de Hefeistos así como el fuego de su taller, lo que permitió a éstos evolucionar rápidamente. La tendencia de Prometeo a ser más amigo de los hombres que de los dioses, hizo que una vez engañara al mismo Zeus durante el sacrificio de un buey con el fin de favorecer a sus protegidos; Zeus enfadado, decidió castigar a los hombres privándoles del uso del fuego. Entonces Prometeo, en rápida respuesta, decidió procurárselo nuevamente y robó la semilla del fuego de las ruedas del carro del Sol y lo trajo de vuelta a la Tierra. Zeus, cada vez más enfadado y envidioso del bienhechor de la raza humana, lo hizo encadenar en una piedra de un monte del Cáucaso jurando que nunca lo desencadenaría; alli un águila le devoraba continuamente el hígado durante el día, el cual se regeneraba por las noches para que el ave volviera a devorárselo al llegar la aurora. Este castigo terminó cuando Hércules mató con una flecha al águila, liberando al prisionero del castigo (Zeus no se indignó por ello, pues el orgullo de las proezas realizadas por su hijo hizo que no protestara)
El mito de Prometeo, en su esencia más simbólica, ha llegado hasta nuestros días y ha sido versionado por muy diversos autores, como Hesíodo, Esquilo, Platón, Goethe, Giordano Bruno, Francis Bacon, Rousseau, André Guide o Albert Camus, entre muchos otros. Hoy sigue vigente como mito de transgresión y de redención mediante el dolor.

En la obra de Mary Shelley, el doctor Frankenstein actúa como un Prometeo moderno, se rebela contra su dios, desafiándolo al dar vida a la materia inerte y obviar las leyes de la naturaleza. La astucia y la inteligencia del doctor buscarán el desarrollo del progreso humano y para ello deberá pagar un alto precio, quedando al final como un héroe en su rebelión científica y como un ser patético en su destino final. Su inmediato arrepentimiento al ver su obra terminada le diferencia del Prometeo mitológico, pero su lenta agonía en el dolor de ver destruidos a sus seres más queridos es similar al suplicio que devora las entrañas del titán encadenado.

* El esoterismo
es un amplio campo en el que voy a agrupar, con el único objetivo de no disgregarnos mucho, los métodos cabalísticos, alquímicos o nigrománticos, revestidos a veces con la túnica de la astrología o de la ciencia.
La influencia que el esoterismo tuvo en la autora de la novela, parece que se debió al interés que su padre, William Godwin, puso a los largo de su vida en estos temas, ya que publicó una novela sobre la búsqueda de la piedra filosofal en 1799 y un ensayo, publicado postumamente, sobre las artes ocultistas de Agrippa, Paracelso o Alberto Magno titulado
"Lives of the Necromancers" (1834).

En las leyendas hebraicas nos encontramos con uno de los primeros seres inanimados que cobran vida: el 'Golem'. Según relataban, el rabino Judah Loew Bezalel del ghetto de Praga descubrió en el siglo XVI la manera de animar una figura humanoide de arcilla y de tamaño natural para que actuara como sirviente y como defensor del pueblo judío; el método de animación era cabalístico, escribiendo en su frente el nombre secreto de Dios, la palabra Emeth (verdad), pudiendo ser destruido si se borraba la primera letra de forma que la palabra resultante fuera Meth (muerte). Este relato popular cobró vida en el cine con "El Golem" (1914) de Paul Wegener y con la novela que con el mismo nombre publicó en 1916 el escritor austríaco Gustav Meyrink (1868-1932); Wegener basándose en ella la rehizo en 1920 y la codirigió con Carl Boese bajo el título de "El Golem: cómo vino al mundo", película de gran influencia en el cine de Frankenstein, e inclusó rodó entre ellas una que se considera perdida -la que sería la primera secuela de la historia del cine- titulada "El Golem y la bailarina".

La nigromancia y la alquimia también intentaron la creación de seres vivos. Según parece ser, Cornelio Agrippa (1485-1535) deja entrever en su obra "De Occulta Philosophia" (1535) su interés y experimentación combinando diferentes artilugios con la magia negra para lograr la vida artificial.
Otro nigromante, David Christianus, decía que era posible fabricar un ser humano en miniatura con un huevo de gallina negra si se le extraía parte de la clara y se sustituía por un poco de esperma, y así, tras sellar el huevo e incubarlo en estiércol durante la primera luna de mayo, surgiría a los treinta días una diminuta figura cuasihumana.
Paracelso (1493-1541) decía ser capaz de crear un homúnculo, y en su obra "De natura rerum" daba su ingenua fórmula: "Debéis empezar por hacer lo siguiente: colocad abundante cantidad de semen humano en un alambique, selladlo y guardadlo durante cuarenta días en estiércol de caballo hasta que empiece a desarrollarse, vivir y moverse. Entonces habrá adquirido ya forma humana pero será transparente e insustancial. Durante cuarenta semanas ha de ser alimentado cuidadosamente con sangre humana y conservado en el mismo lugar cálido y luego se habrá convertido en un niño auténtico y vivo tal como un niño nacido de mujer sólo que mucho más pequeño".
Se dice también que cierto conde austríaco, Francisco José Kueffstein (1752-1818), retomó las ideas paracelsianas y mezclándolas con creencias rosacrucianas resucitó la idea del homúnculo. Cuentan que visitó en Italia al abate Geloni que producía estos seres fácilmente y se trajo a Viena una colección de ellos en diversos frascos, pero estos seres al crecer se volvieron exigentes, soberbios y de malos modales, por lo que el conde, atendiendo a las súplicas de su esposa, destruyó su colección de seres artificiales.

En la novela de Mary Shelley, el doctor Frankenstein opta por abandonar la vía esotérica y reforzar la vía científica, pues al revés que la primera, pese a prometer muy poco siempre se podían obtener grandes resultados.

* La ciencia y los avances científicos
del siglo XIX, han sido otro aspecto importante para conocer el caldo de cultivo de dónde surgió la criatura del doctor Frankenstein.
Durante muchos años estuvo presente el concepto de la llamada generación espontánea, la cual teorizaba que cualquier ser vivo podría surgir sin la acción de sus progenitores. Los egipcios ya pensaban que los ratones y las ranas se engendraban en el propio limo del río Nilo. Aristóteles (384-322 a.C.) creía en ella y afirmaba que "Cualquier cuerpo seco que se vuelva húmedo o cualquier cuerpo húmedo que se vuelva seco, produce animales mientras los pueda alimentar". Prestigiosos médicos como Ambroise Paré (1517-1590) o célebres naturalistas como el padre Athanasius Kircher (1601-1680) profesaron la misma creencia.


Pese a que William Harvey (1578-1657) publicó en 1651 un tratado en el que afirmaba que todo ser vivo debe proceder de otro ser vivo, o que Lázaro Spallanzani (1729-1799) demostró con sus experiencias con infusorios lo absurdo de esta idea, tal idea fantástica volvía constamente al público, ya en 1859 a manos de un naturalista francés llamado Félix Archimède Pouchet, de su colega inglés Henry Charlton Bastian, o del profesor francés Stephane Leduc, que en 1910 todavía predicaba la generación espontánea bajo el método pseudocientífico de "imitar las condiciones físicas en que nació la vida".

Alejadas de este concepto también estaban las teorías eléctricas científicas de la época.
Aunque Tales de Mileto en el 600 a.C. ya experimentaba con la electricidad haciendo que unas briznas de hierba seca fueran atraídas por un trozo de ámbar que antes había frotado con su túnica, no fue hasta 1752, cuando Benjamín Franklin (1706-1790) arrebató de los cielos, como si de un moderno Prometeo se tratara, el fuego en forma de rayo gracias a su famoso experimento de la llave y la cometa, que la fuerza eléctrica comenzó a tener valor para la ciencia. Posteriormente Luigi Galvani (1737-1798), profesor de anatomía en la Universidad de Bolonia en Italia, en su libro "De Viribus Electricitatis en Motu Musculari" (1792) presentó sus experiencias en las patas de las ranas iniciadas en 1786, sobre el estímulo del sistema nervioso mediante descargas eléctricas y convencido de haber descubierto la electricidad animal.

Parece ser que Mary Shelley conocía las teorías de un médico y filósofo naturalista llamado Erasmus Darwin (abuelo de Charles Darwin) que establecía analogías entre el fluido eléctrico y el fluido nervioso. También se cree que la figura del Dr. Frankenstein estuvo basada en la personalidad de un físico y filósofo escocés llamado James Lind (1736-1812) que había sido el tutor científico de su marido cuando estudiaba en Eton, que había filosofado sobre la naturaleza del principio vital, el galvanismo y los procedimientos de reanimación de personas ahogadas o asfixiadas. Pero aunque Mary conocía estas teorías (en 1815 soñó con su hija muerta a la que sostenía junto al fuego y que frotándola vigorosamente le devolvía la vida; además se casó con Shelley dos semanas después de la muerte de Harriet, su primera esposa, que se ahogó en 1816 y que, como era habitual en esa época, la intentaron reanimar con sales aromáticas, frotamientos vigorosos, electricidad y respiración artificial), es indudable que estaba más interesada en sus consecuencias morales que en los detalles científicos de las mismas.

Finalmente, comentar otra línea de interés en el campo científico que no pertenecía directamente a la medicina sino a la mecánica, que pudo dar a la autora del libro la idea del montaje por piezas de la criatura. Nos referimos a la creación de seres artificiales mecánicos, los llamados autómatas.
En 1500 a.C., Amenhotep, hermano de Hapu, construyó una estatua de Memon, el rey de Etiopía, que emitía sonidos cuando la iluminaban los rayos del sol al amanecer. King-su Tse, en China, inventó en el año 500 a.C. una urraca voladora de madera y bambú y un caballo de madera que saltaba. En el año 206 a.C., fué encontrado el tesoro de Chin Shih Hueng Ti consistente en una orquesta mecánica de muñecos... Personajes como Alberto Magno (1204-1272) con su "hombre de hierro", Roger Bacon (1214-1294) con su "cabeza parlante" o Leonardo Da Vinci (1452-1519) con su "león mecánico", se interesaron por la mecánica aplicada a la creación de autómatas; incluso René Descartes inventó en 1640 un autómata al que se refería como “mi hijo Francine”.
Posiblemente fue Jacques de Vaucanson (1709-1782), nacido en Grenoble, el más asombroso creador de autómatas; realizó un pato de cobre, que graznaba, chapoteaba en el agua, bebía, comía y digería la comida por disolución y que finalmente era conducida por unos tubos hacia el ano donde había un esfínter que permitía evacuarla; por instigación de Luis XV, intentó construir un modelo humano con corazón, venas y arterias, pero murió antes de poder terminar esta tarea. Los autómatas se hicieron cada vez más complejos: Robert Houdini construyó una muñeca que escribía, Thomas A. Edison una muñeca que hablaba...


En la 2ª parte, la literatura y el cine....

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